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El futuro del pasado y las mentiras de la verdad. Respuesta a Faber sobre Cercas y ‘El impostor’

 

1. Empieza mal

 

En España hay poca polémica literaria, y los libros de periodismo literario, literatura de hechos ciertos o no ficción, por su poca repercusión en general y por el poco interés que despiertan en la crítica literaria, suelen ser recibidos con un silencio descorazonador. Por eso me interesó mucho la larga diatriba del catedrático de estudios hispánicos Sebastiaan Faber contra El impostor, de Javier Cercas. Faber ha leído el libro con atención (y saña), lo explica y lo desmenuza. Esto, la base de la crítica, es inusual aquí y se agradece.

 

Sin embargo, comienza su profundo análisis de una forma asaz superficial, efectista y absurda. Su primer error, que muestra que no sabe de lo que habla, está en la primera frase, contundente: “La ‘novela sin ficción’, cuya patente española tiene pendiente Javier Cercas, es como la cerveza sin alcohol: un producto algo aguado, cuyo empalago apenas sirve para esconder su naturaleza puritana”.

 

Primero lo superficial pero divertido tratándose de un gran profesor que dictamina cómo escriben los demás: una metáfora debe ser clara, unívoca, y no entrar en contradicción consigo misma. Cuando comienza diciendo que un género es “aguado” y al mismo tiempo “empalagoso”, es que comienza mal.

 

Pero lo peor viene después: usa como únicas obras para demoler el género una obra anterior de Cercas, Anatomía de un instante, y esta última. “Los dos ejemplos del género producidos hasta la fecha”, dice Faber. ¿Se puede dictar sentencia desde semejante ignorancia?

 

¿Cómo justifica tamaña descalificación de todo un género? Con su crítica a El impostor. Punto. ¿Se imaginan una descalificación de todo el cine italiano (o de todo el cine de ficción) a partir de una crítica a La vida es bella? ¿O a las novelas realistas, o todas las novelas, y después hablar sólo de un par de obras de Paulo Coelho? ¿No es un absurdo y un insulto a la inteligencia?

 

Él mismo delimita su campo al decir que Cercas es el “dueño no oficial” de la marca. Como ha dicho esto, ¿para qué leer a nadie más? Pero si no ha querido leer ninguna de las cientos de obras que entran en este departamento, y que se publican en todo el mundo cada año, debería prometer que hablará de un solo libro.

 

Lo confieso: yo me siento insultado porque he dedicado un par de décadas a estudiar lo que en Estados Unidos se llama periodismo literario, en Latinoamérica crónica y que, en España, Albert Chillón llama La palabra facticia y yo he llamado en mi estudio del tema Periodismo narrativo.

 

¿En serio un estudioso de la literatura puede juzgar una rica tradición que –sin salir de España, va de Chaves Nogales a Pla y de Vázquez Montalbán a Millás– hablando solo de un libro? ¿Y realmente se siente cómodo al darse a sí mismo permiso, ligando el género a un solo autor en la primera frase, y eso lo eximiera después de hablar de ninguno más?

 

Si Faber hubiera leído a un par de autores del Nuevo Periodismo norteamericano, por ejemplo, jamás tildaría de “puritana” a la “novela sin ficción”. Le aconsejaría la lectura de tres grandes obras literarias “sin ficción”: La mujer de tu prójimo, de Gay Talese; La canción del verdugo, de Norman Mailer y Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson.

 

Y sí, entiendo perfectamente que no está usando el adjetivo “puritana” en un solo sentido. Es que el Nuevo periodismo es esencialmente la lucha contra el puritanismo tanto en el periodismo al uso como en la literatura de su tiempo, y por eso es una revolución en las letras y un revolcón en las redacciones.  

