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El Hispano

 

El Hispano hace honor a aquella definición de bar según la cual es el lugar que nos ofrece el alcohol y la penumbra. Tiene ya la barra bien pulida del paño de las chaquetas de una feligresía que –durante décadas– ha ido allí a cultivar esa forma suprema de meditación que consiste en remover la piedra de hielo de la copa. Mejor whisky. La misma existencia del Hispano es hoy cosa desusada, superviviente de su paredaño House of Ming, con quien formaba un rincón de las variedades del cosmopolitismo frente al asedio de las franquicias de la globalización. Quién sabe si el grupo Arturo mantiene el local abierto por un cierto sentido del honor, pues nuestros nietos –o nuestros hijos– apenas creerán que en la vieja Europa llegó a haber bares con zaguán, con guardarropa, y un aparca tocado con gorra a quien –el estilo es el hombre– lanzar las llaves del coche. A mediodía –esos mediodías rebosantes de Madrid– aún se llena, cabe imaginar que por las patatas con almejas, pero de noche tiene la biosfera de intimidad de los lugares que no tenían música. Muebles decó, sillones corridos en color verde Edimburgo y esa media luz que –como el bar américain– es de lo mejor que le debemos al viejo siglo XX.

 

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