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El hombre del traje

 

 

Enciendes el televisor, aparece un hombre trajeado frente a un atril. Los flashes le arropan, las banderas le guardan las espaldas. Con sus manos mima unos papeles que apenas va a leer. Los cuadra con sus dedos, su imagen es exquisita. Ya sabe lo que va a decir.

 

Comienza un discurso mezcla de tecnicismos y frases absurdas sobre responsabilidad, austeridad, seriedad, deber y sacrificios. Minutos después el hombre trajeado baja del escenario convencido de sus palabras y sube al coche oficial. Su rostro se relaja, el número ha terminado, hasta la próxima función. Es consciente de que todo es un juego, un juego donde ricos y poderosos se ganan la confianza de todos los demás. Finalizada la función unos pocos aplauden, a otros les invade la indiferencia. La mayoría ha desertado de pensar.

 

No se plantean cuotas de responsabilidad, pocos políticos entonan en el mea culpa. No se persigue a los culpables. Simplemente se repite un mantra. Sólo hay un camino. Los expertos nos sacarán de esta, hay que dejarles trabajar. Los expertos, los brujos del Siglo XXI, conocen los secretos, son conocedores de lo que tu ignoras. Se apoyan en un lenguaje y métodos complejos creados para alejar la economía del común de los mortales. Sin conocimiento no hay opinión. Los expertos intentan hacernos creer que no podemos liberarnos del determinismo económico. Olvidan intencionadamente mencionar que algunos de ellos son en parte responsables de la debacle que los demás pagamos. La ética hace ya mucho tiempo que se divorció del dinero.

 

Entonces una mañana de un martes cualquiera te cuestionas si las crisis caen del cielo. Escuchas que unos pocos comentan que la desregulación está en el origen de todo. Pero ¿para qué investigar si el señor trajeado ya te lo explica todo en dos funciones diarias.

 

Este exceso de confianza en los expertos lleva a gran parte de la sociedad a desertar de sus obligaciones como ciudadanos. Para que cuestionarse el funcionamiento de la economía o la política si otros lo harán por ti. Para que pensar las posibles causas y consecuencias si te sirven en bandeja la supuesta explicación. Pensar sobre estos temas es siempre complejo, pero lo es mucho más cuando las circunstancias vitales te superan y los conocimientos se enmascaran.

 

Con esta crisis hemos confirmado una vez más que es el lenguaje el que crea los conceptos. Que lo que no se nombra simplemente no existe. Hemos vuelto a descubrir la amabilidad del lenguaje, la capacidad de este para limar los conceptos ásperos y de paso relajar las tensiones en el auditorio. La máquina de eufemismos no es ajena a la flexibilización del horario comercial, trabaja las 24 horas. Coste laboral unitario, expediente de regulación de empleo, concurso de acreedores, devaluación competitiva de los salarios, recargo de solidaridad…

 

Hemos creado una sociedad que a veces parece irreal, vivimos rodeados de una espesa humareda de mentiras, secretos y eufemismos que nos han enmarcado en el mundo de lo inmediato. Y en este mundo que tecnifica los sentimientos el hombre está perdiendo la capacidad de defender sus derechos. Incapaz de ser lo que quería ser más allá del dinero. El ansía por el dinero y el consumo ha empujado a los pobres a distanciarse de los muy pobres, los excluidos. Es en este punto donde hemos comenzado a perder.

 

Perplejo observas como desde el televisor te llega casi siempre el mismo mensaje. Sólo hay un camino para salir de esta crisis y tu debes pagar tu parte del peaje. Mientras intentas descifrar que parte de culpa has podido tener en todo esto llegas a una conclusión. Los expertos, ellos saben como sacarnos de esta.

 

Pero el tiempo pasa y gota a gota, cifra a cifra el sistema va generando excluidos. El miedo te frena, no quieres formar parte de ese tren de calculados números, frías noches e incierto destino. Preocupado acudes a los medios y recibes un mensaje que ya apenas te tranquiliza. Sólo hay un camino para salir de esta, los expertos lo conocen. Pasan los meses y a los brujos de este siglo se les agotan los trucos.

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