El genio

 

El único chirimbolo Apple que tengo es un iPod. Lo compré por curiosidad, inducido por los desaforados ditirambos de mis amigos macfanáticos. Ya poseía un lector de archivos musicales, un Creative pequeñajo con una pantalla minúscula en cristal líquido monocromo. Aún lo conservo, menos mal.

 

Desembalé el chisme y abrí el manual de instrucciones. Fue una desagradable sorpresa: para utilizar el aparato era preciso instalar en el ordenador uno de esos estúpidos programas de Apple, invasivos hasta la náusea: el iTunes. Tuve que desactivar innumerables automatismos y opciones indeseables. No quería la Biblioteca residente, ni comprar música on-line, ni recibir sugerencias sobre cómo comprimir archivos, ni que el i-Tunes se apoderara de la gestión de mis archivos multimedia, ni que usurpara la función de tostar CDs. El programa, pesadillesco, reformatea todo aquello que se introduce en el iPod y lo secuestra. Si se copian archivos obviando el i-Tunes, no son reproducibles. Si se pretende trasladar a otro soporte lo que contiene el i-Pod, hay que someterse a la dictadura del i-Tunes.

 

Introduje en el i-Pod los primeros álbumes, con sus caratulitas. Pero no se visualizaban. Por algún arcano sólo comprensible para los devotos de la iglesia de San Steve Jobs, el i-Pod no visualiza carátulas de álbumes con pistas en WAV. El WAV es al MP3 lo que el caviar a la hamburguesa. Es mucho mejor oír un disco sin comprimir que comprimido. Los efectos destructivos de la compresión en MP3 no se notan si se escucha música chimpa-chimpa pumba-pumba, pero son aberrantes para la audición de música clásica. De modo que WAV o carátula, una cruel elección para miopes o présbitas.

 

Me sorprendió la medianía de su tarjeta de sonido. Es obvio que el iPod suena bien, pero no maravillosamente bien. Es decir, lo fundamental del iPod (el sonido) no está a la altura de lo accesorio (el diseño). Usando auriculares carísimos y alemanes, la cosa mejoró y empeoró a la vez; mejoró el sonido, pero también se hicieron más perceptibles las carencias acústicas del aparato.

 

Quise cargar óperas en DVD, convenientemente ripeadas, pero el iPod no se dejó. Hay que transcodificar a formatos específicos, ninguno de uso masivo. Quizá estos formatos ofrezcan una gran calidad de imagen en pantallas gigantes. Para la mínima pantallita del iPod esta limitación es sencillamente ridícula. Retranscodificar cualquier archivo de video es una operación larga y tediosa. Tuve que hacerlo.

 

Sigo usando el aparatejo por una razón muy comprensible: me costó una fortuna. No volveré a caer en la tentación. Acabo de encenderlo ahora como homenaje al difunto Steve Jobs, qué genio.

 

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