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El fracaso, esa terrible palabra, cómo aceptarlo y afrontarlo (última parte)

“El Ajedrez sirve, como pocas cosas en este mundo,

para distraer y olvidar momentáneamente las

preocupaciones de la vida diaria”.

(J. R. Capablanca)

 

…(continuación final del artículo anterior).

 

Hasta este momento se ha hablado del fracaso, del inevitable error que uno, tarde o temprano cometerá (porque, afortunadamente en ajedrez, uno nunca puede ganar siempre) y de cómo afrontar el fracaso, el fallo, la imprecisión, el “despiste”, la decisión errónea y convertirla en algo de provecho –o por lo menos intentarlo, que eso, en principio, nos aleja del rotundo fracaso que es cuando uno se acobarda–, pero, qué pasa cuando ocurre lo contrario, es decir, cuando el éxito nos conduce al fracaso.

 

En principio esta afirmación suena paradójica. Uno está en el “techo del mundo”, la gente aplaude, los flashes no se detienen, autógrafos por aquí y por allá, entrevistas, reconocimientos, trofeos, dinero, ¿cómo es posible que todo eso pueda conducir a una persona al fracaso? Sencillo. Porque el éxito y los halagos pueden hacer creer que todo está bien, se hizo todo perfecto, no hay que cambiar nada y todo seguirá igual. Grave error porque, mientras la persona que, momentáneamente está disfrutando de su éxito, victoria o triunfo, el “perdedor” está analizando sus fallos, sus errores, el por qué cometió tal o cual decisión errónea y, cuáles fueron los movimientos o decisiones que llevó al otro jugador a vencer, con este proceso lo que está haciendo el “perdedor” es aprender de sus errores, superarse, entender y analizar las razones de su “no-éxito”, mientras que el vencedor, está sentado plácidamente en el sillón disfrutando de los halagos y no repara en que, el vencido, después de aprender de su derrota será más fuerte, más inteligente, habrá estudiado sus fallos y, lo que es muy importante, habrá estudiado cómo vencer a su rival.

 

Esa es la razón por la que el éxito, si conduce a un estado de apoltronamiento, puede ser perjudicial. El vencedor tiene que tener un punto de autocrítica, aún cuando la victoria haya sido “fácil o rápida” porque siempre, siempre –y que esto quede claro–, siempre se comenten errores, no existe una partida de ajedrez perfecta, siempre hay errores.

 

Quizá esa sea una de las razones por las que tanto fascina, porque entrena el sentido de la autocrítica (si el ego lo permite, claro), entrena la búsqueda de la verdad.

 

Todo esto lo sabe muy bien Kasparov que, en el año 2000 perdió el título de Campeón del Mundo contra su alumno protegido, Vladimir Kramnik, y que, como comenta en retrospectiva en su libro “Cómo la vida imita al ajedrez”, cometió el fallo de que, siendo el número uno durante veinte años (récord difícilmente superable) y siendo Campeón del Mundo, se durmió es sus laureles, como él mismo dice. Creyó que, por llamarse Gary y apellidarse Kasparov, nunca podría perder ese título. Así que aflojó el ritmo, olvidó que Kramnik había tenido durante años acceso al arsenal de aperturas e ideas de Kasparov; olvidó que había sido su alumno más aventajado; olvidó que, aun llamándose Kasparov, comete errores, que siempre hay errores y que hay que aprender de ellos; olvidó todo eso, llegó al encuentro confiado en ganar por ser “él”. Grave error. Perdió el título sin haber podido ganar una sola partida.

 

Como conclusión a estos tres capítulos y haciendo una breve recapitulación, se podría decir que la derrota existe y existirá y todos, sin excepción, caeremos en ella, la diferencia y lo importante es que esa derrota no se transforme en fracaso, es decir, que se desista de volver y volver y volver a intentarlo.

 

“He fallado una y otra y otra vez en mi vida, es por eso que he triunfado»


«He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 juegos. 26 veces han confiado en mí para el tiro que ganaba el juego y lo he fallado. He fracasado una y otra vez en mi vida y eso es por lo que tengo éxito» 

(Michael Jordan)


Mikel Iker Menchero Pérez

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