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Mientras tantoEl estrés también se hereda

El estrés también se hereda


 

Quien no se haya estresado alguna vez en su vida que me tire la primera piedra. Se me ocurre que esta podría ser una magnífica adaptación moderna de aquel lapidario pasaje bíblico. Total, al adulterio parece que ya nos hemos acostumbrado, no hay más que fijarse en los anuncios en internet invitándonos a aprovechar mejor nuestra vida teniendo una aventura extramatrimonial, pero el estrés, ¡ah! el estrés, ese mal endémico de nuestro tiempo, nos preocupa, nos estresa, toma cuerpo e infiltra sus tentáculos hasta lo más profundo de nuestro ser. Ahora sabemos que es capaz de llegar incluso hasta nuestra descendencia a través de los genes.

 

El estrés traumático no solo incrementa el riesgo de una persona a sufrir desórdenes psiquiátricos (¡qué es el mundo sino un enorme manicomio!), también puede expandirse a sus futuras generaciones. Hay estudios que demuestran que las personas traumatizadas durante el genocidio de los Jemeres Rojos en Camboya (y la película de 1984 The killing fields da cumplida cuenta de aquella barbarie) eran propensas a tener hijos que sufrían después de depresión y ansiedad. Y los hijos de los soldados australianos veteranos de la guerra de Vietnam muestran unas tasas de suicidio muy por encima de la media general de la población.

 

Por supuesto que una parte importante del trauma proviene de los factores sociales, como es la forma en la que esos padres se relacionan con sus hijos, pero el estrés también deja lo que los científicos denominan “marcas epigenéticas”, o lo que es lo mismo, alteraciones químicas que afectan a la manera en la que el ADN, nuestra documentación biológica más íntima, se expresa sin que su secuencia se vea modificada. En términos gastronómicos, sería como que las lentejas no supiesen igual que siempre, a pesar de no haber cambiado sus ingredientes.

 

Un estudio publicado en la revista Nature Neuroscience revela que el estrés en etapas tempranas de la vida de los ratones altera la producción en su esperma de unos pequeños trozos de ARN, que los investigadores llaman microARN  (Yo lo llamaría cadenas cortitas de genes). Ese ARN dirige las etapas intermedias de la formación de las proteínas, entre las que se encuentran las hormonas. Lo que los ratones muestran posteriormente son comportamientos depresivos que se transmiten a la progenie, en la que incluso se llegan a observar fallos metabólicos. El genetista de la Escuela Universitaria de Medicina Wayne State de Chicago, Stephen Krawetz, que también estudia los microARN, pero en el esperma humano, destaca que este trabajo (en el que no participa) es tan notable, porque demuestra que el esperma responde al entorno del individuo, y se suma a un gran número de otros trabajos que documentan que cambios sutiles en los microARN del semen son el detonante de una enorme diversidad de efectos en el organismo.

 

Los neurocientíficos de la Universidad de Zúrich (Suiza) que llevaron a cabo este revelador experimento separaban a las madres de sus retoños y las sometían a situaciones de estrés, como introducirlas en agua fría o simplemente acosarlas físicamente. Todo ciertamente mucho más civilizado que en el caso de los Jemeres Rojos o la guerra de Vietnam. Estos episodios de estrés se repetían todos los días pero a diferentes horas, para evitar que las madres pudiesen confortar a sus pequeños con unos arrumacos extra antes de la separación. Criada de esta manera, la prole masculina de esas pobres y estresadas madres evidenciaba comportamientos depresivos, era más tendente a subestimar el peligro y mostraba una actividad anormalmente alta de unos microARN ligados al estrés y a la regulación del metabolismo. Lo increíble del asunto es que los hijos y los nietos de estos también exhibían las mismas abatidas conductas, además de unos funcionamientos metabólicos anormales. ¡El estrés también se hereda!

 

Como control de calidad (no en vano son suizos), para descartar la posibilidad de que los efectos del estrés se transmitiesen de manera social, los investigadores recogieron muestras de esperma de esa primera generación e inocularon su ARN en óvulos recién fertilizados de ratones sanos. Y lo que obtuvieron fueron ratones con comportamientos depresivos y síntomas metabólicos comparables a los anteriores, y que también transmitían esos efectos a su descendencia.

 

Lo que este grupo busca ahora es si estos mismos o similares microARN se pueden encontrar en personas que hayan estado expuestas a situaciones traumáticas severas. O en sus hijos. En ese caso, podrían servir como señales de alerta biológica que avisasen de la susceptibilidad de un individuo a sufrir estrés o a desarrollar alguna alteración psiquiátrica.

 

No sé yo si me dejaría hacer esa prueba… ¡Qué estrés!

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