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Mientras tantoEl infeliz castigador

El infeliz castigador


 

Es el otro apelativo del autoproclamado general y vitalicio en jefe de su formación política, una jaula de grillos cantarines de una bondad que no tiene. Obiang es un infeliz castigador, acuñador de un lema idiota que es un sinsentido: hacer el bien y evitar el mal.

 

En la república energúmena del que presume ser dirigente, Obiang ha inventado modos propios de hacerse vitalicio: me pasaré el tiempo haciendo el mal, robando y dejando que mis esbirros violen lo que puedan. Y cuando me pidan que deje el poder, presentaré este nefasto aval como la prueba de que no puedo hacerlo porque me lincharían, etcétera. Diablo con tretas propias de su especie. ¿Que no puedes dejar el sillón manchado porque has cometido muchos delitos y no te perdonarían la vida? ¿Y la vía correcta no es pedir perdón y poner cese a tanto mal? Táctica diabólica esta la de Obiang, afianzarse en el mal con la inicua excusa de que no puede dejarlo porque lo enjuiciarían irremediablemente. ¿El juego macabro?

 

Pues así sigue andando hasta que hizo de su vástago manirroto un comandante de esbirros, dispuesto a sucederle en el trono, y a toda su parentela con el ojo avizor para avistar a los enemigos como Daniel Darío, u otros que, inermes y armados de su voluntad de dejar de padecer, intentan enhebrar la enésima aguja en busca de una madeja de libertad. Pero dice el general que no, vuelva a la cárcel y lloren y chillen los enemigos del extranjero, ávidos consumistas que quieren ir a beber el petróleo nigeriano y se esconden detrás de las siglas de CEIBA. Así es el país de Obiang. ¿Petróleo de Nigeria? Ya dijimos en otra página de nuestros relatos que el general actúa como si hubiera estado haciendo un gran sacrificio para hacerse con un petróleo ajeno, y por esto no quiere compartirlo con nadie. En definitiva, como si hubiera estado robando el oro negro nigeriano, y como es un pecado, que cada cual se moje el culo si quiere prosperar como él. Gran cuco, infeliz castigador.

 

Ya verán, cuando los guineanos digamos basta, y comprendan la perfidia de la postura del general, habremos puesto la primera piedra. El primer intento es decirle a la cara que su treta no vale, que siempre será nada si se aferra a muerte, y a muerte de otros, a una república energúmena como la suya.

 

Barcelona, 4 de diciembre de 2012

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