¿La marca España ha caducado?
Almudena es una madrileña con sobrepeso que desde niña soñó con casarse con un diplomático que se la llevara a viajar por el mundo. Ahora viaja sola, sin otra pareja de conversación que un chico gay, Isidro, que le cuida la casa, le hace los mandados y de vez en cuando le da sermones. Almudena trabaja para una empresa en crisis: España.
La novela de Mercedes Cebrían, El genuino sabor, se lee con una sonrisa. Sin embargo, al final de los tres capítulos y las 152 páginas, uno se queda con una sensación de inquietud y amargura, tal vez por acercarnos un poco mejor a las desventuras de nuestros amigos españoles, aquellos que llegan a vivir en Nueva York en tiempos de la crisis existencial. Ellos representan a un país que ha sufrido un golpe devastador a su imagen de felicidad europea con siesta incluída: aquella que nos vendían a los niños sudamericanos que escuchábamos Parchis y mirábamos con los ojos abiertos Verano azul.
Almudena es una versión post franquista ─y post Movida─ de The Death of a Salesman. Lo que la salva de la tragedia, es que ella no ignora la futilidad de su trabajo, conoce muy bien los puntos débiles de la empresa que promueve, cumple con sus labores con interés burocrático, sirve el plato de España entre Francia e Inglaterra apoyada en un trabajo de mercadotecnia que otros hicieron con denuedo treinta años atrás y sabe que lo demás es esperar: el nuevo destino, las despedidas, la jubilación, la nada.
Con ironía y humor, aquellas armas que muchos hispanoamericanos manejamos con destreza para no morirnos de aburrimiento en las dictaduras y las crisis económicas, Almudena describe a esa otredad que es la gente que conoce en los destinos que le asignan: la pareja francesa que llega a visitarla en su piso de Londres, los amigos de provincia que tiene que entretener cuando llegan de visita a Madrid, la mujer de York cuyo negocio es organizar fiestas y eventos con dobles de la familia real británica.
El tema de la impostura es central en la novela de Cebrián, como lo tiene que ser en todo negocio de vender una imagen. Nadie le provoca más asombro que los que se han comido el cuento de la imagen de otros. Allí está el Klaus alemán que vive hablando de las maravillas de México y los franceses de provincia que viven orgullosos de la fama de su gastronomía. Las mayores crisis del libro se dan cuando Almudena les sirve a los amigos que tanto trabajo le ha costado encontrar─es una solitaria sin placeres, asexual─los comestibles caducos que no sabe cómo desechar, los productos vencidos que a ella apenas les causan una molestia estomacal. Almudena les pone sobre la mesa, con patológica inocencia, el banquete confeccionado con comida podrida.
La novela, confeccionada con detalles de humor negro que la llevan de Madrid a la provincia francesa, a Londres y al peñón de Gibraltar, se erige como una especie de peregrinación: un Camino de Santiago que la funcionaria española sigue sin mayor exaltación, con la idea fija de que si se empezó hay que terminarlo.
En El genuino sabor Cebrián no nos habla de crisis económica ni de manipulación, de desencanto ni de corrupción, sin embargo allí está todo. El libro está compuesto de viñetas de esta España de tiempos difíciles, aferrándose a una imagen que se desmorona.