«Aunque no hubiera crisis, habría desempleo», afirmó Luis Solana, ex presidente de Telefónica, en el Encuentro sobre tendencias científico-tecnológicas organizado en la Uned por el equipo del sociólogo José Félix Tezanos y que se ha celebrado los días 8 y 9 de abril. Gregorio Martín, catedrático de Ciencias de la Computación y del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia, recordó estudios que apuntan a que únicamente un 42% de la destrucción de empleo que se produjo entre 2007 y 2013 se deriva de la caída del PIB. Antonio Pulido, catedrático de Economía Aplicada, se refirió, por su parte, al informe del World Economic Forum que concluyó que por cada siete millones de puestos de trabajo perdidos sólo se generan dos millones, lo que arroja un saldo negativo de cinco millones de empleos destruidos ligados a la tecnología y la robotización. Ha desaparecido, por tanto, la ilusión en que los empleos destruidos sobre todo en la industria por los avances habidos en las últimas décadas se compensarían, y con creces, con los surgidos en otro tipo de actividades, especialmente ligadas con los servicios. De hecho, el sector servicios, comenta Gregorio Martín, se está viendo amenazado por la creciente desintermediación, por la creciente tendencia a que los usuarios mismos sean los que nos resuelvan los problemas bancarios, las vacaciones y todo tipo de compras. Los despidos que han anunciado varias entidades financieras en los últimos días son muestra de que estamos ante un fenómeno imparable que no tiene respeto por nadie, ni siquiera por quienes forman parte de la élite financiera, también en cuestión y reemplazable ella misma también por máquinas y algoritmos.
Es posible, como apunta el experto en computación, que estemos mejorando nuestra experiencia como consumidores, a cambio de empeorar nuestra posición como productores. El producto digital continuamente actualizable, ubicuo, accesible, con coste marginal tendente a cero, hacia los límites de la gratuidad, tiene esa doble vertiente: disfrute como consumidor, sufrimiento y hasta prescindibilidad como productor asalariado. «En busca del bienestar nos hemos encontrado con el desempleo», remata Gregorio Martín. La fiebre emprendedora está, posiblemente, sustituyendo empresas tradicionales por otras que, en opinión de este experto, no son propiamente empresas: ni Uber ni Airbnb lo son, dado que su única labor es poner en contacto a unos con otros, poner en marcha una, según ha acuñado, «economía colaborativa de peaje». O como señaló Javier Echeverría, profesor investigador del CSIC: «La innovación surge de los usuarios. Ése es el futuro. El conocimiento lo tienen los usuarios y las empresas lo saben bien. Ahí reside el éxito de Facebook y de Twitter. Por eso son gratis, porque los productos somos nosotros mismos».
Estas cuestiones, la creciente digitalización, la robotización cada vez más presente en las fábricas, las evidencias empíricas que muestran los expertos no sólo en cuanto a la destrucción de empleo, sino también respecto a la devaluación del valor del factor trabajo porque cada vez participa menos de la riqueza global, no están siendo atendidas en su justa medida por parte de los poderes públicos, ni siquiera por las fuerzas políticas de progreso. En ninguna de sus vertientes: la primera, y más directa, es decir, la disminución del número de puestos de trabajo y las consecuencias en cuanto a reducción de recursos en manos de los trabajadores, con su inmediato efecto en la caída del consumo y la contracción económica; la segunda, indirecta, y con repercusiones a más largo plazo: ¿Qué hacer con un Estado de Bienestar que se financia sobre todo con impuestos sobre un trabajo menguante tanto en número de empleos como en precio?, ¿qué hacer con un sistema en que sólo el empleo genera derechos presentes y futuros?, ¿qué pasará cuando las generaciones que hoy se quedan sin trabajo lleguen a la edad de jubilación sin el colchón de sus aportaciones a la Seguridad Social?
Alguna respuesta a estos retos hay, es verdad, aunque no sabemos si del todo satisfactoria. Luis Solana, por ejemplo, afirma: «O la juventud se hace empresaria o aquí sólo tendremos camareros y parados». También: «La Universidad debe transformar el conocimiento en empresa». Además: «El fracaso ya no va a ser maldecido. Va a cambiar. La gente va a presumir de sus proyectos fracasados y de que ahora está en otro».
¿Será suficiente?, ¿de verdad hay hueco para todos?, ¿las nuevas empresas serán tan masivamente creadoras de empleo como las de la economía industrial?, ¿qué colchón social hay que construir para que los jóvenes puedan permitirse errar una y otra vez con sus proyectos innovadores aunque los departamentos de recursos humanos, aunque los evaluadores de riesgos de las entidades financieras (si no llegan del todo a verse sustituidos por algoritmos) terminen por ver valor en los fracasos? A la hora de hablar de juventud y emprendimiento, hay que saber de dónde se parte, de cuál es el contexto en el que nos movemos y Foessa ha realizado un retrato muy preciso sobre la pobreza infantil y juvenil existente en nuestro país y heredada generación tras generación, porque los mecanismos de movilidad social están oxidados. Quizás el modelo que propone Solana ayude a incrementar la brecha social.
