Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoEl ingenioso caballero Don Quijote

El ingenioso caballero Don Quijote


 

Don Quijote y Sancho, por Antonio Saura
Adaptación del famoso libro pensada para una compañía de teatro juvenil.
Versión de Amador Palacios
realizada sobre la edición, a cargo de John Jay Allen, del famoso libro, publicada en Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid, 20ª edición, 1998

 

LISTA DE PERSONAJES
(por orden de aparición)
VOZ EN OFF (Cervantes)
DON QUIJOTE
CERVANTES
SANCHO PANZA
AMA
SOBRINA
BARBERO
CURA
ALDONZA LORENZO
CIDE HAMETE BENENGELI
ALDEANA 1
ALDEANA 2
ALDEANA 3
MOZA DE LA VENTA 1
MOZA DE LA VENTA 2
VENTERO
DAMA DE LA VENTA
MERCADER 1
MERCADER 2
LABRADOR VECINO
FRAILE DE SAN BENITO
MOZO DE LOS FRAILES 1
MOZO DE LOS FRAILES 2
GALEOTE 1
GALEOTE 2
GALEOTE 3
GALEOTE 4
GUARDIÁN DE LOS GALEOTES 1
GUARDIÁN DE LOS GALEOTES 2
GUARDIÁN DE LOS GALEOTES 3
GUARDIÁN DE LOS GALEOTES 4
GINÉS DE PASAMONTE
DUQUESA
DUQUE
CONDESA TRIFALDI
SALVAJE 1
SALVAJE 2
MAYORDOMO DEL DUQUE
SASTRE
LABRADOR
DOCTOR PEDRO RECIO
SOLDADO BARATARIA 1
SOLDADO BARATARIA 2
SOLDADO BARATARIA 3
SOLDADO BARATARIA 4
SOLDADO BARATARIA 5
SOLDADO BARATARIA 6
SANSÓN CARRASCO
CABALLERO DEL BOSQUE (o de los Espejos)
ESCUDERO del Caballero de los Espejos (Tomé Cecial)
CABALLERO DE LA BLANCA LUNA
DON ANTONIO MORENO
NIÑO DE LA ALDEA
TERESA PANZA
MÉDICO DE ALONSO QUIJANO
ESCRIBANO

Además de numerosos figurantes: Personal y clientes que pueblan la venta, mercaderes, galeotes, gallegos, lacayos, doncellas, criados del duque y la duquesa, dueñas barbudas de la condesa Trifaldi, maestresala, secretario del duque, niño de la aldea de don Quijote, etc.

 

ACTO I

PRÓLOGO
(Cervantes en escena, sosteniendo el voluminoso tomo del Quijote)

VOZ EN OFF.- He escrito un libro para que pueda ser leído en todas las edades. A mi libro siempre se le saca jugo leyéndolo a cualquier edad. Como sentencia mi buen colega, el escritor toledano y ciudadano de Nueva York Hilario Barrero, justamente 401 años más joven que yo, al que cito literalmente: “A los quince años leer el Quijote es una maldición. De aquella época recuerdo lo que decía mi madre, que su hermano cuando lo leía se reía mucho. A mí siempre me parecía raro que uno se pudiera reír con el Quijote. Teníamos una edición preciosa de antes de la guerra, que fue destruida por mí y mis hermanos. Leerlo a los veinticinco es otra cosa; aparecen algunas preguntas, surge algún interés, comienza a brillar una luz. La maldición es menor porque uno está enamorado. A los treinta y cinco aparecen muchas preguntas, es verano en la lectura, hay reflexión y un cierto sentido de análisis comienza a solidificarse. A los cuarenta y cinco uno encuentra respuestas a las muchas preguntas que uno tenía cuando lo leía de joven. A los cincuenta y cinco es la luz más clara, el entendimiento más hondo, la sabiduría más eficaz, el gozo de sentir a un clásico, el orgullo de una novela española… Y uno se ríe como se reía mi tío.” Esa edad,  más o menos en que yo escribí el Quijote, más o menos la edad que Don Quijote, en la ficción, tenía. Yo mismo afirmo en boca del bachiller Sansón Carrasco que es una obra “tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella; los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran.” Otro gran escritor, Jerome David Salinger, 372 años más joven que yo, no simple ciudadano de Nueva York como el toledano Barrero, sino auténtico neoyorkino, genialmente escribía en su genial relato El guardián entre el centeno: “Lo que más me gusta de un libro es que te haga reír un poco de vez en cuando”.

(Aparición de don Quijote)

DON QUIJOTE.- Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro.

CERVANTES (leyendo).- Yo creo que el mayor mérito de mi libro, libro al que el mortalísimo tiempo ha convertido en inmortal, su mayor mérito, digo, es haber dado al mundo la tan sincera historia del famoso Don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero. Quiero también, lector, que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien te doy cifradas todas las gracias escuderiles.

(Aparición de Sancho Panza)

SANCHO PANZA.- Si yo fuese rey por algún milagro de los que vuesa merced dice, por lo menos mi esposa vendría a ser reina, y mis hijos infantes.

DON QUIJOTE.- Has de saber que es costumbre de los caballeros andantes hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza.

SANCHO PANZA.- Pues que no se le olvide lo que de la ínsula me acaba de prometer; que yo la sabré gobernar, por grande que sea.

DON QUIJOTE.- Pues ¿quién lo duda?

SANCHO PANZA.- Yo lo dudo.

CERVANTES (continúa leyendo).-Tenía el hidalgo en su casa un ama que no pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte.

(Aparición del Ama y la Sobrina)

AMA.- ¡Mira que me decía mi corazón del pie que cojeaba mi señor!

DON QUIJOTE.- Ténganse todos, que vengo malherido por la culpa de mi caballo. Llévenme a mi lecho y llámese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate de mis feridas.

AMA.- Suba vuesa merced en buen hora, que sin que venga esa hurgada le sabremos aquí curar.

SOBRINA.- Muchas veces aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos, y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes.

CERVANTES.- En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía este hidalgo. Su edad rondaba los cincuenta años.

VOZ EN OFF (Mientras habla la Voz en Off, don Quijote hace gestos, exageradas muecas o mimos al hilo de lo que va detallando).- Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Pero los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó el ejercicio de la caza y la administración de su hacienda. Para comprar libros de caballerías en que leer, vendió muchas fanegas de tierra. Y así, leyendo estos libros iba perdiendo el pobre caballero el juicio. Y se enfrascó tanto en su lectura que definitivamente lo perdió.

DON QUIJOTE.- La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.

CERVANTES.- Tuvo muchas veces nuestro hidalgo conversación con el cura del lugar (que era hombre docto) sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas Maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo…

(Aparición del Barbero)

BARBERO.- ¡Ninguno llega al Caballero del Febo, y si alguno se le puede comparar es Don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tiene muy acomodada condición para todo; que no es caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le va a la zaga.

QUEMA DE LIBROS
(En escena el Cura, el Barbero, el Ama y la Sobrina. Cervantes, ajeno, en un rincón, sosteniendo el grueso libro del Quijote y leyendo cuando le toque)

VOZ EN OFF.- Don Quijote dormía. El cura pidió las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros, autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y el ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo.

AMA.- Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten.

CERVANTES.- Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.

SOBRINA.- ¡No hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores! Mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, o llevarles al corral, y pegarles fuego.

