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Frontera DigitalEl hombre disperso en la playa verde, 21

El hombre disperso en la playa verde, 21

 

MIS LIBROS ILUSTRADOS

Un libro y un dibujo.

 

RELATOS SIN MIEDO

La chica con el demonio en una pierna

Bajé las escaleras de madera vieja saltando como un animal. Al llegar al rellano del segundo piso vi a Pepita, la portera, que barría las escaleras con su escoba despeinada, me miró frunciendo el ceño y con ese gesto tan suyo, como estreñida. ¡Buenos días! La saludé con una amplia sonrisa intentando amansar a la bestia que llevaba dentro, a la vez que mi galope se convirtió en un paso elegante de doma. Ella me saludó con un movimiento de cabeza con moño, pero antes de desaparecer por el portal me gritó: ¿Ya se fue tu novia? Hice cómo que no la había oído, siempre tan cotilla y amenazándome con decirle al casero todo lo que sucedía en mi piso.

Descubrí una mañana brillante y caminé por el bulevar asombrado entre naranjos y camelios, los coches subían y bajaban como rebaños trashumantes. De pronto, vi el rostro de un diablo de mirada perturbadora y sonrisa sarcástica en la pierna de una mujer de pelo largo y rubio. Su minifalda rosa se movía como el mar, olas insistentes que llegaban a rozar los dos cuernos puntiagudos que salían de su cabeza. Me sorprendió cómo a una chica con esa imagen angelical la acompañaba el rostro del mal.

Cruzó la calle y sin saber por qué decidí seguirla. Fui dejando cierta distancia, su mirada se deleitaba en su reflejo al pasar por las cristaleras de los escaparates. Enseguida llegamos al centro de la ciudad, a las calles estrechas de granito, a la iglesia de las gárgolas asomadas en lo alto, a la zona de mesones y tabernas de vino tinto. Olía a pulpo grande recién hecho y a carne asada con patatas del color de la tarde. Sus tacones comenzaron a cantar sobre las piedras mientras el eco tocaba los rostros de los muros de las casas antiguas.

Ella desaparecía con intermitencia por las callejuelas cada vez más misteriosas. En algún momento tuve la sensación de que sabía que la seguía. Una campana melancólica repicó. Pasé por locales vacíos llenos de pintadas siniestras que no pude llegar a comprender. De repente, me encontré solo siguiendo el sonido de sus pasos. Una sombra salió de uno de los muros y cruzó la calle para filtrarse en la línea difusa de una pintada de espray y me quedé paralizado. Las pinturas de las paredes eran cada vez más dramáticas, pinceladas hechas por artistas arrebatados con gestos siniestros, palabras que ensuciaban mi mente y colores desgarrados. Apuré el paso para no perderla, pues en segundos había dejado de verla. Al girar la esquina me la encontré de frente, bajé la cabeza y cerré los ojos. Oí sus pasos que se acercaban y cuando pasó a mi lado rozó mi cuerpo y supe enseguida que, además de su tierno perfume, algo se había quedado conmigo. Abrí los ojos y lo vi en mi mano, era el mismo rostro que había visto en su piel. Ella, mientras tanto, se alejaba despacio, ¿Qué me has hecho?, le grité. Sonrió y dijo: Tú la llevas. Y siguió su camino sin mirar atrás.

Horas después, una luna espectral iluminaba mi ventana y se filtraba por entre los visillos hasta mi mano, el demonio rojo me miraba fijamente perturbando mi alma. Fui al lavabo y puse la mano bajo el chorro del agua fría, parecía que calmaba mi inquietud, pero en cuanto la retiré, volví a sentirla. Me tomé una pastilla para dormir y me olvidé de todo hasta el día siguiente.

La luz del sol atravesó mis párpados haciendo que la oscuridad se tornase roja. Antes de abrir los ojos la imagen perturbadora me sacudió. Subí la mano hasta la altura de mi mirada y eso ya no estaba. Suspiré aliviado pensando en que todo había sido un mal sueño. Me levanté de un salto y un peso en la rodilla me sorprendió. Miré automáticamente hacia la pierna y la imagen estaba allí, pero más grande que en la mano. Me vestí y bajé volando a la calle.

Llegué sudando hasta una tienda de tatuajes para saber si eso se podía borrar, allí me atendió un hombre delgado y de movimientos lentos que examinó mi rodilla y me dijo:

—No es un tatuaje, es un señuelo.

—No entiendo -Susurré, pues no me salían las palabras.

—Es una marca que se utiliza para atraer algo, o a alguien, que se quiere cazar. Lo siento chico, no sé en que andas metido, pero no se puede borrar. A lo mejor se va como ha venido. El azar es lo que tiene.

Al salir de allí estaba temblando de rabia y de impotencia. Observé el cielo de nubes oscuras que llegaban desde el sur de la ciudad, cagándome en el azar. Caminé hacia las calles misteriosas oyendo los pasos que devolvían las paredes, por las pintadas que me habían sobrecogido, tenía esperanzas de volver a ver a la chica desde donde partió ese mal, pero el peso en mi rodilla se volvía más intenso y regresé a casa.

Pepita estaba en el portal hablando con una vecina. No quería que me viera, no estaba de humor para aguantar sus chorradas e intenté pasar rápido, pero en cuanto me vio me cortó el paso:

—Hay una carta para ti, debe ser de tu padre, lo digo por la letra, ¿te manda dinero?

La vecina aprovechó para escabullirse y yo me quedé parado notando el rubor en mis mejillas. Pepita entró en la portería para coger la dichosa carta. No sé por qué lo hice, si fue por rabia o por otra cosa, pero la seguí y cuando se agachó para buscarla entre más correspondencia le rocé el culo con mi rodilla, mientras de mi boca salió un perdón susurrado. Justo en ese instante su gato que estaba dormido sobre la mesa lanzó un bufido y me enseñó los dientes, pero yo sentí un repentino y agradable alivio recorriendo mi cuerpo. La portera se giró con la carta en la mano y en su cara había algo más que una interrogación, era un malestar visible a todas luces que velaba su mirada. Perdón, repetí, esta vez más seguro, y le arrebaté la carta con una sonrisa, me di la vuelta, y mientras me iba a casa le solté un gracias sin esperar contestación.

Esa noche mientras leía no conseguía concentrarme, pues estaba más atento a los ruidos del piso de arriba que a la lectura. Por el sonido de sus pasos sabía que estaba en la cocina, que luego entró en el salón y cuando sus pisadas callaron habló el televisor con la novela cursi de todas las noches. Esperé pacientemente, me serví un vino y continué con mi lectura. Una hora después la oí, y todos los vecinos, pues el alarido de terror retumbó como un trueno por todo el edificio.

Alcé mi copa al techo y dije: Tu la llevas.

 

IMÁGENES MENTALES

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