Aunque los cantos al amor no deben interrumpirse con impertinencias, cada uno puede hacer lo que le plazca en su propio laboratorio simulando inofensivamente que la vida es una larga oración, que todas las relaciones por llegar se relatan en el primer tratado de sintaxis o que el amor se manifiesta en la concordancia.
Por ejemplo, en la oración: El hombre de mi vida llegará.
La vida es dura, es así, es una broma, es tan corta, es la vida, es un calvario…es maravillosa, es una aventura, es un regalo…Parece que el hombre, el sujeto, nunca llegará a su destino si ha de cargar con un complemento del nombre tan contradictorio como la vida. Por otra parte, los sujetos sin complementos son difíciles de reconocer. En este caso, el hombre bien podría pasar desapercibido sin que nadie lo viera llegar. Tampoco sería recomendable detallar el predicado para evitar desalientos: El hombre de mi vida llegará cuando pueda.
Se podría retomar el brillante complemento del nombre que cayó por su peso y darle una nueva función a todo el sintagma, sabiendo que como sujeto no funciona: El hombre de mi vida no ha sido nunca visto realizando acciones. Habría que elegir un pronombre capaz de sustituir al nombre en su función de sujeto. El hombre de mi vida sería el atributo: Éste es el hombre de mi vida. El resultado es una oración de alto riesgo debido a la gravedad del verbo ser y a que requiere un conocimiento exhaustivo de los pronombres.
Si lo que se pretende es un sujeto múltilpe, saber que no se forman con la unión de dos medios núcleos en uno solo, sino de dos núcleos enteros dispuestos a realizar la misma acción. Esta puntualización gramatical salva las anomalías de varias teorías como la de la media naranja. También pueden inducir a error los sujetos que afirman ser el hombre de mi vida. Para no pasear desengaños, habrá que partir de la comprobadísima teoría de que los sujetos rara vez saben quiénes son. Mejor aún es pensar que no existen los hombres, ni el amor, ni la vida. Y a ver quién es capaz de falsar esta barbaridad.