CERVANTES.- Lo mismo dijo el ama. Y el primero que el barbero puso en las manos del cura fue Los cuatro de Amadís de Gaula.

CURA.- Le debemos, sin escusa alguna, condenar al fuego.

BARBERO.- Pero… éste es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto.

CURA.- Así es verdad, y por esta razón se le otorga la vida por ahora.

BARBERO.- Aquí Las Sergas de Esplandián y el Amadís de Grecia.

CURA.- ¡Los dos vayan al corral!

BARBERO.- De ese parecer soy yo.

SOBRINA.- ¡Y aun yo!

AMA.- ¡Al corral con ellos!

BARBERO.- Éste es Don Olivante de Laura.

CURA.- El autor de este libro fue el mesmo que compuso el Jardín de Flores. ¡Al corral, por disparatado y arrogante!

BARBERO.- Florismarte de Hircania.

CURA.- A fe que ha de parar presto en el corral.

AMA.- Que me place, señor mío.

CERVANTES.- Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El Caballero de la Cruz.

CURA.- Por nombre tan santo como este libro tiene se podía perdonar su ignorancia, mas también se suele decir: “tras la cruz está el diablo”; vaya al fuego.

BARBERO.- Palmerín de Oliva y Palmerín de Ingalaterra.

CURA.- Esa oliva se haga luego rajas y se queme, y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor Maese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula, queden libres del fuego, y todos los demás perezcan.

BARBERO.- No, señor compadre, que éste que aquí tengo es el afamado Don Belianís.

CURA.- Bueno, se usará con él de misericordia. Tenedlo vos, compadre, en vuestra casa, mas no lo dejéis leer a ninguno.

VOZ EN OFF.- Y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, el cura mandó al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía mucho gana de quemarlos. Asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.

CURA.- ¡Válame Dios! ¡Que aquí está Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos.

VOZ EN OFF.- Siguió el Cura elogiando este libro, comentando al Barbero: Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuando dél os he dicho.

BARBERO.- Así será; pero ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan?

CURA.- Éstos no deben ser de caballerías, sino de poesía.

CERVANTES.- Y abriendo uno, vio que era La Diana, de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mesmo género:

CURA.- Éstos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho.

SOBRINA.- ¡Ay señor! Bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demás; porque pudiera ser que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos se le antojase de hacerse pastor y andar por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.

BARBERO.- Éste es El Cancionero de López Maldonado.

CURA.- ¿y qué libro es ese que está junto a él?

BARBERO.- La Galatea, de Miguel de Cervantes.

CURA.- Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Pero este libro suyo propone algo y no concluye nada. Hay que esperar a la segunda parte que promete. Quizá con la enmienda alcanzará la misericordia que ahora se le niega. Entre tanto, tenedle recluso en vuestra casa, señor compadre.

VOZ EN OFF.- De allí a dos días se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole.

(Don Quijote aparece tentando impaciente las paredes de la estancia)

Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra.

(Salen a escena el Ama y la Sobrina)

DON QUIJOTE.- ¿Hacia qué parte está el aposento de mis libros?

AMA.- ¿Qué aposento a qué nada busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo.

SOBRINA.- No era diablo, sino un encantador que vino sobre una nube una noche. Dijo que se llamaba el sabio Muñatón.

DON QUIJOTE.- Frestón diría.

AMA.- No sé si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que acabó en tón su nombre.

QUIJOTE.- Así es, que ése es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza.

SOBRINA.- ¿Quién duda de eso? Pero, ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencias?

DON QUIJOTE.- ¡Oh sobrina mía, cuán mal que estás en la cuenta!

NO ALONSO QUIJANO
NI ALDONZA LORENZO
SINO DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y DULCINEA DEL TOBOSO

VOZ EN OFF.- A nuestro hidalgo le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.

CERVANTES.- Lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, llenas de moho. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo. De cartones hizo un modo de media celada que hacían una apariencia de celada entera, y que tuvo por celada finísima de encaje.

VOZ EN OFF.- Fue luego  a ver a su rocín. (Sale un caballo de cartón imitando a Rocinante). Tenía más tachas que el caballo de Gonela. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque no era razón que caballo de caballero tan famoso estuviese sin nombre conocido. Después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió y deshizo, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

CERVANTES.- Puesto nombre a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote.

VOZ EN OFF.- Limpias sus armas, fabricada la celada, puesto nombre a su rocín y a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas.

DON QUIJOTE.- Si me encuentro por ahí con algún gigante y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien enviarle a que se hinque de rodillas ante mi dulce señora?

CERVANTES.- En un lugar cerca del suyo había una moza labradora de quien él un tiempo anduvo enamorado. Llamábase Aldonza Lorenzo y a ésta le pareció bien darle título de señora de sus pensamientos. Vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso, nombre, a su parecer, músico y peregrino.

(Aparición de Aldonza Lorenzo, de aspecto rudo y aun esperpéntico, y de Sancho Panza)

DON QUIJOTE.- Llegaste, Sancho, adonde estaba mi Dulcinea. ¿Y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas.

SANCHO PANZA.- No la hallé sino cribando dos fanegas de trigo en el corral de su casa.

DON QUIJOTE.- Pues haz cuenta que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y cuando le diste mi carta, ¿qué hizo?

SANCHO PANZA.- Cuando ya se la iba a dar, díjome:

ALDONZA LORENZO.- Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal; que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está.

DON QUIJOTE.- ¡Discreta señora! Eso debió de ser por leerla despacio y recrearse en ella. Bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.

SANCHO PANZA.- Tan alta es, que a buena fe me lleva a mí más de un palmo.

DON QUIJOTE.- Sancho, ¿haste medido tú con ella?

SANCHO PANZA.- Llegándole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un borrico, llegamos tan juntos, que eché de ver que me llevaba más de un gran palmo.

DON QUIJOTE.- No me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática?

SANCHO PANZA.- Lo que sé decir es que sentí un olorcillo algo hombruno, y debía ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.

DON QUIJOTE.- No sería eso, sino que tú debías estar romadizo, o te debiste de oler a ti mismo.

SANCHO PANZA.- Todo puede ser.

DON QUIJOTE.- En todo caso, Sancho, pudo ocurrir que cuando tú viste a mi señora floreciese  la envidia que algún mal encantador debe de tener a mis cosas. Todas las que me han de dar gusto trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen.

SANCHO PANZA.- Eso es lo que yo digo también.

(Aparición de Cide Hamete Benengeli, un muchacho o una muchacha muy delgada, en pantalón vaquero y con una camiseta blanca que exhibe el nombre de Cide Hamete Benengeli)

CIDE HAMETE BENENGELI (hablando muy rápido).- Esta Dulcinea del Toboso dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha.

(La escena queda a oscuras)

SANCHO PANZA SE QUIJOTIZA
(Se muestra la señal de tráfico que indica, a la entrada del pueblo, que estamos en
El Toboso)

VOZ EN OFF.- Sancho vio que hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres borricos, o borricas, lo que Cide Hamete Benengeli no especifica, y que es la ordinaria caballería de las aldeanas. Así como Sancho vio a las labradoras, fue a buscar a su señor don Quijote, y hallóle suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones.

DON QUIJOTE.- ¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blanca, o con negra?

SANCHO PANZA.- Mejor será que vuesa merced la señale con tinta roja.

DON QUIJOTE.- De ese modo, buenas me traes.

