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Mientras tantoEl hombre que acompañaba a Jackie Kennedy

El hombre que acompañaba a Jackie Kennedy


 

El coche presidencial en el que viaja Kennedy, herido de muerte, se aleja a toda prisa camino del hospital. Dallas, Texas, 22 de noviembre de 1963. /Justin Newman/ 

 

 

“Dejad que todos vean lo que le han hecho a mi marido”

Jackie Kennedy, Dallas, Texas, 22 de noviembre de 1963

 

 

 

Pocos hombres (y que nadie se sienta ofendido y que el que quiera se sienta identificado) suelen prestar atención y muchísimo menos importancia a la ropa que llevan las mujeres, y los que lo hacen es precisamente por la ausencia de esta –si el vestido es muy escotado o la falda muy corta- cuanto menos mejor.

 

Cada persona se viste de una manera por diferentes motivos, pero dentro de todas estas elecciones la que debería predominar (y por suerte creo que así es en la mayoría de los casos) es la de sentirnos cómodos y seguros con la ropa que llevamos puesta. Sin embargo, las mujeres, que por naturaleza somos más coquetas que nuestro sexo opuesto y que por regla general le damos una importancia mayor a nuestras vestimentas que ellos, podríamos plantearnos si viviéramos rodeadas únicamente de hombres (me entran escalofríos solo de pensarlo) vestiríamos como lo hacemos normalmente, de la misma manera en que en la primera entrada que escribí en el blog titulada La moda como fenómeno de masas reflexionaba sobre el modo en el que lo haríamos si viviéramos aislados completamente. La conclusión ante esta segunda cuestión era tan evidente como el hecho de que la moda existe dentro de un contexto social que, intrínsecamente, busca un efecto, una reacción, por parte de las personas que nos rodean. La primera me viene dada porque, a lo largo de toda mi vida –que a mis 24 años no ha sido ni muy larga ni muy corta, pero ha sido- he tenido diferentes experiencias que me han demostrado que al sexo opuesto suele importarle lo mas mínimo lo bonito que puede llegar a ser un pañuelo o un abrigo. («¿Te protege bien del frío? Sí, suficiente»). Y por ello las mujeres nos vestimos para nosotras a sabiendas que si fuese por la atención que desprenden las prendas (y valga la redundancia) en nuestros maridos, novios, amantes y amigos podríamos ahorrarnos mucho dinero y ellos nos seguirían viendo igual de guapas o igual de feas (eso ya depende de lo usado que esté el amor).

 

He visto, por tanto, cómo cientos de hombres se quedaban embobados ante una chica por lo guapísima y/o espectacular que era, sin impórtarles lo horrenda que podía ir vestida, y cómo han girado la vista ante chicas estupendamente vestidas, solo porque no les gustase su físico. No estoy hablando de dotar de superficialidad a la ropa que llevamos, ni de juzgar a la gente por lo que lleva puesto. Estoy hablando de mentes masculinas simples que sólo prestan atención a caras bonitas con pechos como soles. 

 

He visto entrar a mujeres más o menos preciosas en bares de carretera, en restaurantes de lujo, en salas de fiestas y en oficinas que al llevar prendas cortas han despertado miradas, pasiones, emociones e incluso burradas por parte del público masculino. No estoy hablando de provocación por parte de las mujeres a la hora de vestir. Estoy hablando de mentes masculinas simples que sólo prestan atención a las piernas veraniegas de mujeres libres que tienen todo el derecho de lucir los cuerpos que la naturaleza les ha otorgado.

 

He visto cómo personas que desprenden un gusto y elegancia innatos han pasado inadvertidas frente a horribles vestidos de gasa hasta el subsuelo, típicos de bodas de la España cañí con chales que brillan más que las estrellas y moños altos con cascadas de bucles más grandes que las del Niágara.

 

Ante esto, la sociología de la moda, y sobre todo la sociología de la moda en la calle, en sociedad, con internet como plataforma, ha generado una nueva percepción de esta en la que, muchas mujeres, si se visten para alguien, además de para ellas mismas, es para las demás mujeres. No nos importa la sensación que causemos en los hombres (puede que ni siquiera en los nuestros) y nos ponemos cosas que ellos llegan a encontrar feas o anti femeninas (el denominado estilo Man Repeller). Nos sentimos mucho más halagadas cuando es otra mujer y no un hombre la que se queda maravillada ante nuestro vestido.  

 

Y es que si las mujeres nos vistiéramos para los hombres iríamos desnudas todo el tiempo.

