Le veo a él, Liberty, ante la junta electoral. Amenaza con el látigo a quien se decida a votar en aquel pueblo del Oeste, donde la ley baila con el tambor del revólver más rápido,
«puedes elegir entre votar y no votar, pero te mataré si no me votas a mí», dice Liberty.
Mientras tanto, un héroe, James Stewart, funda la primera escuela y allí explica que una democracia consiste en el gobierno de todas las personas de una misma comunidad, un poder repartido, que pone y depone gobernantes con su voto.
«Morirás», dice Liberty, «si por lo menos no me votas a mí».
Se parece este pistolero a otros que nos amenazan estos días desde Wall Street, capital de Alemania, también en nombre de la libertad y de la balanza,
«cuidado con lo que votas o marcaré tu cara con mi látigo», dice Liberty Valance, serás devaluado, no habrá quien te rescate.
Y, de hecho, en la película de Ford, entre todos los ciudadanos sólo fue capaz el más libre, el más generoso, John Wayne.
Ciudadano al fin, lo busco por mi ciudad, y lo encuentro sentado en el suelo, dónde iba a ser, en la fila del comedor de desamparados.
Tiro de su camisa, bosteza, le sacudo, le digo, como en el poema de Vallejo:
si España cae, digo, es un decir, John Wayne, sal a buscarla.
Pero mucho cuidado con John Wayne.