SANCHO PANZA.- Tan buenas, que no tiene vuesa merced más que picar a Rocinante y salir a ver a la señora Dulcinea del Toboso, acompañada de dos de sus doncellas.

DON QUIJOTE.- Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas.

SANCHO PANZA.- Sus doncellas y ellas todas son una ascua de oro, todas mazorcas de perlas, todas son diamantes, todas rubíes. Sus cabellos son rayos de sol que andan jugando con el viento.

DON QUIJOTE.- Vamos, Sancho amigo. Te mandaré el mejor despojo que ganare en la primera aventura que tuviere.

CERVANTES.- Ya en esto descubrieron cerca de las tres aldeanas. Tendió don Quijote los ojos, y como no vio sino a las tres labradoras, preguntó a Sancho si las había dejado fuera de la ciudad.

SANCHO PANZA.- ¿Es que tiene vuesa merced ojos en el colodrillo, que no ve que son éstas, las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol?

DON QUIJOTE.- Yo no veo, Sancho, sino a tres labradoras sobre tres borricos.

SANCHO PANZA.- ¡Agora me libre Dios del diablo! ¿Es posible que esas yeguas, blancas como la nieve, le parezcan a vuesa merced borricos?

DON QUIJOTE.- Pues yo te digo que es tan verdad que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y tú Sancho Panza.

SANCHO PANZA.- Calle, señor, despabile esos ojos, y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos.

(Aparición de las tres aldeanas)

CERVANTES.- Y diciendo esto, Sancho Panza se adelantó a recibir a las tres aldeanas, y apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras, e hincando las rodillas en el suelo, dijo:

SANCHO PANZA.- Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra grandeza sea servida de recibir en su gracia al cautivo caballero vuestro.

VOZ EN OFF.- A esta sazón, ya se había puesto don Quijote de rodillas junto a Sancho, y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora, y como no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba suspenso y admirado, sin osar desplegar los labios.

SANCHO PANZA (sigue).- El cautivo caballero está allí hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos de verse ante vuestra magnífica presencia.

VOZ EN OFF.- Las labradoras estaban asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a su compañera.

SANCHO PANZA (continúa).- Yo soy Sancho Panza, su escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.

CERVANTES.- Rompiendo el silencio la detenida, toda mohína dijo:

ALDEANA PRIMERA.- Apártense nora en tal del camino, y déjennos pasar; que vamos de priesa.

SANCHO PANZA.- ¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro magnánimo corazón no se enternece viendo al sustento de la andante caballería?

ALDEANA SEGUNDA.- ¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos!

DON QUIJOTE.- El maligno encantador ha transformado tu sin igual hermosura y rostro.

ALDEANA TERCERA.- ¡Amiguita soy yo de oir resquebrajos! Apártense y déjennos ir.

VOZ EN OFF (En la escena se representa el mimo de todo lo dicho por la Voz en Off).- Apartóse Sancho y dejóla ir. Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura de Dulcinea, picando a su borrico, o borrica, con un aguijón que en un palo traída, dio a correr por el prado adelante. Y como la borrica sentía la punta del aguijón, que le fatigaba más de lo ordinario, comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra; lo cual visto por don Quijote, acudió a levantarla, y Sancho a componer y cinchar la albarda, que también vino a la barriga de la pollina. Acomodada, pues, la albarda, y queriendo don Quijote levantar a su encantada señora en los brazos sobre la jumenta, la señora, levantándose del suelo, le quitó de aquel trabajo, porque haciéndose algún tanto atrás, tomó una corridita, y puestas ambas manos sobre las ancas de la pollina, dio con su cuerpo, más ligero que un halcón, sobre la albarda, y quedó a horcajadas, como si fuera hombre.

DON QUIJOTE.- Sancho, cuán mal quisto soy de encantadores. Y mira hasta dónde se extiende su malicia y la ojeriza que me tienen. Cuando llegué a subir a Dulcinea sobre su yegua (según tú dices, que a mí me pareció borrica) me dio un olor de ajos crudos que me encalabrinó y atosigó el alma.

CERVANTES.- Harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa, oyendo las sandeces de su amo, tan delicadamente engañado.

ACTO II

DON QUIJOTE ES ARMADO CABALLERO

DON QUIJOTE (sobre Rocinante).- No quiero aguardar más tiempo a poner en efecto mi pensamiento, según son los agravios que pienso deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar y abusos que mejorar.

VOZ EN OFF.- Sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.

DON QUIJOTE.- ¿Quién duda que en los venideros tiempos, el sabio que los escribiere no ponga: El famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel?

CERVANTES.- Luego suspiraba, como si verdaderamente fuera enamorado.

DON QUIJOTE.- ¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!

CERVANTES.- Pero le asaltó un pensamiento terrible, y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero.

VOZ EN OFF.- Anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre. Vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, y fue como si viera una estrella. Diose prisa a caminar y llegó a ella a tiempo que anochecía.

CERVANTES.- Luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza onda cava, como semejantes castillos se pintan.

VOZ EN OFF.- Iba llegando don Quijote a la venta que a él le parecía castillo esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo.

CERVANTES.- En la puerta vio a dos distraídas mozas y pensó:

(Aparición de las dos mozas)

DON QUIJOTE.- He aquí dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta se están solazando.

VOZ EN OFF.- En esto sucedió que un porquero andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que, sin perdón, así se llaman)  tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano  hacía señal de su venida.

CERVANTES.- Las damas, como vieron venir un hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, se llenaron de miedo.

DON QUIJOTE.- No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; pues a la orden de caballería que profeso no toca hacerle desaguisado a tan altas doncellas.

MOZA PRIMERA.- Nos llama doncellas, cosa tan fuera de nuestra profesión.

MOZA SEGUNDA.- ¡Qué risa!

DON QUIJOTE.- Es mucha sandez la risa que de leve causa procede. No os lo digo para que mostréis mal talante. El mío no se preocupa de otra cosa que en serviros.

MOZA SEGUNDA.- ¡Qué risa, amiga! Yo me troncho.

DON QUIJOTE (para sí).- Vive Dios que me estoy enojando…

CERVANTES.- En aquel punto salió el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico.

(Aparición del Ventero)

VENTERO.- Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, se hallará en ella en mucha abundancia.

DON QUIJOTE.- Para mí, señor alcaide de esta fortaleza, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear.

VENTERO.- Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar.

VOZ EN OFF.- Las doncellas, que ya se habían reconciliado con él, estaban desarmando a don Quijote. Aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse poder quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar.

DON QUIJOTE.- Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino: doncellas curaban dél; princesas, del su rocino.

(Aparece en escena un castrador de puercos, haciendo sonar su silbato de cañas cuatro o cinco veces, por lo que don Quijote se cree que estaba en un castillo y le servían con música, lo que da a entender por exagerados gestos)

DON QUIJOTE (dirigiéndose al ventero).- No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, hasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero: me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo velaré las armas.

VENTERO (socarrón).- En mi castillo ahora no hay capilla, porque está derribada para hacerla de nuevo. Pero en caso de necesidad las ordenanzas caballerescas dicen que se puede velar dondequiera, y esta noche vuestra merced puede velar las armas en el patio deste castillo.

CERVANTES.- Preguntóle el ventero si traía dineros.

DON QUIJOTE.- No traigo blanca, porque nunca he leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído.

