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El genocidio silenciado de Burundi, un documental que no deja de hacerse preguntas

Centroáfrica. Burundi. El país más pobre del mundo. El gran desconocido, un pequeño estado soberano de tamaño similar a Galicia que aglutina a casi doce millones de habitantes. Un territorio sumido en la sombra, en el olvido, en la ignorancia, sin apenas repercusión mediática en Occidente. Situado entre Ruanda, Tanzania y República Democrática del Congo, naciones con las que el público está algo más familiarizado. Una región silenciada a pesar del genocidio sufrido a finales de 1993. O precisamente acallada por un conflicto de intereses. Ahora, casi tres décadas más tarde, Burundi se acerca a Zaragoza. El trabajo de dos amigos de la infancia, uno maño y otro madrileño, ha posibilitado que esta realidad oculta pueda brillar con luz propia. El documental Voiceless. El genocidio silenciado, que en noviembre pasado presentaron, primero en la capital aragonesa, sus dos directores: Víctor Villavieja y Martín Soto.

Conviene dar cuenta del panorama acaecido en Burundi desde octubre de 1993, donde fueron asesinadas hasta 400.000 personas. Medio año más tarde, en mayo de 1994, arrancó un nuevo exterminio en Ruanda, país vecino y uno de los mayores exportadores de recursos naturales a escala global. Aquí murieron un total de 800.000 (entre tutsis y hutus) en cuestión de tres meses. Esta segunda matanza propició que se volviera a hablar de África dada la magnitud de lo sucedido y la mala conciencia de Europa, que intervino cuando ya no había casi nada que hacer. “Cuando se produjo el genocidio de Ruanda, los descendientes de los tutsis que habían sido expulsados en la década de los 60, organizaron una milicia y reconquistaron el país, dando lugar a un nuevo gobierno”, explica Víctor.

 

El protagonista, Lievin Manisha, en Nueva York 

Mientras que para Ruanda se estableció el Tribunal Penal Internacional con la intervención de la ONU para juzgar a los criminales de aquella masacre, en Burundi se instauraron unas negociaciones dado que no existía un poder absoluto.

Dada la escasa cobertura mediática y la ausencia de un gobierno asentado, la comunidad internacional forzó unos acuerdos de paz en las Negociaciones de Arusha (Tanzania). Los líderes de las principales facciones enfrentadas firmaron una “amnistía pactada” para evitar la justicia. “Fue una solución para los políticos, pero el hecho de que no hubiera una justicia real, sumado a nuevas oleadas de violencia y manipulación, motivó que surgiera una fuente de odio brutal”, continúa Villavieja.

 

Una apuesta arriesgada 

La idea parte de un trabajo que desempeñó Víctor en un periódico durante su estancia estudiantil en Luisiana (Estados Unidos) hace tres años. En ese momento coincidió con Lievin Manisha, de origen burundés, protagonista del audiovisual, que se iba a convertir en su mejor aliado. “Es el claro ejemplo del denominado viaje del héroe. Lievin es el Ulises que quiere regresar a su Ítaca, Burundi”, subraya. Fue una apuesta un tanto arriesgada porque los directores viajaron al país americano sin haber cerrado ninguna entrevista. Su única baza era el testimonio del propio Lievin, pero el plan salió a la perfección, aunque “haya supuesto mil quebraderos de cabeza”. “La escasa accesibilidad a la información nos puso muchas trabas, pero también ha posibilitado en gran medida que el espectador, ajeno a la historia, se identifique con la esencia del documental acompañándonos por ese camino durante la proyección”, matiza Soto. Su trabajo prosiguió después por Francia, España, Canadá y Alemania.

 

Panorámica de Nueva York con Lievin de espaldas 

El libro From Genocide to Jesus, publicado por el propio Lievin, supuso un punto de inflexión para que Víctor entendiera la dimensión real de un conflicto que todavía continúa vigente, fomentado por el gobierno dictatorial del Consejo Nacional para la Defensa de la Democracia (CNDD) en Burundi. El protagonista del documental cuenta su particular historia de superación, un relato que bien merece ser trasladado al mundo para poder dar voz a una situación silenciada.