 

Y es precisamente esta concepción de la moda, esta sensibilidad especial que tenemos ante nuestra vestimenta, y la de las demás, lo que hace que muchas mujeres recordemos grandes momentos de la historia, de la nuestra propia y de la de los demás por lo que llevaban puesto sus protagonistas ese día: el traje blanco de Yves Saint Laurent con el que Bianca dio el sí, quiero a Mick Jagger; el vestido azul de Penélope Cruz cuando gritó “¡Pedrooooo!”; el precioso vestido verde que llevaba la actriz Keira Knightley en la película Expiación; todos y absolutamente todos los estilismos tom boy de Diane Keaton en los 70, con Annie Hall como referente; el sastre blanco de Armani que llevó Letizia Ortiz en su pedida de mano, o el exageradísimo vestido de novia de Lady Di con una cola de 25 metros.

 

Sin embargo, creo que no exagero* al afirmar que, si hay una vestimenta que es recordada tanto por hombres como por mujeres y que forma parte de la historia desde el mismo momento en el que ocurrió todo, es el traje rosa de Chanel que llevaba Jackie Kennedy el día que John Fitzgerald Kennedy fue asesinado. La horrible visión del asesinato se quedó grabada para siempre en la memoria de una generación entera y en las que la siguieron hasta nuestros días, con la figura de una mujer enfundada en su traje rosa, símbolo de la entereza de una primera dama que se negó a quitarse su ropa ensangrentada durante horas.

 

 

“Soy el hombre que acompaña a Jackie Kennedy”

J. F. Kennedy, París, marzo de 1961

 

La mañana de aquel 22 de noviembre de 1963 Kennedy le preguntó a su esposa qué iba a ponerse para la visita a Dallas con motivo de la gira de cara a las elecciones presidenciales del año siguiente. En los tres años que llevaba como primera dama Jackie Kennedy se había situado como una de las mujeres más elegantes a la hora de vestir, con su particular estilo joven y sencillo, y su presencia junto al presidente era una baza política indispensable ya que su figura atraía a multitud de personas, llegando incluso a duplicarse la presencia de asistentes a los actos oficiales cuando su mujer le acompañaba.

 

La necesidad política de tener a Jackie cerca fue una realidad desde el principio del matrimonio de la pareja. Ella provenía de una familia aristocrática de ascendencia francesa y él de un multimillonario clan con gran tradición política y empresarial liderado por su padre, Joseph Joe Patrick Kennedy. Fue precisamente éste el que aconsejó a su hijo John, mujeriego por naturaleza, que se casase con la joven Jackie (se llevaban 12 años de diferencia) para lanzarle al estrellato nacional cuando su carrera política comenzaba a despegar, asegurándole que lo único que cambiaría con esa boda serían las apariencias. De la noche a la mañana, y gracias a Jackie, Kennedy se convirtió en uno de los políticos más glamurosos y carismáticos del país. Sin embargo, y a pesar de que el matrimonio fuese en realidad una campaña política promovida por Joe Kennedy y los asesores políticos de su hijo para otorgar seriedad y estabilidad a la vida sentimental del futuro presidente a ojos de los estadounidenses, Joe Kennedy adoraba a su nuera e incluso llegó a pagar, en multitud de ocasiones, las facturas de ropa de Jackie a escondidas de su hijo para que este no se enfadase ante las elevadísimas sumas de dinero que la primera dama se gastaba en las mejores boutiques del mundo, y que según él, podían alejarle de sus votantes.

 

John, a quien le unía una relación de profundo respeto hacia su padre, siempre decía que su destino sería lo que su padre quisiera. Por eso no dudó en meterse en el mundo de la política cuando su padre así lo quiso, ni en casarse con la joven Jackie en septiembre de 1953 siguiendo lo que el consideraba, los “sabios consejos” de su padre.

 

Jackie, quien siempre se caracterizó por su astucia e inteligencia, nunca se dejó engañar por las falsas apariencias que siempre habían envuelto a la familia Kennedy. John, que desde pequeño había sufrido diversos problemas de salud, y que llegó a recibir la extremaunción incluso en cuatro ocasiones antes de ser elegido presidente, le dijo a Jackie cuando aún eran novios: -“la vida es tan breve como dolorosa, y por este motivo hay que aprovechar todas las oportunidades que el placer nos brinde”-. Con estas palabras, y a sabiendas de la fama de mujeriego que precedía a su futuro marido, Jackie entendió que a pesar de que se casara con ella, él nunca renunciaría a su pasión por las mujeres. A pesar de todo esto, Jackie Kennedy siempre mantuvo la compostura y nunca perjudicó a la figura de su marido. Fue una mujer con una gran determinación que sabia encontrar perfectamente su lugar en cada momento, pero que lejos de parecer fría o calculadora, se mostró siempre cercana y carismática, arrastrando sin embargo una procesión, que como tantas otras, iba por dentro.

