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El feudo de los Grimaldi

Contemplando Mónaco desde las alturas de la moyen corniche entre La Turbie y Roquebrune (Roccabruna, antes de su incorporación a Francia) no cabe ninguna duda de que al linaje de los Grimaldi le ha sonreído la fortuna. Una prominente familia de marinos genoveses ─y a ratos piratas─ se apoderó de la Roca de Mónaco en el siglo XIV y así hemos llegado hasta el siglo XXI: si bien bajo la tutela de Francia desde el tratado de 1861, todo hay que decirlo, con la familia Grimaldi como titular de uno de los pocos microestados que quedan en Europa. La analogía con la manera de llamar a Múnich/München de los italianos ─Monaco di Bavaria─ me llevó a pensar que el nombre del principado tenía que ver necesariamente con algún monasterio ─preferentemente benedictino─ allí fundado. En este viaje aprendí que el nombre viene de uno de los avatares de Hercules, Hercules Monoikos, “de una sola casa”, héroe tan ligado a la península itálica, a Hispania, al norte de Marruecos, porque en el promontorio de la Roca de Mónaco hubo un templo dedicado a su culto. Según la tradición local, en un trabajo extra de los doce consagrados en el canon hercúleo, el héroe construyó el “Camino de Hércules” que comunica Italia con la Galia, un camino que nos recuerda naturalmente el décimo de sus trabajos, la recuperación del ganado de Gerión en las Islas Rojas, cuando al llegar al lugar donde se unían Hispania y África abrió con sus manos un paso entre las aguas del Mediterráneo y el Atlántico para acceder con mayor facilidad a la isla de Eritia, tal vez Sancti Petri, al lado de Cádiz, ubicando una columna a cada lado del nuevo estrecho para que su hazaña fuese recordada. Aníbal, en su trayecto desde la Galia a Italia siguió el “Camino de Hércules” del sur de la Galia y se presentó como un segundo Hércules. Varios príncipes de Mónaco también adoptarían el nombre del héroe grecorromano de modo que quedase muy clara la prosapia de la familia Grimaldi.

Los Grimaldi, temerosos de que otra familia genovesa que no fueran los Grimaldi ocupara la signoria de la ciudad, crearon una facción güelfa junto con la familia Fiaschi. En 1271 las tornas se pusieron en su contra y fueron expulsados de Génova, no quedándoles otro remedio que atrincherarse en sus castillos en la costa de Liguria y de Provenza. Todas sus alianzas, con Carlos de Anjou, con el Papa, para recuperar el control de Génova fracasaron. La Roca de Mónaco fue una de las piezas más importantes de esta partida de ajedrez genovesa. La facción güelfa (Fieschi, Grimaldi) y la gibelina (Doria, Spinola, de tanta importancia en la historia de España) fueron alternándose en el control de un castillo que gozaba de una ubicación ideal para lanzar operaciones navales contra Génova. El relato de  un Grimaldi y sus compinches disfrazados de frailes franciscanos entrando subrepticiamente en el castillo de Mónaco es, eso mismo, una leyenda. En 1353 una flota veneciana y aragonesa derrotó en Cerdeña a la flota genovesa, que quedó prácticamente aniquilada en la batalla. Temerosa de una invasión aragonesa, Génova pidió ayuda al Señor de Milán. En 1395, una rama de la familia Grimaldi aprovechó las dificultades de Génova para apoderarse de Mónaco. Ese es el origen del principado de Mónaco y de la fortuna de los Grimaldi. Los Grimaldi compraron a la Corona de Aragón la Roca de Mónaco en 1419 y desde 1612 fueron reconocidos por Felipe III como “Príncipes de Mónaco”. Basculando durante mucho tiempo entre los intereses de Francia y la monarquía hispánica, tras el interregno napoleónico, el Congreso de Viena restableció el principado en 1815 y lo puso bajo el protectorado del Reino de Cerdeña. El tratado de Turín de 1860 entregó a Francia Saboya, el Condado de Niza y la mayor parte de los territorios del principado monegasco: Castillon, Eze, Mentone y Roccabruna. Francia y el Principado sellaron el tratado franco-monegasco de 1861 que ratificaba esa cesión y dejaba el principado reducido a la Roca de Mónaco y a Montecarlo. El siguiente giro de la ruleta, algo nunca mejor dicho que en Montecarlo, fue dejar de cobrar impuestos a los ciudadanos del principado, lo que determinó que obtener la nacionalidad monegasca se convirtiera en un preciado premio. Si Hércules levantara la cabeza.

 

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