 

 

2. Sigue peor

 

Faber distingue bastante bien los elementos del contenido del libro de Cercas, aunque a sus tres yo agregaría uno. Dice que primero el autor investiga y reconstruye la historia verdadera, la que se oculta detrás de las mentiras de Enric Marco, y que esto lo hace bien. Yo agregaría aquí el elemento del libro que me parece más importante, más original. Se trata de un minucioso examen y destrucción de la narración de Marco sobre su propia vida, las mentiras, que iban mucho más allá de su inexistente paso por un campo de concentración nazi.

 

La parte narrativa, fundamental en algo que se llama novela, está muy bien investigada y escrita, esto lo reconoce Faber. Y este trabajo de demolición de una historia falsa, que junto con la narración de lo cierto de su vida cubre un 60 o 70 por ciento de todo el texto, es necesaria para explicar y justificar las dos últimas partes que el crítico ataca.

 

Sin decir que en el libro no solo se narra la historia de la verdadera vida de Marco sino también la historia de sus mistificaciones e inventos y los encuentros con Marco y muchos otros, y que incluyen hasta un emotivo viaje final del autor al campo de concentración donde Marco no estuvo, no se explica bien de qué va El impostor, cuál es su método y qué quiso hacer el autor.

 

Lo central del libro es este ida y vuelta entre una construcción y una deconstrucción, y es a partir de esta doble tarea que Cercas saca todas sus conclusiones sobre el pasado español.

 

A Faber el penúltimo ingrediente (para él el segundo y para mí el tercero) es nuevamente una ocasión para atacar a todas las “novelas de no ficción”: la autorreferencia. Quien haya leído la novela fundadora de esta etiqueta en Estados Unidos, A sangre fría, de Truman Capote, o las tres que pueden aspirar a este lugar de pioneros en América Latina (Operación Masacre, de Rodolfo Walsh; Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez, y La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska) saben que esta autorreferencia no es de ninguna manera un sello distintivo de este tipo de literatura “de los hechos”. Tampoco si se acerca a algunas de las obras cumbres del padre del actual periodismo literario en Europa, el polaco Ryszard Kapuscinski. El emperador, por ejemplo.

 

Es como si tras leer solamente Lolita uno dijera que todas las novelas de ficción son relatos en primera persona.

 

La autorreferencia es un recurso narrativo, y el “yo” de El impostor es obviamente una construcción literaria. Eso de que hay cero grados de separación entre el autor y el narrador del libro, como aduce Faber, es ignorar lo más básico de la construcción de un texto literario. Si aplicáramos este mismo criterio a la poesía amorosa nos la cargaríamos toda.

 

En el caso de Cercas, hay autorrreferencias que a mí me resultan cargantes, excesivas, de falsa modestia o de sonrojante autobombo, como en sus repetidas referencias a una cena donde Mario Vargas Llosa instó a Cercas a escribir sobre Marco y le dijo que era un tema ideal para él. Pero pelearse con el personaje que Cercas construye para sí mismo, el mismo que viene construyendo desde Soldados de Salamina, no significa descalificar el libro. Yo creo que en muchos momentos esa composición de un narrador falible y en ocasiones desagradable acerca al lector al personaje de Marco, su antagonista. El personaje de Cercas en los libros de un autor con el mismo nombre es una construcción narrativa. La gran mayoría de sus lectores, que él considera conocedores de las corrientes literarias de esta época, lo hemos entendido.  

 

Esto viene de antes, de hace al menos un sigo. Hemingway, Orwell, Miller, Borges, Rulfo, Muñoz Molina, Vila Matas, el mismo Vargas Llosa: todos se meten en sus historias y construyen personajes que son y no son ellos. Este uso de la autorreferencia asemeja a esta vertiente de la novela sin ficción a la novela con, tanto la del siglo XX como la del XXI. Y de hecho, para irnos a los orígenes, este recurso ya estaba en el Dante, el primero que inventó un personaje literario con el mismo nombre y similar biografía a los del autor.

 

 

3. Termina fatal

 

Pero con lo que realmente se ensaña el crítico es con el último ingrediente: “un cuarto de kilo de ensayismo sentencioso y predicador con aderezo filosófico”.    

