De los buenos sueños se puede despertar como de una pesadilla. Agitado, desubicado, sin saber en qué cama se está ni quién habita nuestro cuerpo. Eso le puede pasar a varias naciones que habían comenzado procesos de cambio revolucionarios (al menos en lo cultural y en las relaciones de poder).
Bolivia, Venezuela, Ecuador o, ahora, Perú, pueden despistarse del cambio histórico por culpa del neodesarrollismo de sus gobiernos. No sé si atrapados en las viejas fórmulas marxistas (tan industriales como las capitalistas, aunque los medios de producción no quedaran en las mismas manos), encandilados con el maná prometido por petroleras y mineras, o necesitados de fondos para mantener los países a flote en una economía occidental capitalista, pero se está tomando distancia del proyecto comunitario a cambio del proyecto extractivo.
Algunos críticos de los que defendemos lo comunitario afirman que estos países tienen el derecho -y la necesidad- de explotar sus recursos naturales. Es posible. Pero no a cambio de sus comunidades ni de sus nuevas constituciones.
El caso más llamativo es el de Bolivia. El Gobierno de Evo Morales -que camina entre el indigenismo, la presión cocalera y el marxismo de libro de García Linera- está dilapidando buena parte de su credibilidad nacional e internacional por una carretera que va a construir -en contra de las comunidades- a través del parque nacional del TIPNIS.
La decisión de Evo, que ha ninguneado, amenazado y agredido a la marcha indígena pacífica que trata de llegar a La Paz, está dinamitando la nueva Constitución del Estado Plurinacional y puede suponer el fin de un sueño y el inicio de una pesadilla en que el juego de las mayorías no apacigüe la realidad de las minorías.
Ojalá me equivoque. Ojalá se retome el rumbo. Mientras, Correa seguirá inaugurando Ciudades del Milenio, con el dinero del petróleo, mientras encarcela a líderes indígenas acusados de terroristas. Conciliar cosmovisiones no suena fácil, pero aplastarlas es suicida.