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El infinitivo o todos los tiempos

 

Cuentan los quiromantes que la mano de Dios hizo lo imposible por evitar la guerra temporal, pero nada pudo detener a los hombres, que querían recuperar a toda costa lo perdido y que decían tener más flechas que el tiempo. Ante tal obcecación, la mano de Dios puso al verbo sobre la tierra y las palabras, que dormitaban al sol, se pusieron en marcha.

 

Cuando se nombró el presente, fue posible por primera vez capturar el tiempo y mantenerlo ocupado. Esta experiencia despertó mucho entusiasmo y trajo nuevas danzas y canciones, pero pronto el enemigo atravesó los presentes sin dificultad alguna y fue a pasar de largo delante de ellos. Poco después, los quiromantes anunciaron que habían encontrado entre las enseñanzas de la mano una nueva indicación: Al tiempo se le captura por partes.

 

Se supo entonces que el presente había permitido retener una de ellas. Los coros y danzas cantaron que todo consta de cabeza, tronco y extremidades y antes de que acabara la canción, los ingenieros añadieron al mecanismo los elementos necesarios para nombrar la decena de partes que distinguieron y las que se extinguieron y se fueron al mundo posible.

 

Cada vez que se accionaba el mecanismo, el tiempo devolvía parte de lo perdido, que caía en el camino estrepitosamente causando todo tipo de accidentes verbales. Lo cierto es que el funcionamiento de este artefacto tan eficaz no lo comprendía nadie, a excepción de ciertos ingenieros que fueron optando paulatinamente por el silencio y que continuan escribiendo en secreto el manual de instrucciones.

 

La máquina era ya una pura y enorme irregularidad cuando las enseñanzas de la mano revelaron la última conclusión: Si inevitablemente habeis de hablar, acabad lo antes posible. Existe otra versión que recoge el profesor Arteta en su texto de la semana pasada: «De toda palabra ociosa darás al Señor cuenta rigurosa”.

 

Los ingenieros estuvieron conformes y antes de que la máquina se desplomara finalmente, programaron el infinitivo para incluir todo lo que quedaba por caer: Muros, pájaros, nubes, muchas moscas, aviones corrientes, un avión muy extraño e incluso un ángel; en resumen, gran parte del remoto país del tiempo quedó atrapada por la nueva táctica.

 

Al nombrar el infinitivo, los coros y danzas recordaron al instante la historia de su vida. No fueron los únicos. Algunos osaron incluso llamar eternidad al infinitivo, diciendo que todos los tiempos surgen de él. Otros consideraron más práctica la idea de que el infinitivo pudiera encerrar para siempre a todos los tiempos, para lo cual se declararon dispuestos a no volver a abrir la boca. Los ingenieros de la máquina, por su parte, se regodean en la posibilidad de que sucedan las situaciones al nombrarlas, hartos de nombrarlas cuando ya han sucedido. En general, todos coinciden en que esto les dará cierta ventaja.

 

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