 

Faber cita numerosos aforismos sacados de El impostor para demostrar su superficialidad y lo ligero de sus sentencias. Sacadas de contexto, suenan a demasiado rotundas y simplistas. Pero no tanto como la frase que abre la crítica de Faber. Y en su contexto, junto con la historia compleja y analizada con profundidad en El impostor, se entienden como conclusiones más atinadas, y en algunos casos, provocaciones que despiertan la atención, el enojo o la perplejidad del lector. Nos obliga a seguir leyendo.

 

Porque para mí y para muchos de los miles de lectores de Cercas, el autor sabe despertar el apetito, alimentarnos con buena prosa, contarnos una historia apasionante y reveladora de algo más, algo que no se dice pero que se sospecha o se teme, como pedía Borges, y hacernos pensar.

 

El historiador Ricard Vinyes, como los clásicos de la memoria colectiva Maurice Halbwachs, Paul Ricoeur, Beatriz Sarlo y Paolo Rossi, tratan el tema de la construcción de la llamada “memoria histórica”. Es injusto pedirle a un relato que abra y recorra todos los caminos de una indagación sobre el tema. Para eso están los historiadores, los filósofos, los ensayistas.

 

Tampoco Soldados de Salamina es el libro definitivo sobre la Guerra Civil Española, ni se le pide que cuente y analice las distintas aristas y dimensiones de esa guerra y su legado. Es una historia, es la búsqueda de dos personajes que tal vez se encontraron en un momento crucial y uno de ellos tomó una decisión singular, pero que nos ayuda a entender la época, el país y la naturaleza humana. ¿Por qué el tal Miralles, si era él, no mató a Sánchez Mazas? Uno de los valores de esa novela es que nos lleva al sitio donde nosotros, sus lectores, nos atrevemos a contestar esa pregunta por nosotros mismos.

 

¿Es El impostor un libro simplista, cursi, “aguado” y “empalagoso”? Yo defiendo con firmeza que no. Creo que es un libro muy bien escrito, que camina del lado de la emoción y no cae en el barranco de la sensiblería, producto de una encomiable investigación documental, que combina dos historias –el camino de las mentiras gloriosas de Marco y el camino paralelo de su vida común y corriente– con una serie de ensayos sobre España y la memoria histórica que al menos a mí me resultaron lúcidos, válidos y buenos para discutir y pensar.

 

Un buen libro no da todas las respuestas: da las herramientas para que nos hagamos las preguntas correctas y nos ayuda a contestarlas en la soledad de nuestra lectura.

 

Por eso, aunque le parezca curioso a más de uno, me gustó también el ensayo de Faber. Estoy en radical desacuerdo con él, pero me ayudó a pensar en el libro de Cercas, que acababa de leer. Y me empujó a escribir este intento de refutación.

 

En resumen, sobre la construcción de un “yo” pedante y sentimental en El impostor, creo que es cuestión de gustos y no nos pondremos de acuerdo. A mí no me molesta, y mucho menos lo condeno por ello. Pero en su condena global a la literatura llamada de no ficción, poniendo un solo autor y un par de sus libros como única prueba, sí creo que Faber no es digno del rigor, la valentía y el buen criterio un crítico literario como él, que se anima a nadar contra la corriente.

 

 

 

 

Roberto Herrscher (Buenos Aires, 1962) es periodista narrativo, reportero especializado en música, sociedad y medio ambiente y profesor de periodismo. Dirige el Máster en Periodismo BCNY, organizado conjuntamente por el IL3-Universidad de Barcelona y la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, donde enseña desde 1998. Dirige la colección Periodismo Activo de Publicaciones de la Universidad de Barcelona. Es autor, entre otros, de los libros Periodismo narrativo (Publicaciones de la UB, 2012) y del relato de no ficción Los viajes de Penélope (Tusquets, 2007). En FronteraD ha publicado Peligrosos acercamientos al otro en al otro en el nuevo periodismo americano: Bowden, Conover, LeBlanc y Orlean.

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