Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Acordeón¿Qué hacer?El incordio de Pepito Grillo

El incordio de Pepito Grillo

Por si alguno no sabe quién es Pepito Grillo –no tiene por qué–, es el nombre con el que popularizó Disney ‘Il Grillo Parlante’ del Pinochio original de Carlo Collodi. Con este grillo como artefacto narrativo, Collodi intentó resolver el problema de la falta de alma o conciencia de un muñeco de madera y los problemas que le acarrea. Es una especie de conciencia externalizada (un poco como la de todos) que señala el bien y el mal, la verdad y la mentira al mágico muñeco.

La voz incordiante de Pepito Grillo no deja nunca de recordarnos lo que hacemos bien o mal y, sobre todo, lo que no hacemos o dejamos de hacer para hacer del mundo un lugar más habitable y justo, para evitar la extensión apabullante –en palabras de Labordeta– del crimen y la amenaza…

¿Qué hacer? –preguntamos continuamente a Pepito Grillo–, ¿dónde, cuándo, con quién, contra qué? En este mundo exhausto de utopías y revoluciones, con esta condición humana nuestra reacia ya a cualesquiera heroísmos, ¿qué hacer? Un amigo profesor, al que habían increpado de pequeño burgués en una asamblea sindical, respondió que nadie elegía realmente el lugar ni las circunstancias en que se desenvuelven nuestras vidas y que allí donde estemos hagamos lo que podamos para hacer un mundo mejor, pequeñas revoluciones cotidianas, con el aliento largo de héroes imposibles.

Juntarnos, acompañarnos, ayudarnos para que ninguno desfallezca y caiga, para no desesperarnos ante la magnitud de los males que nos atenazan. No habrá otra guerra de Troya con su consabido fin, pero sí la labor escondida de abrir grietas en sus murallas, día a día, hora a hora, mano con mano. Tal es la ingente tarea que Pepito Grillo nos pone por delante cada amanecer.

Pero el redoble de conciencia de Pepito Grillo no es solo individual y, aunque las divisiones y subdivisiones en lo que podemos llamar el campo de la emancipación sean tantas que se nos quitan las ganas de implicarnos en él, no nos queda otra. En el monográfico de la revista francesa Ballast, que lleva por título, justamente, la pregunta que más desazón nos provoca, ¿qué hacer?, resume en tres opciones las que tenemos: la deserción del poder capitalista, escapar a las periferias; derrocar el poder capitalista central provocando un levantamiento general; tomar el poder por medios legales y trabajar por una sociedad más digna e igualitaria desde dentro del Estado. La cita que viene ahora, la he traducido de la revista:

“desertar del poder capitalista central y escapar del orden dominante a través de la periferia; derrocar el poder capitalista central al final de un levantamiento y construir una sociedad de justicia; tomar el poder capitalista central por medios legales y trabajar, desde dentro del Estado, por la liberación de la sociedad. La tradición anarquista, la tradición marxista y la tradición socialdemócrata en el sentido original del término. Los falansterios, las colonias libertarias, los fuera-de las ‘comunidades por repliegue’, la Cataluña de 1936 o las ZADs; la Rusia bolchevique de 1917, la Cuba  de 1959 o el Mozambique frellista de 1975; el Chile de la Unidad Popular de 1970, la Francia del Programa Común de 1981, el Uruguay de Mujica de 2010 o la Grecia de Syriza de 2015”. (BALLAST • QUE FAIRE ?)

Esas son las vías que tenemos para el asalto a Troya: no hay más, quizá una combinación de las tres. Yo, con el tiempo, me he ido decantando –con muchas dudas– por el abandono, la deserción, el desistimiento. Es la que proponía, con mucha ingenuidad, en el último de mis 15 Asaltos en el que volvía del revés la vieja tradición española de “tirarse al monte”, para visualizar lo innecesarias que nos son las instituciones frente a lo absolutamente necesarios que somos nosotros –nuestros cuerpos tanto como nuestra fe– para darles apariencia de realidad y vida.
Pero quizá, al mismo tiempo, no viniera mal, como decía más arriba, juntarnos en los movimientos y rebeliones que continuamente ocurren a nuestro lado, sean estas vecinales, sindicales, identitarias, o políticos también… ¡qué más da si, al menos, ponen nerviosos a los amos del mundo y, como en el chiste del mosquito y el conductor, hacen descarrilar al tren! Todo menos dejarnos llevar mansamente por la desesperación que está acabando con tantos –y seguramente los mejores– de los más jóvenes.

Más del autor