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El héroe de los lapos

 

¿Se puede escribir mejor?

 

El estadio de Anoeta es un escenario exquisito, con su césped como un tapete, asientos espaciosos para todos y vistas panorámicas para contemplar el juego que se desarrolla allá a lo lejos, como un rumor sordo, al otro lado de las pistas de atletismo. En Atocha el tejado se caía a cachos, las gradas temblaban cuando pasaba el tren, los postes de hiero oxidado nos tapaban parte del campo, nos apelotonábamos de pie contra las vallas, pero podíamos escupir a la oreja a los futbolistas rivales.


No yo, que fui un niño modosito, pero si lo hacía uno de los héroes de Atocha: un chico con síndrome de Down, siempre con bufanda de la Real, que solía colocarse pegado al córner. Al sacar de esquina, el futbolista enemigo tenía que apoyar la espalda contra la valla para tomar un par de metros de carrerilla. Entonces el chico con síndrome de Down pegaba la cara a la valla y le gritaba hijoputaaa, hijoputaaa. Cuando se exaltaba mucho, lanzaba escupitajos a las nucas de los rivales. La grada le jaleaba, el chaval se crecía y cada vez que el equipo contrario atacaba él iba amasando un gargajo por si la jugada acababa en córner. Llegó un momento en el que los saques de esquina contra la Real se celebraban con ovaciones que encendían al chaval. Una vez se arrimó a sacar el Tato Abadía, aquel centrocampista del Logroñés calvo y con bigote, de cuando permitían jugar a los futbolistas calvos y con bigote. Nuestro héroe de los lapos tenía una tarde especialmente furiosa. Le chilló hijoputaaa, hijputaaa, sacudió la valla y lanzó un escupitajo que le dio en la pierna. Abadía se giró furioso, pero entonces vio al chico vociferante con síndrome de Down, se quedó callado y sacó el córner. Seguramente lo echó fuera.

 

Ander Izagirre. ‘Mi abuela y diez más’.

 

Ander Izagirre. Mi abuela y diez más

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