“Mi infancia era como la de cualquier otro niño en el colegio hasta que llegaron las elecciones del 93. Vivíamos en paz, pero los discursos políticos plagados de odio y discriminación contra los tutsis hicieron que todo estallara”, cuenta Lievin. Los padres del burundés fueron asesinados durante el genocidio, y a los seis años no le quedó otra opción que cuidar de sí mismo. Estuvo hasta los doce en un campo de refugiados, antes de ser secuestrado. Fue cuando más termió por su vida. Logró escapar y huyó de su país natal para recalar en Sudáfrica, donde compaginó trabajo y estudios para sobrevivir. Un éxodo de 3.000 kilómetros en apenas seis meses.

 

Una nueva oportunidad 

En Sudáfrica encontró una oportunidad para empezar de cero. La gran ayuda que le proporcionó la familia de misioneros Johnstone le permitió trasladarse a Estados Unidos para iniciar su nueva vida. “He experimentado diferentes etapas desde bien pequeño. Todo te enseña algo nuevo, aprendes de tus propias vivencias, y eso me concienció para querer ayudar a otros como activista”, sostiene el protagonista. El largometraje documental está completamente vinculado a su actividad como activista. “Me parecía muy importante contar mi historia en los términos adecuados. Mucha gente había hablado de ello utilizando palabras como guerra o ataques para intentar encontrar paz y tranquilidad, pero nunca mencionaban el concepto de genocidio”, remarca.

 

Bujumbura, orillas del lago Tanganika 

La convicción y el afán reivindicativo de Manisha eran tales que comenzó a participar en una serie de debates en formato podcast organizados por burundeses que también estaban en el exilio, además de ahorrar dinero para viajar cada verano a la sede de la ONU en Nueva York. “Pensé que esto era fundamental. El Foro Mundial era el sitio idóneo para que mis palabras pudieran adquirir un grado de validez”, explica.

No obstante, sintió temor ante las posibles consecuencias que podrían derivarse de sus reclamaciones. Pero esa sensación ha ido difuminándose. En este sentido subraya que “el documental es una victoria. Supone una herramienta de paz y el miedo ya no pasa por mis pensamientos. La verdad debe saberse para responsabilizar a los culpables de los crímenes cometidos”.

Lievin encarna al héroe de Voiceless, es el hilo conductor. “Con el paso de los meses, me di cuenta de que todos los dedos apuntaban hacia mi figura. Era una enorme responsabilidad, pero que tanta gente viera en mí a esa especie de héroe me daba mucha más fuerza”, expresa. De todos modos, es consciente de que el propio documental tendrá fecha de caducidad, motivo por el que el apoyo, la fuerza y el cariño recibidos de todas esas personas conformará un factor más relevante si cabe para poder proseguir con su labor de activista, denunciando las violaciones de derechos humanos que se siguen produciendo en Burundi.

Además de los del propio Manisha, Soto y Villavieja han recogido otros 15 testimonios para construir su obra. Entre las voces más destacadas, sobresalen Esther Kamatari, princesa de Burundi exiliada. También cabe subrayar las aportaciones de los periodistas Gervasio Sánchez y Alfonso Armada, que cubrieron presencialmente el conflicto de Ruanda para después, en septiembre de 1994, trasladarse a Burundi. Los dos directores pudieron recoger declaraciones, gracias a un contacto que tenían en la nación centroafricana, de un coronel retirado que al poco tiempo fue detenido y encarcelado. Varios de los entrevistados se encuentran en búsqueda y captura por el gobierno de allí.

Lievin Manisha.

