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El hombre y su símbolo

 

 

«La mayoría de las personas sonríen tan pronto les hablo de marionetas o de pupazzi.  Piensan al instante en sus hilos, en sus brazos rígidos, en sus gestos bruscos; me dicen: ‘son curiosos muñequitos’. Pero recordad que esos mismos pupazzi son los descendientes de una noble y gran familia de ídolos, ídolos hechos en verdad ‘a imagen de un dios’, y que hace muchos siglos esas figurillas tenían movimientos armoniosos y no bruscos, que no necesitaban hilos o alambres, y que no hablaban por medio de la voz gangosa del titiritero. […]

 

¿Creéis por acaso que esas marionetas fueron siempre cosillas de un palmo de alto? ¡No! La marioneta hizo antaño un mejor papel que vosotros mismos. […]

 

El Asia vio su primer reino. En las riberas del Ganges se le construyó una morada, un vasto palacio que erguía al cielo sus hileras de columnas y bañaba otras en el agua, rodeado de jardines de tibios montecillos tornasolados, con frescas fuentes; jardines colmados de un silencio inmóvil. Sólo en la secreta frescura de las salas del palacio, el espíritu alerta de sus seguidores estaba en movimiento. Preparaban una fiesta digna de él, que celebraba el genio que le había dado nacimiento. De allí vino la ceremonia.

 

Tomó parte en ella; era la glorificación de la Creación, la antigua acción de gracias, el himno exuberante de la vida, y el más grave de una existencia por venir, al otro lado del velo de la Muerte. Ante la multitud bronceada de los adoradores aparecieron los símbolos de todo lo que existe en este mundo y en el Nirvana; los símbolos del hermoso árbol, de los montes, de las riquezas que éstos encierran; símbolos de la nube, del viento, de todas las cosas aladas; símbolo de la más rápida de todas ellas; El pensamiento, el recuerdo; símbolos del animal, del Buddha,  del hombre, y he aquí donde interviene la figurita, el original de esta marioneta de la que tanto os habéis burlado. Es que en nuestros días ella no conserva más que sus ridiculeces, copiada de las vuestras. No os hubierais reído al ver su modelo en la gloria, en los tiempos en que representaba el símbolo del hombre, en las fiestas de la Creación, donde era la imagen que nos transportaba de admiración. Insultar su memoria sería burlarnos de nuestra propia caída, de las creencias y de las imágenes que hemos roto.”

 

Edward Gordon Craig, El actor y la Supermarioneta. 1908.

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