VENTERO.- Vuestra merced se engaña. En las historias no se escribe esto porque no es menester escribir una cosa tan clara y necesaria, además de camisas, hilas y ungüentos para curarse. No camine de aquí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas.

DON QUIJOTE.- Haré, señor caballero, lo que vuesa merced me aconseja con toda puntualidad.

(La escena queda a oscuras. Luz de nuevo mostrando un corral grande donde don Quijote va a velar las armas. En el centro, un pozo junto a una pila donde don Quijote pone las armas. Como dice el texto, don Quijote, “embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.”

Lo rodea gente de la venta. Entra un arriero para, con el fin de dar agua a su recua, quitar las armas que estaban sobre la pila)

DON QUIJOTE.- ¡Oh tú, quienquiera quien seas, mira lo que haces si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento!

CERVANTES.- No se curó el arriero de estas razones (y fuera mejor que se curara porque fuera curarse en salud); antes, trabando de las correas, las arrojó gran trecho de sí. (En la escena, el arriero hace lo que acaba de describir Cervantes). Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y, puesto el pensamiento en su señora Dulcinea, dijo:

DON QUIJOTE.- Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este avasallado pecho se le ofrece.

(Don Quijote alza la lanza y da con ella al arriero un gran golpe en la cabeza. Llega otro arriero, hace lo mismo que el primero y recibe el mismo merecido. Se forma un tumulto de gente en la venta)

CERVANTES.- Viendo esto don Quijote, embrazó su adarga, y puesta mano a su espada, dijo:

DON QUIJOTE.- ¡Oh señora de la hermosura, ahora es tiempo que vuelvas los ojos a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo!

(Los compañeros de los heridos comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podía, se defendía con su adarga y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas)

VENTERO (a gritos).- ¡Dejadlo, dejadlo! ¡Ya os he dicho que está loco! ¡Y aunque os mate a todos por loco se va a librar!

DON QUIJOTE.- ¡Alevosos, traidores! Y tú, señor del castillo (dirigiéndose al Ventero), eres un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consientes que así se traten a los andantes caballeros.

VOZ EN OFF.- El ventero determinó abreviar y darle la negra orden de caballería antes que otra desgracia sucediese. Y así, llegándose a él, se disculpó de la insolencia que aquella gente baja con él había usado. Le volvió a repetir que en aquel castillo no había capilla, pero para lo que restaba hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo.

DON QUIJOTE.- Presto a obedecer a vuesa merced, concluya con la mayor brevedad. Si otra vez fuese acometido y ya me viese armado caballero, no pensaría yo dejar persona viva en este castillo.

(El Ventero lleva un libro donde asienta la paja y cebada que da a los arrieros y un cabo de vela. Ordena a don Quitote que se hinque de rodillas. Y leyendo el libro de asientos como si recitase alguna oración diole a don Quijote sobre el cuello un buen golpe, y después, con su misma espada, un espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como si rezara)

VOZ EN OFF.- Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espalda, lo cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya.

DAMA (ciñéndole la espada a don Quijote).- Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en lides.

PRIMER APALEAMIENTO DEL CABALLERO

CERVANTES.- El caballero regresó a su aldea a proveerse de dinero, camisas y ungüentos, según le había indicado el ventero, que él tomó como señor del castillo donde se había armado caballero.

VOZ EN OFF.- En esto, llegó a un camino que en cuatro se dividía. Y habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un gran tropel de gente, que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura.

DON QUIJOTE.- Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

MERCADER PRIMERO.- Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora. Mostrádnosla, para así venerar tanta hermosura como significáis.

DON QUIJOTE.- Si os la mostrara, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer.

MERCADER SEGUNDO.- Señor caballero, vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora. Y aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo, y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, por complacer a vuestra merced diremos en su favor cuanto quisiere.

DON QUIJOTE.- No le mana, canalla infame, eso que decís. ¡Pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho!

(Don Quijote arremete con la lanza contra el Mercader Segundo. Pero cae Rocinante y con él don Quijote, no pudiéndose levantar)

DON QUIJOTE.- Non fuyáis, gente cobarde, gente mala y atended que no por culpa mía sino de mi caballo estoy aquí tendido.

(Se adelanta en la escena uno de los mozos y llegando adonde estaba don Quijote toma su lanza, la parte en pedazos y con uno de ellos empieza a golpear a don Quitote intensa y repetidamente)

VOZ EN OFF.- Dábanle voces sus amos al mozo para que no le diese tanto y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera, y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre él llovía, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra y a aquellos malandrines.

(Mientras narra la Voz en Off, se representa sincopadamente esta acción del mozo apaleando a don Quijote)

Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino.

(La escena los muestra alejándose)

Don Quijote tornó a probar si podía levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho?

DON QUIJOTE (sigue tumbado).- ¿Dónde estás, señora mía, que no te duele mi mal? O no lo sabes, señora, o eres falsa y desleal.

(Aparición de un labrador vecino de don Quijote, tirando de un borrico que portaba una carga de trigo. Se agacha para limpiar el rostro de don Quijote, reconociéndolo)

LABRADOR.- Señor Quijana, ¿quién ha puesto a vuestra merced desta suerte?

(El Labrador carga a don Quijote en su borrico)

DON QUIJOTE.- Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que la hermosa Jarifa es ahora la linda Dulcinea del Toboso.

LABRADOR.- Mire vuestra merced que yo no soy don Rodrigo de Narváez ni el Marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, sino el honrado hidalgo señor Quijana.

DON QUIJOTE.- Yo sé quién soy, y sé que puedo ser todos los doce Pares de Francia.

(El Labrador y don Quijote llegan a la puerta de la casa del hidalgo. Dentro de la casa se oye conversar a la Sobrina con el Ama, el Cura y el Barbero)

SOBRINA.- Yo tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío para que quemaran todos esos descomulgados libros.

DON QUIJOTE.- Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, que viene mal ferido, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo al valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera.

AMA.- ¡Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías, que tal han parado a vuestra merced!

VÉRTIGO DE AVENTURAS
(Al fondo de la escena, molinos manchegos. Don Quijote y Sancho Panza sobre sus caballerías)

DON QUIJOTE.- La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear. Allí, amigo Sancho Panza, se descubren unos treinta desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla.

SANCHO PANZA.- ¿Qué gigantes?

DON QUIJOTE.- Aquellos que allí ver de los brazos largos.

SANCHO PANZA.- Mire vuestra merced que aquellos no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son aspas.

DON QUIJOTE.- No estás cursado en esto de las aventuras. Son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí.

SANCHO PANZA.- ¡Son molinos, no gigantes!

DON QUIJOTE (dirigiéndose a los molinos).- Non huyáis, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

(Las aspas de los molinos, a causa del viento, comienzan a moverse)

DON QUIJOTE.- Aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

(Don Quijote arremete contra los molinos, se enreda con el aspa del primero que embiste, lo que le hace rodar por el suelo. Sancho Panza acude a socorrerle)

SANCHO PANZA.- ¿No le dije yo a vuestra merced que no eran sino molinos de viento?

DON QUIJOTE.- Calla, Sancho, que las cosas de la guerra están sujetas a continua mudanza. Aquel Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos.

(De hace la oscuridad. De nuevo don Quijote y Sancho Panza cabalgando. Al fondo, también montados, dos frailes benedictinos al lado de una diligencia)

DON QUIJOTE (dirigiéndose a los frailes).- Gente endiablada y descomunal, dejad las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recibir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.