 

El misionero Ángel Eladio Yayo González, fallecido el pasado verano, fue otra de las personas que vivió de cerca la situación burundesa. Fue, entre otros misioneros, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 1994 por su labor en África. Para ilustrar el conflicto y poder conocer todas las versiones de lo ocurrido, también han participado profesores, diplomáticos y representantes políticos de ambas facciones. “No éramos nadie para juzgar lo ocurrido sin haberlo vivido. Hemos intentado relatar todo de la manera más objetiva posible presentando ambas partes porque, de lo contrario, la brecha existente se hubiera agrandado mucho más”, reconocen Víctor y Martín.

 

Genocidio psicológico 

De acuerdo con Lievin, el principal propósito del gobierno de Burundi es cambiar el curso de la historia por cualquier medio. Para aquellos que sufrieron el genocidio de una u otra manera, la humillación y el sentimiento de derrota son incalculables. Ahora tan solo pueden contemplar impasibles cómo los grupos rebeldes, culpables del genocidio de 1993, lideran el país. “Es un genocidio psicológico. El gobierno se dedica a trasladar una imagen positiva de la situación, totalmente irreal, y la gente opta por callar o reprimirse por miedo a persecuciones, torturas, encarcelamientos o asesinatos. No puedes salirte de la línea”, recalca.

La corrupción se adueña de una región que aglutina hasta 100.000 refugiados internos. Y es que Burundi fue la primera nación de todo el mundo que abandonó el Tribunal Penal Internacional, allá por 2015, porque no quería estar sometido a su jurisdicción. Miembros del Consejo de Seguridad de la ONU visitaron el país hasta en dos ocasiones durante un mismo año, algo que nunca había ocurrido con anterioridad.

Burundi.

 

El primer preestreno, celebrado el pasado 21 de octubre en Madrid –aniversario del genocidio– tuvo una acogida muy buena. El éxito del documental puede medirse bajo un doble efecto. Por un lado, la repercusión y empatía que genere sobre las víctimas para que sus historias se vean reflejadas gracias a una sólida base de investigación y análisis. Por otra parte, revelar la realidad que asola al país, exponiendo la verdadera cara y el modo de actuar del gobierno del CNDD a través de los testimonios recogidos, que señalan y denuncian la represión, los crímenes y la ideología del odio. “El éxito real no radica en obtener reconocimiento social o económico, sino en el impacto que pueda producir sobre el país y su gente. Confío en que llegue un momento en el que el gobierno asuma sus actos y quede incapacitado ante tantas mentiras”, apunta Lievin.

Después de tres años de trabajo conjunto, con infinidad de altibajos, queda patente que tanto los dos jóvenes españoles como el protagonista de la pieza han establecido un lazo de unión sin igual, una especie de hermandad que los mantendrá conectados durante el resto de sus vidas. “Sin él, el documental nunca hubiera existido. Sabemos que está en el centro de todas las miradas. Nunca le ha importado arriesgar todo a cambio de reivindicar, denunciar y dar a conocer lo que viene ocurriendo en Burundi a lo largo de las últimas décadas”, confiesan los directores.

“Es el momento de dar a conocer el trabajo final. No puedes escribir un libro y guardarlo en un cajón. Estamos organizando la estrategia de distribución para proyectarlo en festivales internacionales y que se conozca la dimensión real del conflicto”, exponen los creadores. Para ellos, lo más valioso es que los personajes se hayan atrevido a romper su silencio y les hayan confiado sus historias personales.

Sabedores de la complejidad que entraña poder generar un fuerte impacto local dentro de la demarcación centroafricana, confían en que la visibilidad del documental permita aclarar ese desconocimiento que se tiene sobre el propio país. Ahora esa realidad de Burundi aterriza en España. Casi 8.500 kilómetros los separan, pero la distancia no es más que una variable que merece la pena sortear si se trata de narrar certezas escondidas, ocultas, silenciadas, soterradas. Voiceless. El genocidio silenciado. Un momento esperado por muchos para adentrarse en una historia que forma parte de la historia de la humanidad. Aunque a muchos les pese, y los organismos internacionales hayan hecho todo los posible por mirar a otro lado, “la verdad siempre ha de ser revelada”.

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