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El hombre disperso en la playa verde, 10

MIS LIBROS ILUSTRADOS

En este libro hay un dibujo.

 

RELATOS SIN MIEDO

El perro pintor

¿Quieres hacer el favor de acabar de una vez? ¡Así no vamos a ninguna parte!. Victoria, cansada dio un tirón de la correa y Pistón que estaba creando una de sus obras en la acera, la miró con ojos de frustración.

¡Qué cruz he tenido siempre con el mundo del arte! Suspiró reafirmándose al elevar su mirada al cielo y encontrarlo lleno de colores plomizos.

Su marido había sido pintor de profesión. Siempre volvía a casa manchado de pintura como la ola que llega a la orilla embadurnada de espuma. La peste a óleo pegada a su cuerpo todavía caminaba por la casa lentamente. Sus tres hijas siguieron sus pasos, ninguna había salido a ella, una mujer ordenada, del mundo real, que siempre intentó que saliesen las cuentas en un hogar donde el dinero parecía lo de menos.

Cuando su marido pasó a formar parte del mundo inmaterial ya hacía años que sus hijas habían volado. Así que decidió compartir su vida con un huérfano de la perrera municipal. Recorrió las jaulas y se paró delante de un perro que movía su cabeza igual que un pistón, en ese momento recordó todos sus años reconstruyendo clásicos al lado de su padre, y supo que era ese.

Resultó que el perro tenía una férrea vocación de pintor. Por sus amigas sabía de canes con talentos muy apetecibles y esto le provocaba una envidia irritante. Como el caso de uno, que desde el principio sabía quién era el malo de cualquier película de Alfred Hitchcock; o el animalista, que ladraba a los toreros en las retransmisiones desde la Plaza de las Ventas de Madrid; o el perro que en los reality shows como First Dates, sabía enseguida cual de las parejas tenía buena química.

Para su perro pintar era la prioridad, la calle era el gran soporte y no se conformaba con plasmar formas azarosas. Pistón aspiraba a dibujos bien construidos en lugares sugerentes donde la luz los realzase: a algunos les iba mejor un reflejo de sol, a otros un espacio en la sombra usando el claroscuro con maestría. Al finalizar presentaba su obra en condiciones, limpiando los alrededores con las patas traseras. Victoria, poco paciente, tiraba del perro y sus pezuñas se agarraban al suelo como una mandrágora, y a ella, pequeña como un costurero, le era imposible avanzar. El perro con tendencia a lo figurativo había adquirido un sello propio, pintaba autorretratos y todo tipo de animales, pero solo en invierno representaba a los humanos que se cruzaban ante su mirada, mujeres y hombres con abrigos largos y sombreros.

Por las calles de sus paseos solía aparecer David, un artista contemporáneo, interesado en abrir nuevos senderos al conocimiento. Hacía años que había comenzado su aventura en un mundo cambiante, con discursos y técnicas innovadoras. Un día de tantos que el artista caminaba con esa actitud obsesiva, se fijó en una de las pinturas del perro pintor y le pareció espléndida. Al principio tuvo ciertas dudas de si lo que estaba viendo tenía voluntad artística o era fruto del azar. Pero el talento era incuestionable. Sacó su cámara digital del bolsillo y tomó una imagen de la obra.

Todas las tardes después de la siesta, Victoria se sentaba en el orejero, leía el periódico rápidamente hasta que llegaba a la última página, entonces lo doblaba en cuatro, cogía el bolígrafo y hacía el crucigrama. Cuando el sol rozaba el horizonte y el salón se iluminaba de colores cálidos, Pistón empezaba a recorrer inquieto la casa con el soniquete de sus uñas en las baldosas, hasta que se acercaba a Victoria y posaba su cabeza con suavidad encima de su falda. Con el bolígrafo en la mano, creaba un momento de incertidumbre en el aire y sin remedio se apiadaba de él. En la calle, Pistón giraba sobre sí mismo de alegría y las tonalidades marrones de su cuerpo se mezclaban como si se revolviesen con la cucharilla del café. Después, se alzaba sobre sus patas traseras y la tocaba insistentemente ¡Basta ya, Pistón! Un día me vas a tirar, mira que te lo digo veces.

Esa tarde que todavía el sol dibujaba sombras chinescas con las hojas, el perro decidió crear cerca de un platanero. Trazó una curva amplia y libre, se retiró unos segundos y en un impulso arrebatado tomó una decisión propia de un cirujano, dibujó unas líneas tan certeras que él mismo se sorprendió, sus ojos parecieron más grandes y vivaces, después creó manchas que se expandían hacia los lados. Una vez terminado, se puso a dos patas y la disfrutó desde la distancia.

Un rato después pasó David. La pintura todavía estaba fresca, se sorprendió por el talento del perro y fotografió la obra desde distintos ángulos, y fue entonces cuando se le ocurrió el proyecto del Perro Pintor. Los días se fueron al cine, y David acumuló un gran número de obras.

El artista conceptual paró ante una pieza más, y cuando fotografiaba la imagen, oyó ladrar a un perro desde un gran edificio con un laberinto de balcones. Los sonidos eran tan sentidos y sutiles que se imaginó que ese era el artista de la obra, pero le fue imposible saber desde cual de ellos lo hacía, quizás era de una raza pequeña y solo podía asomar la cabeza a través de una rendija. Todo un misterio.

Cuando David vio que tenía suficientes imágenes, escribió un texto teórico del proyecto.

Pistón siguió pintando en las aceras ya que los pintores necesitan trabajar tanto como respirar. Pero estas piezas se perdieron en las noches, con el chorro de agua a presión que borra las calles y crea arcos blancos en el aire iluminado de las farolas, o con la lluvia que oímos mientras dormimos plácidamente en nuestras camas y nos hace soñar, pues ya nunca serían fotografiadas.

Meses después, mientras Victoria pasaba las hojas del periódico buscando su crucigrama en la rutina de la tarde, su mano se paró en seco en una de las hojas y comentó sorprendida: Mira Pistón, hay un artista en Madrid que fotografía los pises de los perros. El can, que dormitaba a los pies de su ama, levantó la cabeza al oír su nombre. Durante unos segundos se miraron y asintieron lentamente. Victoria con una sonrisa pasó la página y Pistón volvió a dormirse esperando la hora del ocaso.

 

IMÁGENES MENTALES

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