FRAILE PRIMERO.- Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito.

DON QUIJOTE.- Para conmigo no hay palabras blandas, fementida canalla.

(Don Quijote arremete con su lanza contra el primer fraile, quien para evitar el golpe se deja caer de la mula, mientras el otro huye despavorido. Sancho Panza, en el suelo junto al fraile caído, le comienza a quitar los hábitos. Aparecen dos mozos de los frailes)

MOZO PRIMERO.- ¿Por qué le desnudas?

SANCHO PANZA.- Esto me toca a mí legítimamente, como despojos de la batalla que mi señor don Quijote ha ganado.

MOZO SEGUNDO.- Ahora verás.

VOZ EN OFF (en la escena se representa la acción que se describe).- Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo, y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido.

(Se hace la oscuridad. Después, don Quijote y Sancho Panza en un prado. Un poco aparte, unas yeguas pacen junto a sus dueños, unos arrieros gallegos)

SANCHO PANZA.- Por ser tan manso y tan poco rijoso, no he maniatado a Rocinante. Pero ahora veo que le ha venido el deseo de refocilarse con esas señoras jacas.

CERVANTES.- Viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas hacía Rocinante, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derribaron malparado en el suelo.

DON QUIJOTE (contemplando el apaleo de los arrieros a Rocinante).- Amigo Sancho, estos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Lo digo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza.

SANCHO PANZA.- ¿Qué diablos de venganza, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, o quizá uno y medio?

DON QUIJOTE.- Yo valgo por ciento.

(Don Quijote echa mano a su espada y arremete contra los gallegos, que acuden con sus estacas y comienzan a darle palos con ahínco y vehemencia. Los dos caen al suelo, junto a Rocinante, también en el suelo. El único que se mantiene en pie es el borrico de Sancho. Los arrieros desaparecen)

SANCHO PANZA.- ¡Ay, señor don Quijote! ¡Ay, señor don Quijote! Querría que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del Feo Blas.

DON QUIJOTE.- Querrás decir el bálsamo de Fierabrás.

SANCHO PANZA.- Feo Blas o Fierabrás será de provecho para los quebrantamientos de huesos como el que ahora padezco.

DON QUIJOTE.- Yo tengo la culpa de todo por haber puesto la espada contra hombres no armados caballeros como yo. Te advierto, Sancho, que cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, pon tú solo tu mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor.

SANCHO PANZA.- Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado. De ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero.

DON QUIJOTE.- ¡Qué poco sabes, Sancho, de achaque de caballería!

(Fuerte luz en la escena. Luz cegadora. Cuando disminuye, don Quijote y Sancho Panza delante de una gran polvareda)

DON QUIJOTE.- Este es el día en el que se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte y en el que se ha de mostrar el valor de mi brazo. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército.

SANCHO PANZA.- Dos ejércitos deben de ser, porque desta parte contraria se levanta asimismo otra semejante polvareda.

DON QUIJOTE.- Este es el día en el que tengo que hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama.

SANCHO PANZA.- ¿Y qué hemos de hacer nosotros?

DON QUIJOTE.- ¿Qué? Favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos.

SANCHO PANZA.- ¿Cómo?

DON QUIJOTE.- Has de saber que el ejército que tenemos enfrente lo guía el gran emperador Alifanfarón, señor de la gran isla de Trapobana; y el que tenemos a la espalda, es el de su enemigo, el rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo.

SANCHO PANZA.- ¿Por qué se quieren tan mal estos dos señores?

DON QUIJOTE.- Quiérense mal porque Alifanfarón es un furibundo pagano, enamorado de la hija de Pentapolín, agraciada y cristiana. Su padre no la quiere entregar a este rey pagano.

SANCHO PANZA.- ¡Por mis barbas! Tengo que ayudar a Pentapolín en cuanto pudiere.

DON QUIJOTE.- Mira al valeroso Laurcalco, al temido Micocolembo, al nunca medroso Brandabarbarán, al jamás vencido Timonel de Carcajona, a Pierres Papin, a Espartafilardo  del Bosque…

SANCHO PANZA.- Ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice aparecen por todo esto, a lo menos yo nos los veo; quizás todo debe ser encantamiento.

DON QUIJOTE.- ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?

SANCHO PANZA.- No oigo otra cosa sino muchos balidos de ovejas y corderos.

(Don Quijote y Sancho Panza desaparecen de la escena, en la que en el fondo se proyecta la imagen de un rebaño. Suenan rápida y estrepitosamente numerosos cencerros, que se mezclan con las frases grabadas, y emitidas en tono alto y con presura, de don Quijote y Sancho Panza: “¡El miedo que tienes te hace que ni veas ni oigas a derechas!”, “¡Voto a Dios, señor don Quijote, que son carneros y ovejas lo que va a embestir!”, “¡Veréis cuán fácilmente doy venganza!”, “¿Adónde estás, soberbio Alifanfarón? ¡Vente a mí!”, “¡Ay, una peladilla de arroyo me ha sepultado tres costillas!”, “¡Ay, otra almendra se me ha llevado dientes y muelas de la boca!”, “¿No le decía yo que lo que iba a acometer no eran ejércitos sino manadas de carneros?”)

SANCHO PANZA (Solo en el escenario, dirigiéndose a don Quijote, oculto).- Lo que sería mejor fuera volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de entender en la hacienda, dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra y de plaza en taberna .

(La escena queda a oscuras. Después, sale don Quijote, que tiene puesto el reluciente yelmo de Mambrino, y se sitúa en el centro del proscenio)

DON QUIJOTE.- Hacia nosotros vino uno que trajo en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino.

(Sale Sancho Panza)

SANCHO PANZA.- Que no era yelmo de Mambrino sino bacía de barbero.

DON QUIJOTE.- Vino sobre un caballo rucio rodado, y en su cabeza un yelmo de oro.

SANCHO PANZA.- Lo que yo vi no fue sino un hombre sobre un asno, trayendo en la cabeza sólo una cosa que relumbraba.

DON QUIJOTE.- Yo le dije a aquel caballero del rucio rodado y del yelmo de oro: ¡Defiéndete, cautiva criatura, o entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe!

SANCHO PANZA.- El barbero se dejó caer del asno para poder guardarse del golpe de lanza de mi señor, levantándose luego más ligero que un gamo, comenzando a correr por aquel llano para que no le alcanzara el viento.

DON QUIJOTE (mirando el yelmo, algo insatisfecho del botín).- Será bastante para defenderme de alguna pedrada.

SANCHO PANZA.- Considero cuán poco se gana andar buscando aventuras por estos desiertos, donde no hay quien las vea y se han de quedar en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intención de vuestra merced y de lo que ellas merecen.

DON QUIJOTE.- No dices mal, Sancho.

(La escena se queda durante un momento vacía. De inmediato vuelven a reaparecer don Quijote y Sancho Panza, andando)

SANCHO PANZA (mirando a lo lejos).- Veo a gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras, de por fuerza.

DON QUIJOTE.- Esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.

SANCHO PANZA.-Así es.

DON QUIJOTE.- Pues aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.

CERVANTES (mientras entra en la escena la cuerda de galeotes y sus guardianes).- Por el camino venían hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas en las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres con escopetas y otros dos con dardos y espadas.

DON QUIJOTE.- Querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.

GALEOTE PRIMERO.- Yo voy así por enamorado.

