Siempre fascista entre comillas referido a Fernando Savater. No lo adjetivo así porque Savater siga las doctrinas de Mussolini. Lo empleo con un sentido figurado mas que no deja de atribuir al personaje una posición retrógrada que le hace expresarse con una inquina chistosa que no le resta, claro, su vocación de proferir con rasposa y muy malintencionada mala uva.
Hace ya muchos años, mi amigo, y paisano, el poeta Antonio Martínez Sarrión, que en paz descanse (falleció hace un par de años), siempre que surgía el nombre de Fernando Savater, al que supongo que conocía, se adelantaba a la situación de hoy y, con su tono socarrón, exclamaba: ¡Savater es un fascista!
También lo decía de Fernando Sánchez Dragó, asimismo que en paz descanse. En la década de los años 80 del siglo pasado yo era consejero de la revista de mi ciudad natal Barcarola, de Albacete, una lujosa publicación literaria. Se quería presentar un número en Toledo. Yo vivía allí y la dirección de la revista me encargó que buscase presentador, al que se le pagarían 100.000 pesetas de las de entonces. Me puse en contacto con Luis Eduardo Aute y me dijo que no podía. Entonces llamé a Sánchez Dragó. También me contestó diciendo que no podía, pero al minuto me telefoneó y me dijo entonces que sí, apostillando el cachondo: oye, qué bien pagáis. Al día siguiente Sarrión me mostró su enorme enfado. Anda que llamar a ese fascista de Dragó…, me reconvenía. Al que también supongo que conocía. Martínez Sarrión era famoso y conocía a todos los famosos. Todavía vivía el poeta Rafael Alberti. Por 100.000 pesetas, me seguía regañando mi buen amigo, Alberti hubiese ido a Toledo de rodillas. Yo aguanté el recoplón sin rechistar.
Ahora menos «fascista» me parece Sánchez Dragó que Savater. Cuando Antonio Martínez Sarrión tildaba de ese modo a Savater, los amigos tomábamos como bastante exagerado el calificativo conferido al filósofo por parte del «novísimo» (incluido en la antología Nueve Novísimos de Castellet) poeta albaceteño. Recuerdo un par de días que pasé en Alcázar de San Juan con el poeta valenciano Jaime Siles, invitado a dar una conferencia en un instituto por dos profesoras de Clásicas. Paseábamos él y yo y alguna vez salió lo que decía Sarrión sobre Savater. Volvimos a coincidir en que nuestro entrañable amigo Antonio Sarrión se pasaba un pelín.
A Savater lo considerábamos un tío majo, simpático. Y lo era. Valorado por su oposición al régimen franquista. Por su valiente oposición a ETA, vasco de nacimiento y residencia. Destituido de su cátedra. Nos gustaban sus libros, su ética para mi homónimo, quiero decir Ética para Amador. Sus divertidas ficciones. Traductor del filósofo rumano, pero escritor francés, Emil Cioran. Claro que a Cioran le hubiese dado igual que Savater fuese fascista o no. A Cioran le agradaba poco la gente. Savater era su traductor, lo recibía en su apartamentito de París, se llevaba bien con él, aplicaba su máxima: «La afabilidad es mi máscara». Savater es ateo. Escribió un magnífico libro en recuerdo de su querida compañera Sara Torres, que falleció en 2015, muy bien escrito, muy emotivo, agradecido con gran calor hacia su pareja.
Yo he tenido el valor de «tragarme», disfrutándolos -que conste- los tres gruesos volúmenes de memorias de Luis Antonio de Villena, donde relata sus correrías con Savater en la busca de chicos para ligar. Pues Savater, lo dice él mismo, es bisexual. Luis Antonio de Villena, ¡otro que tal baila! En la pandemia coincidimos en una cena que se celebró en la casa de un artista de Valdepeñas. A la mesa, yo estaba sentado junto a él. En un momento dado clamó: ¡Que se muera Pedro Sánchez y su familia! Yo le miré medio sonriendo, fingiendo asombro, a lo que replicó a mi gesto: Y si tú apoyas a Pedro Sánchez, ¡que te mueras también tú y tu familia!
Cuento todo esto por la indignación que me ha producido el último artículo de Fernando Savater, su columna sabatina en El País, 4 de noviembre, titulado «Hipocresía». Esas columnas la verdad es que repiten, generalmente, semana tras semana, su insolencia involucionista. «Hipocresía» trata del grave problema de la pederastia cometido por la Iglesia Católica donde Savater desprecia la relevancia de tal problema, escribiendo con ligereza e inexactitud: «Seguro que ha habido magreos indebidos en colegios religiosos, en institutos laicos, en consultas médicas, en gimnasios, en probadores de grandes almacenes, en la mili y sus derivados, en la sala de espera de dentistas, en transportes públicos, en familia…” A la vez que también desprecia las cifras dadas por el Defensor del Pueblo en su informe: «Parece que se documentan unos 400 y luego, aplicando el embeleco de la estadística, otros 400.000.» Incurriendo en una salida chusca a la situación: «A mí, perdonen la franqueza, me quita menos el sueño que a Sánchez dormir con Pablo Iglesias.» ¡Qué desfachatez! El cochambroso artículo ha sido respondido, justamente, a las pocas horas, con más indignación que la mía, por el escritor Alejandro Palomas, que sí padeció abusos. Si se puede acceder a esta protesta, siendo suscriptor de El País, aquí va el enlace.
Fernando Savater cada vez se parece más al mamarracho de Federico Jiménez Losantos. En el citado artículo, además de no aceptar el peso de esos delitos de pederastia, sin reconocer lo vergonzoso que resulta que el cura o el fraile baboso exhiba su sexo a un niño ¡nada menos que de tan sólo siete años!, y reprochando a medios de comunicación difundir estos feos asuntos en lugar de otras cosas (entre esos medios está El País, sustento de Savater), el escritor mezcla churras con merinas argumentando que el abuso no está realmente en la pederastia clerical, sino en la pretensión de la amnistía sostenida por Pedro Sánchez, rematando que «ellos [la izquierda], tan demócratas, promulgan una amnistía que se cisca en los derechos de 47 millones y medio de españoles. El mayor abuso.»
Una vez Savater pronunció esta solemne declaración: «He sido un revolucionario sin ira; espero ser un conservador sin vileza.» Pues no ha cumplido sus anhelos. Las redundantes expresiones de sus artículos publicados en un diario que no le cuadra, lo convierten, pese a sus méritos anteriores, en un deleznable personajillo vil.