MIS LIBROS ILUSTRADOS
En mis libros también hay dibujos entre las páginas.
RELATOS SIN MIEDO
El viento ese día
El viento ese día nos desnudó a todos.
Amaneció cubierto de niebla. El cielo, el mar, los árboles, los campos y las casas de la aldea, el perro negro de mi vecino, todo lo que veía a diario desde mi ventana había desaparecido bajo el manto blanco y sentí que mi alma se había ocultado con ellos. El silencio pesado del día se rompía con la cadencia lenta de los aullidos de los barcos.
Salí, me senté en el pozo y me puse a llorar. Por el camino que baja a la playa, vi a un espectro que se acercaba pero resultó ser alguien que pasaba en bicicleta. Pensé en el mar como cuando uno siente su corazón.
A medida que transcurrían las horas, la luz del día intentaba surgir de la perezosa sábana. Repicaron las doce desde las campanas de la espadaña de la iglesia y un rayo de sol iluminó, como en una escena sublime, las ramas de un castaño. Más tarde las cortinas del paisaje se abrieron y lo cotidiano surgió.
Tiré de la anilla de una lata de sardinillas que llevaba en una bolsa de plástico y con un trozo de pan acolchado me hice un bocadillo. Las hojas de los árboles se desperezaron y el viento apareció a mi lado trayéndome la palabra “loco”, como si alguien me lo llamase, la sentí tan cerca que me asusté. Busqué el origen apartando el viento con las manos pero fue inútil. Estaba solo con el que enredaba, se iba y volvía como lo hacen los perros cuando les lanzas un palo, pero el viento solo me traía miserias humanas.
Después de comer me encontré a Dolores que es una diosa del sexo. Me contó que el maldito viento le acababa de traer la conversación de Jesús y Amparo. Creía que estaban hablando mal de ella, pero no estaba segura pues los insultos se mezclaban con el noticiario de las dos. ¿Cómo era posible que el viento ese día fuese tan rastrero metiendo cizaña entre la gente del pueblo?
Al rato sentí un trueno lejano y profundo como si sucediese en el horizonte de mi cuerpo, inmediatamente oí a Domingo y a Olga conversar, les escuché tan claramente como un diálogo de una película doblada. Ellos viven lejos, arriba en la montaña por encima del bosque conviviendo con las nubes, esas que descienden lentamente como animales en extinción entre árboles y piedras; hablaban, entre otras cosas, de que yo era la persona más vaga del mundo y mi padre era un cantamañanas.
Me distraje con una canción que llegó como un peregrino, era la voz de Leonard Cohen que me susurraba, What happens to the heart…, su música flotaba, se deslizaba por las espirales de los helechos, luego ascendía, se columpiaba en las ramas de los pinos y rebotaba en un muro de viejas pintadas. Pensé en lo apropiada que era para este momento tan extraño.
Caminé bordeando la ladera, el mar era un gato que se encrespaba. Me llegó el olor del tabaco con frases miserables de la tasca del pueblo, ¿por qué tu cabra come en mi campo?, ¡si vuelves a pisar mis tierras te mató!, ¡sé que has envenenado a mi perro!, oía frases inconexas con el denominador común de un odio cada vez más violento.
Comenzaba a dolerme la cabeza por el viento dañino y por la tormenta que se estaba gestando en el vientre del cielo. Podía sentir su respiración de grises oscuros.
Cayeron unas primeras gotas gordas que dibujaron huellas de monedas de un euro, enseguida el cielo arrojó granizo con saña y rebotó en la tierra como canicas blancas. Bajo mis pies todo se volvió barro.
Al cesar la ira del cielo, volvieron las conversaciones a mis oídos, o quizás siempre estuvieron ahí pero no podía oírlas.
Insistió el cielo oscuro con la lluvia en las manos e implacable la lanzó sobre el bosque que bordeaba la carretera, fue tal la puntería que atravesó los incontables corazones verdes de los árboles. Un relámpago creó una radiografía en la pantalla del paisaje. Pasaron coches tocando sus bocinas, gente corriendo por todas partes, gritando y recriminándose entre sí. Corrí empapado entre la gente, algunos alcanzaban a otros y caían al suelo y peleaban por las cunetas encharcadas. El viento se llevó un árbol delante de mí y vi volar una cabra. Apuré hasta llegar a casa tapándome los oídos, abrí la puerta y luego el viento me la cerró de golpe.
Mientras el día se ocultaba, el viento aporreaba las contras y las ventanas y la angustia me recordó a la película de La noche de los muertos vivientes. Empapado me quité la ropa y mi cuerpo desnudo se metió en una ducha cálida.
“¡Qué de árboles hay en el cielo!”, me susurró la voz dulce de una mujer que no había a mi lado.
IMÁGENES MENTALES