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Mientras tantoEl futuro de indicativo no existe

El futuro de indicativo no existe


Una amiga profesora de francés me contaba el otro día que los libaneses, brillantes a la hora de aprender idiomas, fallaban estrepitosa y unánimemente en la prueba de redacción consistente en escribir algo sobre el futuro. ¿Cuáles son tus planes para el próximo verano?, ¿dónde te ves dentro de cinco años?, o el incluso más temible ¿qué pasará mañana…? Entonces venía el bloqueo absoluto, el bolígrafo inmóvil sobre el pupitre incapaz de sobreponerse a la atroz pregunta.

 

Para nosotros, los despistados occidentales, puede resultar extraño, pero el terror de un libanés ante el futuro se vuelve aquí más comprensible. Al igual que los rusos se desvanecen por momentos en el presente, inmenso y vasto como la misma Rusia , se diluyen en un verbo ser imposible de aprehender cuando solo se sueña con el ideal; los libaneses sufren la más completa de las parálisis cuando se les obliga a pensar en futuro de indicativo. El futuro aquí no existe. No es una hoja en blanco esperando la firme voluntad del que escribe. En Oriente Medio todos son víctimas y todos son, en parte, responsables.

 

Cualquier día todo puede desmoronarse. La gente guarda dólares debajo del colchón con los que pagar un taxi que los conduzca a Siria, los más afortunados escaparán en avión rumbo a algún país extranjero y muchos, si no hay dinero, se quedarán y morirán en su tierra. Es así de simple. El futuro es un ente inconsistente, una aparición demoníaca que ha deparado, en no pocas ocasiones, dolor, muerte y sufrimiento. Queda, pues, un desgarrador presente que los devora pero al que al menos es posible asirse con manos de hierro. La belleza y el dinero hoy son tangibles, la cursilería y los brillos de colores de un mundo de princesas  logran esconder ese rojo tan lejos de la vida de las manchas de sangre…

 

Sé muy bien porque me atraen los países como el Líbano. Porque me permiten llevar la hastiada vida, mi fatigada vida, hacia el extremo, donde se acaban todos los caminos; porque me recuerdan que todavía existen meandros alternativos y atronadores que conducen hasta el mar, porque el futuro es aquí un misterio, aunque para ellos quizá, sí, sea un final.

Mientras que en Europa la débil sombra del ser humano sólo me produce indiferencia, es en los límites, en las aristas más oscuras, retorcidas y agujereadas de la carne, donde es imposible no detestar y admirar al mismo tiempo al hombre. Odiarlo porque volverá a tropezar una vez más con la misma piedra y respetarlo porque se repondrá, empezará de cero y volverá a mirar el mundo con la misma ilusión estúpida de un niño.

 

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