MIS LIBROS ILUSTADOS
En cada libro que abro encuentro dibujos que pinté mientras los leía.
RELATOS SIN MIEDO
Una visita inesperada
Apareció sin más de madrugada, como recién plantado sobre la tierra movida. A su espalda había pasillos con multitud de nichos donde se reflejaba una luz tenue de azules breves, detrás de esa muerte surgían masas de árboles de misteriosas formas, los perros ladraban lejos, arriba, las estrellas tejían sueños. El aire del mar traspasaba la oscuridad y se mezclaba con las algas de la tierra. Esperó así a que pasase el tiempo hasta que no pudo más, empezó a caminar de aquella manera hasta apoyar la parte de atrás de los tacones de sus zapatos sobre uno de los nichos de la tercera fila y se sintió más aliviado. Amaneció despacio con un rosa expandido, un sol anaranjado se alzó desde los montes de pinos y eucaliptos. Más tarde escuchó cómo alguien abría el portalón de entrada. Con temor se alejó apurado y se escondió detrás de un olivo centenario. ¡Qué de flores secas había por el suelo!, pensó. Cuando aparecieron cerca las botas del operario, se arrimó al máximo al tronco del árbol, por forma y color, pasó desapercibido.
Jonás salió del cementerio cuando el sol iluminó las mimosas y pintó de amarillo el aire, vestía un traje gris oscuro que le sobraba por todos lados, la americana metida dentro del pantalón, bien agarrada por un cinturón que movía su cola de perro, de la camisa abotonada hasta arriba asomaba su delgado cuello. Pasó por el puesto de las flores, una mesa larga con cubos azules de donde salían ramos, al rozar sus diferentes colores con los zapatos de cordones bajó la cabeza de unos claveles rojos.
Cuando llegó a la parada del autobús la gente lo miró extrañada, los más jóvenes le señalaron con el dedo. ¿Le pasa algo?, preguntó una mujer mirándolo lentamente de abajo a arriba. Pero él no dijo palabra alguna. El autobús llegó y subió como pudo. El conductor le recriminó que no estaba permitido entrar de esa manera y que además, debía pagar. Pero Jonás, siguió silencioso por el camino estrecho entre la gente y los asientos, dejando caer el importe del billete. Alguien tuvo la amabilidad de recogerlo y entregárselo al conductor. ¡Caballero, la próxima vez, pague como todo el mundo y coja el billete de la máquina, así no se va por la vida, si quiere hacer el tonto hágalo en otro lado!, le dijo con las manos al volante mirándolo con expresión de paciencia desde el retrovisor.
Se instaló en un lateral antes de los últimos asientos, ya relajado posó sus zapatos en el cristal de la ventana con cierto romanticismo. Hacía mucho que no iba en un autobús, había bastante gente, los que le tocaron a su lado se apartaron por precaución. Se fijó en las piernas y tobillos de las mujeres, en las bolsas de plástico llenas, en algún calcetín y en los muchos zapatos. Vio una página de periódico tirada en el suelo, abril de 2018 leyó, desde luego nunca había visto las cosas desde esta perspectiva. Cuando llegó a su destino la gente se apartó a su paso como si fuera un apestado y llegó a la puerta con destreza. Al bajar del autobús, estuvo a punto de darse un golpe en la cabeza contra la acera pero milagrosamente logró mantener el equilibrio. Continuó acompañado de un rayo de sol que lo iluminaba e hizo que su avance fuera un espectáculo, mucho más irreal de lo que ya era. Pasó al lado de un indigente que pedía y su bolsillo volvió a soltar unas monedas que rodaron por la calle, el mendigo que estaba sentado en el suelo las alcanzó en un movimiento rápido y certero.
Esperó tambaleante a que un semáforo se abriera y observó el paso mareante de los vehículos. La gente lo miraba, sobre todo los que lo veían de espaldas. En una calle en obras paró ante un portal verde. Su nieto Tristán, ya un hombrecito de doce años, oyó el telefonillo desde las imágenes y “me gustas” de instagram, pero no reaccionó al impulso. Jonás volvió a llamar al tercero con la punta afilada de uno de sus zapatos. El chico se incorporó, dejó el móvil sobre la cama y fue hasta la cocina despacio, descolgó el telefonillo de la pared y preguntó: ¿Quién es…?, y oyó una voz lejana mezclada con el ruido de un taladro. Abrió sin pensar en nada más, volvió a su cuarto y a la pequeña pantalla del teléfono, al rato sintió que golpeaban la puerta de la calle.
Se asomó a la mirilla y observó el descansillo vacío, pero sintió que alguien respiraba. Abrió y vio las suelas de unos zapatos temblorosos a la altura de su pecho, los sostenían unas piernas delgadas y blancas como el mármol, se asustó, no esperaba la visión de un hombre mayor y consumido haciendo el pino. El anciano lo miró fijamente desde abajo muy cerca del suelo. Mira hijo, soy tu abuelo, déjame entrar, ya sé que parece extraña la postura, pero si quería volver solo podía hacerlo así. El muchacho se apartó de la puerta y lo dejó pasar.
Tristán solo necesitó unos segundos para asimilar la situación, apoyó sus manos en el suelo frío de baldosas, levantó sus piernas y se acercó a su abuelo hasta que sus caras quedaron separadas solo por un par de palmos. Es verdad, eres tú, abuelo, le dijo sonriendo.
IMÁGENES MENTALES