DON QUIJOTE.- ¿Por eso no más? Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.

GALEOTE PRIMERO.- Mis amores fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo fuertemente.

GALEOTE SEGUNDO.- Yo, señor, voy por canario, digo, por músico y cantor.

DON QUIJOTE.- ¿Por músicos y cantores van también a galeras?

GALEOTE SEGUNDO.- Sí, señor, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.

DON QUIJOTE.- Yo he oído decir que quien canta sus males espanta.

GALEOTE TERCERO.- Acá es al revés; quien canta una vez llora toda la vida.

DON QUIJOTE.- No lo entiendo.

GUARDIÁN PRIMERO.- Señor caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non santa confesar en el tormento.

GALEOTE CUARTO.- Yo me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela tan intrincadamente, que no hay diablo que la declare.

GUARDIÁN SEGUNDO.- Este que véis en hábito de estudiante es muy grande hablador y muy gentil latino.

(El último era un hombre, como dice el texto, “de muy buen parecer, de edad de treinta años. Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman pie de amigo, de la cual descendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos”)

DON QUIJOTE.- ¿Cómo va este hombre con más prisiones que los otros?

GUARDIÁN TERCERO.- Este hombre va por diez años, que es como muerte civil. Es el famoso Ginés de Pasamonte, por otro nombre Ginesillo de Parapilla.

DON QUIJOTE.- ¿Famoso?

GUARDIÁN CUARTO.- Él mismo ha escrito su historia, y deja empeñado el libro en la cárcel en doscientos reales.

DON QUIJOTE.- ¿Tan bueno es?

GINÉS DE PASAMONTE.- Tan bueno, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren.

DON QUIJOTE.- Hábil pareces.

GINÉS DE PASAMONTE.- Y desdichado; porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio.

GUARDIÁN CUARTO.- Persiguen a los bellacos.

GINÉS DE PASAMONTE.- Ya le he dicho, señor comisario, que vaya poco a poco; que no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guíe y nos lleve adonde su Majestad manda.

(El guardián alza la vara para dar a Pasamonte, pero don Quijote se interpone)

DON QUIJOTE.- No le maltrate, pues es natural que quien lleva tan atadas las manos tenga algún tanto suelta la lengua.

VOZ EN OFF.- Don Quijote se dirigió a los galeotes de esta manera: “De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas de muy mala gana y muy en contra de vuestra voluntad.”

DON QUIJOTE.- Quiero rogar a estos señores guardianes sean servidos de desataros y dejaros ir en paz.

UNO DE LOS GUARDIANES.- ¡Donosa majadería! Siga vuestra merced su camino, enderécese ese bacín que lleva en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.

DON QUIJOTE (dándole un lanzazo que le hace caer al suelo).- ¡Vos sois el gato, el rato, y el bellaco!

(Se produce un barrullo, arremetiendo don Quijote contra los guardianes, que huyen, y los galeotes quedando libres de sus cadenas)

SANCHO PANZA.- Señor don Quijote, esos guardianes que huyen darán noticia del caso a la Santa Hermandad. Y con la Santa Hermandad no hay que usar de caballerías. Le ruego que partamos de aquí y nos embosquemos en la sierra, que cerca está.

DON QUIJOTE.- Yo sé lo que ahora conviene que se haga.

SANCHO PANZA.- Se lo repito a vuestra merced. La Santa Hermandad saldrá a buscar a los delincuentes, a éstos y a nosotros.

DON QUIJOTE (dirigiéndose a los galeotes).- Poneos en camino, id a la ciudad del Toboso, presentaron ante la señora Dulcinea y decidle que su caballero, el de la Triste Figura, se encomienda a ella.

GINÉS DE PASAMONTE.- Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de cumplir, porque no podemos ir juntos por los caminos, para no ser hallados por la Santa Hermandad.

DON QUIJOTE.- Pues ¡voto a tal!, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, os ordeno que habéis de ir vos solo, rabo entre las piernas, con toda la cadena a cuestas.

(Comienzan a llover muchas piedras lanzadas por los galeotes. Don Quijote y Rocinante en el suelo. Un galeote, el estudiante, le quitó la bacía de la cabeza y empezó a golpearle la espalda, rompiendo la bacía. Le quitaron una ropilla que llevaba sobre las armas)

VOZ EN OFF.- Además, a Sancho le quitaron el gabán, y, dejándole en pelota, es decir, en ropa interior, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparte de la Hermandad, que temían, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso. Don Quijote quedó mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.

DON QUIJOTE.- Siempre, Sancho, he oído decir, que el hacer bien a villanos es echas agua en la mar. Habrá que escarmentar para desde aquí adelante.

SANCHO PANZA.- Así escarmentará vuestra merced como yo soy turco.

ACTO III

RECIBIMIENTO DEL DUQUE Y LA DUQUESA A DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA
(La escena queda a oscuras. Con la escena a oscuras, un rato de alegre música de fondo)
(Aparición de la Duquesa , con Sancho Panza. En un rincón del escenario, Don Quijote, y en otro rincón, el Duque)

DUQUESA.- Decidme, hermano escudero: ese vuestro señor, ¿no es uno de quien anda impresa una historia que se llama del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que tiene por señora de su alma a una tal Dulcinea del Toboso?

SANCHO PANZA.- El mesmo es, señora, y aquel escudero suyo que anda en la tal historia, a quien llaman Sancho Panza, soy yo.

DUQUESA.- De todo eso me huelgo mucho. Id, hermano Panza, y decid a vuestro señor que sea él bien llegado y bien venido a mis estados.

(Sancho Panza va a buscar a don Quijote. Desde su rincón, el Duque se dirige hacia el centro del escenario)

VOZ EN OFF.- La Duquesa, haciendo llamar al duque, su marido, le contó, en tanto que don Quijote llegaba, toda la embajada suya; y los dos, por haber leído la primera parte desta historia y haber entendido por ella el disparatado humor de don Quijote, con grandísimo gusto y con deseo de conocerle le atendían, con intención de seguirle el humor y conceder con él en cuanto les dijese, tratándole como a caballero andante los días que con ellos se detuviese, con todas las ceremonias acostumbradas en los libros de caballerías, que ellos habían leído, y a las que eran muy aficionados.

(Sale a escena Cervantes)

CERVANTES.- En esto llegó don Quijote, alzada la visera, y dando muestras de apearse, acudió Sancho a tenerle el estribo; pero fue tan desgraciado, que al apearse del rucio se le asió un pie en una soga del albarda, de tal modo, que no fue posible desenredarle, antes quedó colgado dél, con la boca y los pechos en el suelo.

(Los sirvientes del Duque levantaron a don Quijote, quien, como pudo, se hincó de rodillas ante los dos señores)

DUQUE.- Me pesa, señor Caballero de la Triste Figura, que la primera vez que vuesa merced ha pisado mi tierra haya sido tan mala. Descuidos de escuderos…

DON QUIJOTE.- Mi escudero, que Dios maldiga, mejor desata la lengua para decir malicias que ata y cincha una silla para que esté firme.

DUQUE.- Venga el señor Caballero de la Triste Figura a un castillo mío que está aquí cerca, donde se le hará el acogimiento que a tan alta persona se debe justamente.

