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Mientras tantoEl hombre de nieve

El hombre de nieve

El dueño pálido de la tabaquería   el blog de Ernesto Pérez Zúñiga

Nueve y media de la mañana. En la plaza Tirso de Molina hay un estrecho camino despejado de nieve, todavía limpia, recién caída y apretada por el frío. Es un camino trazado para los ciudadanos que salen de una casa y van a trabajar. Estamos alegres en nuestros abrigos. La novedad y la belleza nos protege.

 

Hay otra novedad: un silencio en los rincones donde se desperazaba la gente de los cartones, una desaparición de las figuras que estiraban las piernas y los brazos.

 

Ahora recuerdo lo que contaba Grossman en Vida y destino: que los nazis llamaban figuras a los hombres que iban a fusilar y que acababan de cavar su propia tumba, nevada. Así los deshumanizaban para pegarles un tiro con total tranquilidad -la llamada tranquilidad de espíritu-: no eran más que figuras de nieve.

 

Mientras piso con cuidado la acera, me pregunto dónde habrá dormido. Al pasar por delante del Comedor Ave María, me extraña no encontrar la fila de costumbre. La puerta está abierta, aguardando el momento de entregar bebida caliente al visitante.

 

Entiendo enseguida que no ha podido levantarse, desperezar las músculos, calentarlos para llegar a la pequeña plaza de los cines Ideal, donde está el comedor. Sepultado, desaparecido, se ha convertido en un hombre de nieve.

 

Al caminar se derrite, se ausenta.

 

Esta mañana, acontecido el deshielo, las figuras ya habían entrado en el comedor. A las diez se cerraron las puertas. He visto entonces a dos o tres hombres de nieve que llamaban, una y otra vez, con puños que, al golpear la madera, se iban desmoronando.

 

Esta noche permanecen, barridos contra la pared, dos o tres montones de nieve sucia y deshecha.

 

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