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ArpaEl fútbol, lo que no cambia

El fútbol, lo que no cambia

 

Decía el filósofo Toni Negri que el fútbol al igual que la revolución requiere de energía. Hay que poner el corazón en ambos campos para poder disfrutarlos. En El secreto de tus ojos, la excepcional película de Juan José Campanella e interpretada, entre otros, por Ricardo Darín, Soledad Villamil y Guillermo Francella, uno de los personajes hablaba sobre lo que el ser humano nunca cambia a pesar del paso de los años, hablaba de las pasiones y en concreto la pasión hacia tu equipo de fútbol, en este caso particular referido a Rácing de Avellaneda, razón de peso suficiente, dado que la Academia es motivo de pasiones y todo un estilo de vida aparejado al club residente en el Cilindro.

 

El fútbol es vivir desde las sensaciones, desde los olores, los sabores, la conversación, la compañía. Sentir el fútbol significa conocer el primer aroma de la hierba recién cortada, el olor a linimento, las sensaciones que evocan ambos, sobre todo en ese jugador de fútbol que de repente deja de jugar. El fútbol es acordarse de la compañía, de esa persona cercana con la que íbamos al estadio, el abuelo, los padres, los hermanos, los amigos del barrio. El sabor y la intensidad de la almendra garrapiñada que venden en los aledaños, el choripán que nos marcará para siempre los descansos de los partidos, ese chocolate caliente que nos devuelve el tacto en el entretiempo de esos encuentros de invierno en los que el aliento se queda congelado por un ratito tras haber festejado el gol.

 

La compañía es conversación, es controversia, es discusión, el fútbol nos hace sentir vivos al compartir momentos, al evidenciar la diferencia ante la derrota o el pertenecer a algo que nos engloba a tantos al festejar la victoria, con auténticos desconocidos con quienes nos identificamos a través de unos colores.

 

El fútbol entendido desde la competitividad es supervivencia, tener conciencia de las debilidades propias y esconderlas para no sufrir las consecuencias, sacar a relucir nuestras fortalezas para jugar con el factor psicológico del miedo, de la duda. Cuando a Nereo Rocco le deseaban suerte y terminaban con el dicho “que gane el mejor”, él siempre contestaba: “espero que no…”. Él entendía el juego como un choque de fuerzas en el que trataría de sacar partido del trabajo ajeno para beneficiarse. Empezó como “el derecho del débil” hasta convertirse en toda una filosofía que abarca los sentimientos futbolísticos de un país. “Jugar a la italiana” es saber sacar provecho de la ventaja, conociendo de antemano las particularidades de uno mismo.

 

El fútbol es cultura popular. La calle educa a través de la picaresca y la pillería. Jugar con chicos mayores, más fuertes, obliga a ser más inteligente, más rápido, a sacar ventaja de las características del terreno, de la pared, del bordillo de la vereda, de la piedra que estratégicamente está situada en un sitio incómodo pero que nadie mueve, de la señora que pasa con la bolsa de la compra. Pasión por vivir horas y horas jugando en la calle hasta que un grito matriarcal nos despierta del ensueño, sí, perdónenme, matriarcal, porque no es la primera vez, ni será la última que un padre que va en busca de su hijo acaba involucrado en el partido para convertirse en uno más.

 

Jugar, compartir, respetar los códigos, defender valores, sufrir conjuntamente y vivir emociones que de ninguna manera podríamos experimentar de otra forma.

 

El fútbol jugado o visto desde el estadio tiene un sentido de comunidad incomparable. La camaradería inunda el espacio, todo el estadio o el metro cuadrado que nos separa de quien tenemos al lado. En el fútbol los momentos lo son todo y esos pequeños instantes permanecerán en nuestra memoria para siempre, cada uno tiene los suyos: ese beso furtivo que pretendemos que nadie vea en la inmensidad del estadio y que es captado por la indiscreción de una cámara, ese abrazo espontáneo, el grito que nos levanta del asiento y aleja la vergüenza que supondría en cualquier otra situación, el impacto visual del verde del terreno de juego en la primera impresión al llegar al estadio, los papelitos que lanzan cuando salen los equipos, ese oro y azabache de los equipos populosos y ese tricolor identificativo de los nativos del lugar, la banda sangre, el dorado y azul del barrio, el mosaico blaugrana, el grito colchonero, los bianconeros, neriazurros, rossoneros, giallorossos, los reds… El color lo es todo y a partir de la variedad cromática las sensaciones y sentimientos irán marcados con fuego en el corazón del penitente que se enamora de este deporte.

 

Jugar, percibir, dirigir. El liderazgo ejercido a la hora de convencer a los tuyos para dejarlo todo en el campo, pero no de cualquier manera, no, sino de la forma en que nos identificamos con el juego, con nuestra propia cultura de club, con las particularidades que gustan a los nuestros y que después que digan lo que quieran. Cada Rocco tiene su Michels, cada Pep su Mou, cada Revi su Shankly, y Zubeldía era así porque debía serlo. Estudiantes envueltos en piel de cordero mordiendo como lobos, estilizados melenudos totalizando el fútbol, italianos bajitos vendiendo su pellejo a precio de oro y compitiendo, siempre compitiendo, brasileños con arte y licencia para la fantasía y los del Río de la Plata, de ambos lados, con la lengua afilada y la pelota en el piso y a sufrir viviendo, a vivir jugando. Y aquí, aquí también, porque ser del Athletic tiene solera y el Betis representa a toda una hermandad, el madridismo solo entiende de victorias y los colchoneros de vivir en el alambre, no todos son lo mismo, cada uno con los suyos y el Barça viviendo la excelencia propia de ser más que un club y en Vigo corren y vuelan disfrutando del toque, mientras Coruña regatea y te mira insolente. Gijón es Mareo y allí se respira solemnidad e historia, el fútbol que nos forma, que nos marca y así en tantos y tantos sitios.

 

No es trivial el fútbol, a pesar de que siempre existirá quien lo quiera tachar de superficial, de ufano, de vacío, ese que es capaz de leer y contar lo que lee, esos pecados de soberbia y de elitismo impropio de cualquier amante del buen fútbol. Porque el fútbol, al igual que la literatura, no se cuenta, se disfruta mientras lo vives. Un libro lo discutes, lo analizas. El fútbol lo compartes y lo gritas y eso no te hace ser menos culto, más impío. Al contrario, te hace más humano, más persona.

 

El fútbol es emoción y pasión, es dolor, es ruido y silencio, el grito del gol, el susurro de la derrota inmerecida, la dureza del momento del fracaso, la revancha, el pecho hinchado, las ganas de más, el mirarse a los ojos y no sentirse inferior a nadie. El fútbol es así, simplemente porque nosotros somos así.

 

El fútbol es humano, el fútbol es fútbol.

 

 

 

 

Álex Couto Lago es entrenador de fútbol, máster profesional en fútbol y licenciado en Económicas. En Twitter: @AlexCoutoLago 

 

 

«AMEN. Grassroots Football». Jessica Hilltout.

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