Me estaba imaginando que el libro de cuentos infantiles de Oriol Junqueras era un éxito de ventas y que, gracias a ello, decidía guardar la estelada en un cajón para convertirse en escritor. Yo creo que esto sería un acierto enorme. Además de un triunfo de la reinserción. La mentalidad infantil es lo que ha hecho mayormente a ese hombre que podía haber sido un personaje de Roald Dahl y que parece haber llegado a una encrucijada. Los cuentos (los del libro, no los que le han servido para vivir hasta hoy) son un punto de inflexión. Es la providencial llamada de la literatura. Los niños-hombres independentistas podrán seguir sus pasos leyéndole en soledad y no ensuciando las calles ni las mentes de sus hijos y no delinquiendo o admirando a los delincuentes. Yo creo que Junqueras se equivocó de profesión, o alguien le hizo equivocarse, quizá, haciéndole creer que sus fantasías quijotescas podían representarse en la vida real. Han sido muchos años de cuentos infantiles. Décadas y generaciones enteras. Tantas como para que nos estemos lamentando ahora de no haber metido a algún adulto en esos juegos sin supervisión para enderezar a tiempo la sociedad de Nunca Jamás en que se ha convertido buena parte de Cataluña. Ojalá se pusieran todos a escribir cuentos infantiles y la república catalana se crease al fin en la imaginación de esos soñadores ensoberbecidos como único lugar posible. Claro que no todos tienen el alma soñadora. Las hay de todas las clases, como en todas las cosas. Rufián, por ejemplo, es un jinete de todas ellas como de las contradicciones decía aspirar a serlo Pablo Iglesias. Rufián es capaz de vendernos el libro de Junqueras en la tribuna del Congreso y también sentirse el Cristo de Corcovado desde su elevado escaño. Rufián es una suerte de Guardiola de la política (un vendedor de temporada que va enlazando una con otra por medio de calculados histrionismos), quien por cierto ha prologado los cuentos de Junqueras a quien el mismo Rufián le hace la promoción literaria desde el sentimentalismo más ridículo; y lo digo por cuando existía el ridículo a la hora de contenerse. La ausencia de contención es precisamente lo que nos ha traído hasta este momento insoportable en el que poner las noticias es como poner la tarde de Telecinco, donde casi no hay esperanza para la política sobrepasados todos los preciosos y delicados límites que la mantenían casi virtuosa en comparación al presente. Por eso creo que me imaginaba a Junqueras abandonando su ostentosa e infantil cruzada por una discreta carrera literaria infantil donde todo ese ruido que genera se acabara como debe de ser, y al fin pudiéramos descansar un poco de esta tabarra.
El gran gigante bonachón
Tiernamente adorables
el blog de Mario de las Heras