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El guardián entre el centeno (J. D. Salinger) y los puentes de hidrógeno


Vivo en Nueva York y de pronto me acordé del lago que hay en Central Park, cerca de Central Park South. Me pregunté si estaría ya helado y, si lo estaba, adónde habrían ido los patos. Me pregunté dónde se meterían los patos cuando venía el frío y se helaba la superficie del agua, si vendría un hombre a recogerlos en un camión para llevarlos al zoológico, o si se irían ellos a algún sitio por su cuenta.

Una vez escuché que El Guardián entre el centeno era lectura obligatoria en los institutos de Estados Unidos, algo así como El árbol de la ciencia para nosotros. Es decir, que Holden Caulfield y Andrés Hurtado son prácticamente primos hermanos. A lo largo de la novela Holden plantea varias veces la pregunta de dónde van los patos en invierno, cuando se congela el lago. Esta cuestión ha dado lugar a múltiples interpretaciones y seguramente los alumnos más repolludos y redichos de Oklahoma o Minessota han propuesto en sus trabajos escolares las más inverosímiles, metafóricas, oníricas y metafísicas de las explicaciones.

En mi opinión, todo este asunto de los patos, es un McGuffin de libro. No tiene mucho misterio saber que los patos se resguardan en zonas mas confortables o en alguna zona central que no se haya congelado. Más interesante es lo que comenta uno de los taxistas indignados con la pregunta:

—Los patos. ¿Lo sabe usted por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen?

El tal Horwitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.

—¿Cómo quiere que lo sepa? —me dijo—. ¿Cómo quiere que sepa yo una estupidez semejante?

—Bueno, no se enfade usted por eso —le dije.

—¿Quién se enfada? Nadie se enfada.

Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo:

—Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Ésos sí que no se mueven.

—Pero los peces son diferentes. Lo de los peces es distinto. Yo hablaba de los patos —le dije.

Los peces, efectivamente, permanecen en el agua bajo una capa de hielo en el lago. Esto es gracia a una de las propiedades anómalas del agua que permiten la vida en nuestro planeta. Que un sólido flote en su líquido es algo totalmente increíble y raro a lo que nos hemos acostumbrado, algo que de tanto verlo hemos perdido la recta proporción de ese milagro. La densidad del agua es aproximadamente 1g/ml y la del hielo 0,89g/ml. Esto implica que la porción de hielo sumergida en el agua (ya sea en nuestro modesto vaso de agua con hielo o en un iceberg en el océano) es del 89%, y que sólo un 11% queda fuera del agua. Esto ocurre por unas fuerzas intermoleculares que fascinan por partes iguales a químicos y biólogos, los puentes de hidrógeno, responsables también de que el agua sea líquida a temperatura ambiente y no gaseosa como le correspondería de no existir estos puentes. Los puentes de hidrógeno son tenues atracciones que existen entre átomos de oxígeno e hidrógeno de moléculas de agua vecinas. Un átomo de oxígeno está por tanto unido a dos átomos de hidrógeno mediante enlaces químicos, formando agua, pero a la vez siente el eco, el rumor de átomos de hidrógeno colindantes. Gracias a esa atracción residual el agua tiene una serie de propiedades anómalas que permiten la existencia de vida en la Tierra.

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