 

A pesar de la presidencia de su marido, a Jackie jamás le interesó la política, y utilizó su papel como primera dama para remodelar las estancias de la Casa Blanca, la cual encontraba fría y fea, y para modificar el estilo de las recepciones oficiales, convirtiendo a John Kennedy en el líder mundial mas refinado. Interesada en el arte y la cultura, organizó dentro de la residencia presidencial multitud de actos culturales como exposiciones de arte, conciertos y ballets, con invitados tan célebres como el violinista Isaac Stern, el compositor Igor Stravinsky, el violonchelista Rostropovich o el español Pau Casals. Fue precisamente en una de estas recepciones, en la que John le comentó a un amigo: -«Jackie es genial en la vida privada, pero ¿crees que algún día tendrá algún interés en la vida política?» – Ella, que estaba sentada al lado de ellos, contestó: -«John es genial en la vida política, pero ¿crees que algún día tendrá algún interés en la vida privada?» – En clara alusión al poco tiempo que el presidente dedicaba a su familia.

 

 

100 días antes del asesinato,  en agosto de 1963, el matrimonio había perdido a su hijo Patrick, quien nació prematuramente y tan solo vivió 39 horas. Este hecho, afectó de una manera especial al entonces presidente, quien comenzó  a pasar mas tiempo con sus hijos, dejó de acostarse con sus amantes, e intentó mejorar su relación con Jackie. Sin embargo ella, harta de las continuas infidelidades de su marido, decidió alejarse de este por un tiempo y aceptó una invitación de su hermana quien la invitó a pasar unos días de crucero en el yate de un amigo suyo, Aristóteles Onnasis. Ante la polémica que despertó el viaje, Kennedy escribió a su esposa pidiéndole que acortara sus vacaciones y que volviese a Estados Unidos lo antes posible, pero Jackie no solo ignoró la petición de su esposo, si no que alargó aún más sus vacaciones y aceptó otra invitación de Hassan II quien la invitó a pasar unos días en su palacio de Marrakech. Fue a su vuelta en octubre cuando Kennedy le pidió que le acompañase a su visita a Dallas.

 

La mañana de aquel 22 de noviembre, antes de tomar el vuelo que les llevaría a Dallas, el matrimonio acudió a un desayuno de la Cámara de Comercio en el Hotel Texas de Fort Worth, donde Kennedy pronunció su último discurso. Ante el enorme revuelo que la presencia de Jackie levantó entre los más de 3.000 asistentes al desayuno, especialmente entre las mujeres, John Kennedy bromeó diciendo: “Veo que a nadie le interesa lo que Lyndon [B. Johnson, el vicepresidente] y yo llevamos puesto”, y continuó comentando que, dos años atrás, había viajado con Jackie a París y que debido al enorme protagonismo que ella despertó entre todos los franceses él se sintió como «el hombre que acompañaba a Jackie Kennedy” y que en esos momentos en Texas volvía a sentir lo mismo. Fue precisamente en esa visita a París, en la primavera de 1961, donde Jackie, que debido a su ascendencia dominaba el idioma y tenía una cierta predilección por el gusto y la moda franceses, adquirió un gran protagonismo como primera dama y donde entendió que podía estar a la altura de su cargo. En un primer momento, John temió que la elegancia francesa de Jackie le alejase de sus patrióticos votantes americanos, pero la atracción que ella ejercía sobre todas las personas que les rodeaban acabó siendo uno de los recursos más importantes en toda su carrera política, hasta el punto de que en 1961 la prensa norteamericana la eligió como la mujer del año.

 

Después del desayuno en Fort Worth, el matrimonio –junto a toda su comitiva- se dirigió al aeropuerto para tomar el último vuelo del presidente en el avión presidencial Air Force One que les llevaría a Dallas. Para hacer aún más notable su llegada a la ciudad los organizadores de la visita del presidente programaron un trayecto de apenas 14 minutos en avión desde Fort Worth.  

 

 

 “Sé simple, demuéstrales a estos texanos lo que es el verdadero buen gusto»

 J. F. Kennedy, Texas, noviembre de 1963

 

Jackie escogió para aquel día el famoso traje rosa de dos piezas compuesto por una chaqueta con abotonado marinero y una falda a juego por encima de la rodilla. El conjunto simbolizaba a la perfección la intachable imagen que Jackie se había ganado entre el público, icono de aquella época, como esposa perfecta para un presidente de los Estados Unidos: bella, carismática, culta y elegante.