VOZ EN OFF.- Ya en esto, Sancho había aderezado y cinchado bien la silla a Rocinante, y subiendo en él don Quijote, y el duque en un hermoso caballo, pusieron a la duquesa en medio, y encaminaron al castillo. Mandó la duquesa a Sancho que fuese junto a ella, porque gustaba infinito de oír sus discreciones. No se hizo de rogar Sancho, y entretejióse entre los tres, e hizo cuarto en la conversación, con gran gusto de la duquesa y del duque, que tuvieron a gran ventura acoger en su castillo tal caballero andante y tan escudero andado.

CERVANTES.- Cuando don Quijote llegó con la duquesa a las puertas del castillo, al instante salieron dél dos lacayos o palafreneros (aparecen los dos lacayos), vestidos con unas ropas de finísimo raso carmesí. Dos hermosas doncellas (aparecen las dos doncellas) echaron sobre los hombros de don Quijote un gran manto de finísima escarlata. Y en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores (aparecen los criados y las criadas), diciendo a grandes voces:

CORO DE LACAYOS, DONCELLAS Y CRIADOS.- ¡Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes!

(Se oscurece la escena poco a poco, lentamente, mientras se repite varias veces esta salutación: ¡Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes!)

DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA SOBRE CLAVILEÑO
(Aparece la condesa Trifaldi, rodeada de sus dueñas, todas con barba. Junto a ellas don Quijote, Sancho Panza y los duques. Cervantes, como habitualmente, en un extremo de la escena)

CONDESA TRIFALDI.- Malambruno, gigante y encantador, pero cristiano, me dijo que antes de encontrarse con don Quijote, nuestro libertador que nos liberará de estas barbas, nos enviaría una cabalgadura portentosa.

SANCHO PANZA.- Querría yo saber qué nombre tiene ese caballo.

CONDESA TRIFALDI.- Se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina.

SANCHO PANZA.- Su nombre no me descontenta; ¿pero con qué freno o con qué jáquima se gobierna?

CONDESA TRIFALDI.- Con la clavija, como ya he dicho, que volviéndola a una parte o a otra, el caballero que va encima le hace caminar como quiere.

SANCHO PANZA.- ¿Y cuántos caben en ese caballo?

CONDESA TRIFALDI.- Dos personas: la una en la silla y la otra en las ancas. Y esas tales dos personas han de ser caballero y escudero.

SANCHO PANZA.- Ya lo querría ver; pero pensar que tengo que subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo.

CONDESA TRIFALDI.- Sin vuestra colaboración no haremos nada ni se nos irán las barbas. Nada más entrar la noche, estará en nuestra presencia. ¡Oh, gigante Malambruno, envíanos ya al sin par Clavileño!

CERVANTES.- A deshora entraron por el jardín cuatro salvajes, vestidos todos de verde yedra (aparecen los salvajes), que sobre sus hombros traían un gran caballo de madera. (Los salvajes dejan el caballo sobre el suelo)

SALVAJE PRIMERO.- Suba sobre esta máquina el que tuviere ánimo para ello.

SANCHO PANZA.- Aquí yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy caballero.

SALVAJE SEGUNDO.-Y ocupe las ancas el escudero, y fíese del valeroso Malambruno.

CONDESA TRIFALDI (dirigiéndose a don Quijote).- Valeroso caballero, las promesas de Malambruno han sido ciertas, el caballo está en casa, nuestras barbas crecen. Todas te suplicamos que nos rapes, subiendo a Clavileño con tu escudero.

DON QUIJOTE.- Eso haré yo, señora condesa Trifaldi, de muy buen grado y de mejor talante.

SANCHO PANZA.- Eso no haré yo, ni de malo ni de buen talante, en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hacer sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe.

DUQUE.- Sancho amigo, la ínsula que os he prometido no es movible ni fugitiva, pero ahora os pido que volváis sobre Clavileño con la brevedad que su ligereza promete, no sea que la fortuna contraria sea.

SANCHO PANZA.- ¡Ea, pues, Dios me ayude y la Santísima Trinidad!

CERVANTES.- Don Quijote subió sobre Clavileño y le tentó la clavija. De mal talante y poco a poco llegó a subir Sancho, acomodándose lo mejor que pudo en las ancas, que halló algo duras. (Se representa en la escena lo que acaba de describir Cervantes)

CONDESA TRIFALDI (a Sancho).- Para ir más cómodo, podéis poneros a mujeriegas.

SANCHO PANZA.- ¡A Dios!

(La condesa Trifaldi venda los ojos a don Quijote y Sancho Panza. Ya subidos en el caballo don Quijote y Sancho Panza, el caballero tienta la clavija de Clavileño)

CORO GENERAL (en alta voz).- ¡Dios te guíe, valeroso caballero! ¡Dios sea contigo, escudero intrépido! ¡Ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta! ¡Ya comenzáis a suspender y a admirar a cuantos desde la tierra os están mirando!

DON QUIJOTE.- ¡Tente, Sancho, que te bamboleas! ¡Mira no caigas; que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro del Sol, su padre!

SANCHO PANZA.- Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando, junto a nosotros?

DON QUIJOTE.- No repares en eso, Sancho; que estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios.

SANCHO PANZA.- Así es la verdad; que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando.

(Con unos grandes fuelles les hacen aire)

DON QUIJOTE.- Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo y las nieves; en la tercera se engendran los truenos, los relámpagos y los rayos; presto daremos en la región del fuego y yo no sé cómo templar esta clavija.

SANCHO PANZA.- Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, porque parte de mi barba se me ha chamuscado. Estoy, señor, por descubrirme y ver dónde estamos.

DON QUIJOTE.- No hagas tal, que el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros.

CERVANTES.- Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa, y los del jardín, de que recibían extraordinario contento; y queriendo dar remate a la extraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con extraño ruido, y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados. (Lo dicho se representa en la escena)

(Todos los presentes están en el suelo, como desmayados, salvo la condesa Trifaldi y las dueñas, que han desaparecido)

DON QUIJOTE (acercándose a los duques, que aún no han vuelto del todo en sí).- ¡Ea, buen señor, buen ánimo! La aventura es ya acabada.

DUQUESA.- ¿Cómo os ha ido, Sancho, en este largo viaje?

SANCHO PANZA.- Yo, señora, sentí que íbamos volando por la región del fuego. Aparté un tanto el pañizuelo que me tapaba los ojos y por allí miré hacia la tierra, y parecióme que no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres poco mayores que avellanas.

DON QUIJOTE (en un aparte, a Sancho Panza).- Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más.

(Oscuro)

SANCHO PANZA, GOBERNADOR DE BARATARIA
(Rápida secuencia en la que aparecen Sancho Panza, la Sobrina y el Ama)

AMA (dirigiéndose a Sancho Panza).- ¿Qué quiere este mostrenco en esta casa? Idos a la vuestra, que sois el que distrae a mi señor y le lleva por esos andurriales.

SANCHO PANZA.- Ama de Satanás, el distraído y el llevado por esos andurriales soy yo. Él me sacó de mi casa con engañifas, prometiéndome una ínsula, que hasta agora la espero.

SOBRINA.- Malas ínsulas te ahoguen, Sancho maldito.

AMA.- ¿Qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, golosazo, comilón?

SANCHO PANZA.- No es de comer, sino de gobernar.

AMA.- Id a gobernar vuestra casa, y dejaos de pretender ínsulas ni ínsulos.

