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El fotógrafo y su modelo

 

 

 

La fotografía es la trampa en la que cae el tiempo, apresado en el cuarto oscuro de nuestra cámara. El tiempo detenido es tan delicioso como un canario que canta en su jaula. Desde los bordes del papel o la pantalla, nos devuelve la alegre música de la juventud perdida. Tal como éramos. ¿Quiénes somos ahora entonces? ¿Los portadores del deterioro de aquellos cuerpos jóvenes? ¿Los disolventes de aquellas cándidas ilusiones que asomaban por nuestros ojos? Seguimos siendo aquellos mismos seres, aunque más experimentados; es decir más apaleados y machacados, pero no por ello domesticados.

 

El fotógrafo y su modelo jugaban con la eternidad sobre un alto espejo de pared, en un aula de danza de la Escuela de Arte Dramático, en las traseras del Teatro Real de Madrid. Mayo de 1985 y ya se buscaban como dos seres simbióticos. La misteriosa y profunda belleza de esta ninfa cordobesa, necesitaba del ojo de la cámara de su amigo fotógrafo, para perpetuarse; ninguno como él sabía mirarla. Bastó un solo disparo para captar esta imagen. El tiempo se sintió voyeur con la hermosa Conchita Cortés, y se reclinó en la tabla de la banca -donde se apoyaba el joven Faba- para contemplarla. 

 

Esta fotografía ilustró el editorial del número cinco de la revista Teatra, (Teatra de Cámara, dedicado por entero al arte fotográfico), y cuyas páginas igualmente cerraba con un detalle de su cuello y oreja con pendiente de flamenca. La foto salió además en televisión, en el programa Metrópolis, que siempre fue boletín televisado de las artes de vanguardia.

 

Pero sobre todo, y más importante: a lo largo de toda su vida, modelo y fotógrafo no han dejado de jugar a mirarse y retratarse. Desde que Faba se hizo pintor definitivo, a la par que dibujante, la única modelo femenina con la que ha contado, ha sido su bella de Córdoba, que ahora reina por toda la ciudad de Buenos Aires.

 

Antes de su partida transoceánica, le hizo Faba en un solo día más de mil fotografías. Quizás de todas ellas, la más reconfortante fuera, la que disparó sobre un espejo, capturando a su modelo, junto a su propio cuerpo y su cámara, como sucediera 25 años antes.

 

El tiempo es un ferrocarril implacable que avanza hacia su destino. Cada retrato que hacemos, es una parada forzosa en su viaje.

 

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