 

Confeccionado en tweed (tejido de lana irlandés), el traje era un diseño de Chanel de 1961, que sin embargo fue realizado por la casa americana Chez Ninon de Park Avenue en Nueva York, para evitar las criticas que en su momento recibió la primera dama por su predilección por la moda francesa ante su falta de patriotismo hacia el estilo americano. De esta manera, Chanel enviaba desde París los materiales, las telas y los botones a Ninon, que confeccionaba los trajes a la medida de Jackie.

 

El conjunto iba acompañado por un sombrero estilo pill box y unos guantes blancos, atuendo indispensable en la mayoría de sus apariciones públicas, con los que ocultaba sus manchas amarillas en los dedos debido a su adicción al tabaco así como su manía de morderse las uñas.


John y Jackie Kennedy, con el traje de Chanel rosa, a su llega al aeropuerto Love Field de Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. / Cecil W. Stoughton /

Aquella mañana amaneció lloviendo en todo Texas. El descapotable presidencial en el que iba Kennedy cuando fue asesinado había sido transportado desde Washington en un avión del ejército exclusivamente para su paseo por Dallas, pero no fue hasta el último momento –cuando el avión presidencial aterrizó en el aeropuerto Love Field- cuando el tiempo mejoró y se pudo hacer uso del descapotable. Ni el mismísimo sol quiso perderse la visita de los Kennedy a Dallas.

 

Tras un breve recorrido desde el aeropuerto al centro de la ciudad, a las 12:25 de la mañana, el descapotable –en el que además del matrimonio Kennedy viajaban el gobernador de Texas, John Connally, su esposa Nellie, un guardaespaldas y el chófer- entraba en la plaza Dealey, donde unos minutos después un disparo en la cabeza acababa con la vida del presidente de estadounidense. El rostro de Jackie, sentada a la izquierda de su marido, y el traje rosa se mancharon de sangre. Instantes después, una aterrorizada primera dama intentó huir trepando a la parte posterior del vehículo, en el mismo momento en el que un escolta accedía al coche por el mismo sitio.

 

A pesar de las manchas de sangre de su bonito traje rosa, que no hacían otra cosa que acentuar aún más la ya de por sí dramática situación, Jackie Kennedy no se cambió de ropa en todo aquel fatídico día. No se lo quiso limpiar en el hospital al que trasladaron a su marido y en el que se certificó su muerte, ni quitárselo en el avión de vuelta a Washington donde además de trasladarse los restos de su esposo tuvo lugar el acto de posesión y jura del nuevo presidente, Lyndon B. Johnson. Fue precisamente a su entrada en el Air Force One, donde su secretaria la estaba esperando con un vestido limpio, cuando Jackie se negó a cambiarse de ropa. Ante la insistencia de sus asistentes, ella respondió tajantemente: “Dejad que todos vean lo que le han hecho a mi marido”.

 

Al día siguiente, cuando ya estaba en Washington, Jackie le pidió a una de sus asistentes que guardase el famoso atuendo –sin limpiar- en una caja y se la mandara a su madre, Janet Aunchincloss, quien lo guardó en su residencia de Georgetown hasta que al año siguiente, en julio de 1964, la ropa fue enviada al Archivo Nacional en la ciudad de Maryland, con una nota escrita a mano por la misma madre de Jackie donde tan solo ponía: “Traje y bolso de Jackie, llevado el 22 de noviembre de 1963″. El atuendo se conserva desde entonces en una cámara acorazada protegida de la luz y del aire. La decisión de donar el vestuario completo que Jackie uso aquel día –la falda, la chaqueta, la blusa, las medias, los zapatos y el bolso ya que los guantes y el sombrero se perdieron en el caos del hospital- fue una decisión tomada por la propia Jackie, tal y como explicaba la periodista de moda Cathy Horyn en un artículo publicado en el New York Times el pasado mes de noviembre con motivo del 50 aniversario del fallecimiento de Kennedy. Jackie, sabiendo de la atracción que aquella vestimenta despertó en todo el mundo, decidió cederla temporalmente a los archivos nacionales norteamericanos con la condición de que no fuese expuesto al público hasta que ella o su familia lo permitieran. De igual manera, el acuerdo implicaba además que el traje nunca fuese limpiado, símbolo de lo que ocurrió aquella soleada mañana en Dallas.