«Podemos ser optimistas, pero debemos ser pesimistas», afirma Javier Nadal, presidente de la Asociación Española de Fundaciones, para añadir: «Estamos caminando a pasos agigantados hacia un futuro que puede ser peor que el pasado», con una economía que pierde capacidad de generar recursos, con una economía que se va encogiendo a medida que internet va creciendo. Con ello quiere decir que hace falta política, alta política. Algo que también concede Solana: «Es necesaria una socialdemocracia para la tecnología, una manera nueva de repartir la riqueza, que ya no puede ser sólo con impuestos».
Solana reconoce que cuando nos preguntamos cómo va a ser el futuro, hay que añadir «para quién», porque el porvenir quizás va a ser mejor, pero hay quien lo tiene y hay quien no lo tiene. Para paliar esta dualidad, esta nueva y creciente estratificación social al calor de la tecnología, según Solana, «todos los políticos están desarmados ideológicamente ante lo que está pasando». Echeverría da otro consejo amparado en un Schumpeter dado la vuelta: «La innovación es creadora, pero también es destructora. La innovación genera males. Por ahí hay que empezar». En el eterno debate entre apocalípticos e integrados, los primeros parecen que se han hecho dueños de la razón.
Las cuatro «R» para resolver el problema del empleo
Enfrentándose a la evidencia de la destrucción de puestos de trabajo, a la evidencia de que no hay empleos para todos, Gregorio Martín realiza una serie de propuestas, las cuatro «R». En primer lugar, relajar formas y exigencias de vida y consumo: «Relajar el trabajo supone rebajar las horas de trabajo a la semana e incrementar el descanso entre los periodos de trabajo, pero en ningún caso dejar sin la oportunidad de trabajar a una parte de la población, ya que a largo plazo ello puede ser un mecanismo desestabilizador (…) Se puede considerar una falsa recompensa trabajar cantidades irracionales de horas como si la gente encontrara su alma solamente en lo que consume y compra (…) Recurrimos al verbo relajar para intentar diluir el actual papel de la meritocracia. El principio que para prosperar hay que trabajar duro ya no es tan sólido y seguro (…) Obviamente este enfoque no es compatible con un aumento constante del consumo y es una opción bastante incompatible con las visiones del capitalismo actual. No adelantemos acontecimientos, pero empecemos a debatir con todas las opciones sobre la mesa». En segundo lugar, repartir el trabajo existente. En tercer lugar, reeducar a las personas para vivir en la digitalización: «Para que los principios anteriores basados en la relajación y el reparto sean viables las personas deben estar dispuestas a afrontar distintos empleos a lo largo de su vida». Por último, la redistribución de las ganancias en la era de la digitalización, planteándose el derecho de propiedad de las máquinas e instalaciones, que no puede ser el mismo que el heredado de la época industrial y del sistema feudal; así como los ingresos de los más preparados, con más posibilidades de emplearse y con mejores sueldos, para asignarlos a aquellos con menos habilidades y menos acceso a un trabajo, porque, «el objetivo no reside en estar entre los más preparados, sino en tratar de dar unos ingresos razonable para el resto de ciudadanos» y «redistribuir es complementario a repartir, ya que si mantenemos la idea de mantener unas ocupaciones muy bien pagadas aunque se dediquen menos horas a ellas, conviviendo con otras de retribuciones muy bajas, el resultado del reparto acabará manteniendo desigualdades muy importantes como las actuales en las que determinadas retribuciones en una misma empresa suponen diferencias salariales que suponen distintos órdenes de magnitud».
En definitiva, Gregorio Martín propone un nuevo modelo laboral, pero también un nuevo modelo redistribuidor de renta y riqueza. El empleo tal y como lo conocemos tiene un par de siglos. Puede desaparecer. De lo que se trata es de sustituirlo por algo mejor de lo que había antes.
Si no hay una reacción a tiempo, si no se adapta el mercado de trabajo a la nueva realidad, si los derechos económicos y sociales de las personas no se desvinculan de su carácter de trabajadores y se ligan a su pertenencia a la especie humana, si tienen razón quienes hablan (muchos de entre los ponentes) de la existencia de límites a la innovación, que podrían estarse tocando ya, puede llegarse a una situación de colapso social, que tendría lugar, quizás, en un contexto de «biocracia» (término acuñado por Juan Ramón Lacadena, catedrático de Genética de la Universidad Complutense de Madrid, que también participó en las jornadas de la Uned), en un contexto en que los genes se pueden editar, en que el que ser humano se podría rediseñar, en el que, en definitiva, a la brecha social, económica, tecnológica, podría unirse la biotecnológica.
De momento, como apunta Emilio Muñoz, coordinador de la unidad de investigación en cultura científica, del CIEMAT, «la economía que se está aplicando es contraevolutiva; no hay debate científico, porque de lo contrario las medidas no se tomarían como dogmas; lo que se está haciendo ahora en economía muestra un total desprecio del método científico; en términos biológicos, se está involucionando; la cooperación y el altruismo fueron fundamentales para la evolución».
¿Volver al pasado? Sólo puede ser una decisión individual o a pequeña escala.
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