Qué risa floja en este corriente siglo de túnica remangada, zapatos con alza y amor desenmascarado: Aquí no hay más héroe que el cómico, honorífico invitado a nuestra afasia sorpresa de un cumplesueños tras otro. En la cena, última escena, nadie mejor que el pájaro cabra para ver lo que se ofrece atravesando con la flecha de sus ojos glaucos el límite opaco de los recipientes; ciertamente, el cuerno de la abundancia es un caracolillo junto al caldero de ponche, núcleo festivo de todo sintagma, centro de salud, centro firme de la investigación… Pero no hay licor que alivie la sed de una cabeza hueca, hueca para llenarse de amor, que solo se alzará al son del oportuno tañer, cuando sentidamente susurre el dulce tú poético trocando el aburrido monólogo en diálogo de besugos. Coged las rosas, nadie sueña ya bajo tantos pétalos, dejad los frutos, fuente de todo vino. La mano de Dios, amplísimo público de los cien nombres, aplaude los enredos del cómico, tan irónico que encuentra el nosotros y pierde el yo.