 

Esta restricción no hizo más que aumentar la fascinación y el enigma de todo lo que ha rodeado siempre el asesinato de Kennedy. En su momento se dijo que Jackie no quiso exponer el traje manchado con sangre ante el público por respeto a su marido y para evitar el sensacionalismo. Sin embargo esta restricción no afectaba a los demás artículos guardados de la colección de los Kennedy, como el rifle con el que Lee Harvey Oswald disparó a Kennedy o el mismo traje que llevaba el presidente en el momento en el que fue asesinado, los cuales pueden ser vistos por los investigadores tras solicitar los permisos correspondientes. Pero a lo largo de 50 años no se ha concedido nunca ninguna acreditación para acceder al traje de Jackie.

 

La polémica en torno a esta prohibición generó en su momento varios debates, e incluso se llegó a especular con el hecho de que en realidad el traje rosa fuese una copia y no un Chanel auténtico, lo cual en cierta manera dejaría mal a la figura de la primera dama llevando ropa falsificada y que, por este motivo, Jackie no quería que la chaqueta viera la luz. Esta afirmación carecía de sentido, ya que si Jackie Kennedy fue criticada por algo fue precisamente por su inclinación hacia la moda francesa frente a la americana, y por haberse gastado más de 30.000 dólares en ropa de Chanel durante la campaña presidencial que llevó a Kennedy a la presidencia. Debido a la polémica que este hecho levantó en la sociedad norteamericana, Jackie y su equipo decidieron no arriesgarse más, o por lo menos arriesgarse a medias, y desde entonces todos sus atuendos de la casa francesa eran enviados desde París hasta la tienda neoyorquina de Chez Ninon, donde los trajes eran confeccionados por manos americanas bajo el consentimiento y con los materiales de la casa Chanel. De esta manera la ropa que Jackie lucía no era ni falsa ni copiada, pero conseguía salir airosa ante la prensa norteamericana afirmando, sin mentir, que compraba su ropa en una tienda de Nueva York.

 

Fue tal el recelo con el que Jackie Kennedy protegió siempre este asunto que tras su muerte, en mayo de 1994, la propiedad legal del atuendo pasó a manos de su hija Caroline, quien en 2003 firmó un acuerdo, por expreso deseo de su madre, por el que donaba todos los derechos del traje a los archivos nacionales a cambio de que este fuese ocultado al público durante otro siglo más, hasta el año 2103. Para entonces habrán pasado 150 años desde la muerte de Kennedy.

 

Jackie Kennedy abandonó la Casa Blanca dos semanas después del asesinato de su marido, y solo volvió a ella una vez, en secreto, en 1971, acompañada de sus hijos, para que estos viesen los retratos que había de su padre en las paredes de la que había sido su casa.

 

Cinco años después de la muerte de Kennedy, el 20 de octubre de 1968, Jackie se casó con el armador griego Aristóteles Onassis, 23 años mayor que ella, que en esos momentos era el hombre más rico del mundo. No fue ningún secreto que la boda tuviese otro fundamento que la conveniencia de ambos; ella se casó con alguien capaz de aportarle todo lo que ella necesitaba económicamente y al mismo tiempo alejarse de Estados Unidos, y él con la mujer idónea para otorgarle el estatus social aristocrático del que carecía. Su matrimonio con el magnate griego duró hasta la muerte de éste, en 1975, cuando estaban a punto de divorciarse. Jackie recibió una herencia multimillonaria y se marchó de Grecia para no volver nunca más a Estados Unidos.

 

Años mas tarde, la propia Jackie afirmaría, “la primera vez te casas por amor, la segunda por dinero y la tercera por compasión”. A pesar de que pasó los últimos años de su vida junto a un industrial belga, comerciante de diamantes, Jackie no volvió a casarse nunca más, quizás porque fiel a sus convicciones no encontró en su última pareja la compasión necesaria para casarse con él, o quizás porque después de una vida en la que a pesar de que lo tuvo todo para ser feliz, los dos hombres con los que se casó amaron más a su poder y a sus fortunas que a cualquier mujer en el mundo.

 

Eme Uve Ele

 

*Puede que sí que se exagerase al afirmar que aquel traje rosa de Chanel fuese el vestido más recordado de la historia tanto por hombres como por mujeres. Si hay algún otro traje que compita en este ámbito junto al de Jackie Kennedy es el que lucía la exuberante Marilyn Monroe en la famosísima escena de la película La tentación vive arriba, de 1955. La misma Marilyn Monroe que cantó el “cumpleaños feliz” más sensual y polémico de todos los tiempos a su entonces amante, el presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, también enfundada en un traje llamativo.

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