(La escena a oscuras un breve instante. Al volver la luz, juntos la Duquesa, don Quijote y Sancho Panza)

DON QUIJOTE.- Yo, señora, veo en Sancho, una cierta aptitud para esto de gobernar, que atusándole un tanto el entendimiento, se saldría con cualquier gobierno.

DUQUESA.- Haré que el duque cumpla, lo más presto que pudiere, la merced prometida del gobierno.

SANCHO PANZA.- Tengo escrita una carta a mi mujer, Teresa Panza, contándole todo lo que me ha sucedido después que me aparté della.

LA DUQUESA.- ¿Y escribísteisla vos?

SANCHO PANZA.- Ni por pienso, porque yo no sé leer ni escribir, pero sé firmar.

DUQUESA.- A buen seguro que vos mostrásteis en ella la calidad y suficiencia de vuestro ingenio.

SANCHO PANZA (sonriendo picaronamente).- En esa carta ya le dije a Teresa: “Mujer de un gobernador eres”, y  también: “De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros”. Asimismo le aventuré: “Tú has de ser rica”.

DUQUESA.- En una cosa anda un poco descaminado el buen gobernador, ya que en esa carta se muestra muy codicioso; la justicia rompe el saco y el gobernador codicioso hace la justicia desgobernada.

SANCHO PANZA (para sí).- Después que tengo humos de gobernador se me han quitado los vaguidos de escudero.

(En la escena el Duque y Sancho Panza)

DUQUE.- Adelíñate, Sancho, y componte para ser gobernador, ya que los insulanos te están esperando como el agua de mayo.

SANCHO PANZA.- Después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador.

DUQUE.- ¿Y…?

SANCHO PANZA.- Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.

DUQUE.- Lo que yo puedo dar os doy, que es una ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada, sobremanera fértil y abundosa.

SANCHO PANZA.- ¡Venga esa ínsula, pues!

DUQUE.- Dulcísima cosa es el mandar y ser obedecido.

SANCHO PANZA.- Señor, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado.

VOZ EN OFF (mientras dos criados visten a Sancho).- El Duque dijo a Sancho Panza: “Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas”.

SANCHO PANZA.- Vístanme como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza. Sancho nací, y Sancho pienso morir.

(Don Quijote y Sancho Panza)

DON QUIJOTE.- En tu gobierno, Sancho, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana, que quiso igualarse con el buey.

SANCHO PANZA.- Así es verdad, pero paréceme a mí que no hace al caso; que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes.

DON QUIJOTE.- Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

DON QUIJOTE (sin hablar, pero oyéndose, en off, su discurso, amplificado y reverberante).- Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ser el de la misericordia, que el de la justicia. (A partir de aquí, la voz de don Quijote va descendiendo hasta quedar inaudible). Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en tus últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura…

(Sale a escena Cervantes)

CERVANTES.- Atentísimamente le escuchaba Sancho, y procuraba conservar en la memoria sus consejos, como quien pensaba guardarlos y salir por ellos a buen parto de la preñez de su gobierno.

DON QUIJOTE.- Lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer. No comas ajos ni cebollas, sé templado en el beber, no masques a dos carrillos ni erutes delante de nadie.

SANCHO PANZA.- Eso de erutar no entiendo.

DON QUIJOTE.- Erutar, Sancho, quiere decir regoldar, uno de los más torpes vocablos de la lengua castellana.

SANCHO PANZA.- Éste es uno de los consejos de vuestra merced que pienso llevar siempre en la memoria: no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo.

DON QUIJOTE.- Erutar, Sancho, que no regoldar.

SANCHO PANZA.- Erutar diré de aquí adelante.

(Se hace la oscuridad. Al volver la luz, se ve a Sancho Panza sentado en su silla de gobernador. A su lado, el mayordomo del Duque. Encima de su asiento, en la pared, un cartel que, naturalmente, Sancho no puede leer)

SANCHO PANZA (señalando el cartel).- ¿Qué pone ahí?

MAYORDOMO.- “Hoy día, a tantos de tal mes y de tal año, tomó la posesión de esta ínsula el señor don Sancho Panza, que muchos años la goce.”

SANCHO PANZA.- Y ¿a quién llaman don Sancho Panza?

MAYORDOMO.- A Vuestra Señoría. Otro Panza no ha entrado a esta ínsula.

SANCHO PANZA.- Pues advertid, hermano, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: yo Sancho a secas, Sancho mi padre, Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas.

(Entra un hombre vestido de labrador y otro de sastre con unas grandes tijeras en la mano)

SASTRE.- Señor gobernador, este hombre llegó a mi tienda con un pedazo de paño y me dijo si daba para una caperuza. Yo le dije que sí, y él, maliciosamente, me dijo que si habría para dos; yo le dije que sí, y así él fue añadiendo caperuzas y yo añadiendo síes. Hasta cinco. Viene a por ellas, se las doy y no me quiere pagar la hechura.

SANCHO PANZA.- ¿Es todo esto así, hermano?

LABRADOR.- Sí señor; pero hágale vuestra merced que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.

SASTRE (mostrando las cinco caperuzas puestas en cada dedo de su mano).- He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pidió. Del paño que me trajo no me ha quedado nada.

(Se oyen risas)

SANCHO PANZA.- Doy por sentencia que el sastre pierda las hechuras y el labrador el paño, y las caperuzas se lleven a los presos de la cárcel.

(Rápido oscuro y de nuevo claridad. Ahora Sancho Panza sentado solo en la cabecera de una gran mesa repleta de elaborados platos de comida. Suenan chirimías y salen cuatro pajes a darle aguamanos. Uno de los pajes le pone un babero de encaje. A su lado, en pie, el médico Pedro Recio de Agüero con una varilla en la mano. Sancho quiere empezar a comer de cada plato pero el de la varilla se lo impide)

SANCHO PANZA.- ¿Habré de comer esta comida como haciendo juego de manos?

MÉDICO.- Mandé quitar el plato de fruta por ser demasiado húmeda, y aquel otro por ser demasiado caliente y muchas especias, que acrecientan la sed; que el que mucho bebe, mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida.

SANCHO PANZA.- Pero aquel plato de perdices no me harán ningún daño.

MÉDICO.- Ésas no comerá el señor gobernador en tanto que yo tuviere vida.

SANCHO PANZA.- Pues, ¿por qué?

MÉDICO.- Porque nuestro maestro Hipócrates dice: “Toda hartazga es mala; pero la de las perdices, malísima”.

SANCHO PANZA.- Negarme la comida, antes será quitarme la vida que aumentármela.

MÉDICO.- Vuestra merced tiene razón, señor gobernador, pero es mi parecer que vuestra merced no coma de aquellos conejos guisados.

SANCHO PANZA.- Aquel platonazo me parece que es olla podrida, que me será de gusto y provecho.

MÉDICO.- ¡Absit!

SANCHO PANZA.- ¿Cuál es su nombre? ¿Dónde ha estudiado?

MÉDICO.- Yo soy el doctor Pedro Recio de Agüero, natural de Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, y tengo el grado de doctor por la universidad de Osuna.

SANCHO PANZA.- Pues señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, quíteseme de delante, que si no, tomaré el garrote y la emprenderé a garrotazos hasta no quedar médico en toda la ínsula.

(Sale Cervantes y lee en el grueso libro)

CERVANTES.- Con estas sofisterías padecía hambre Sancho, y tal, que en su secreto maldecía el gobierno y aun a quien se le había dado.

(Gran ruido de campanas, sonando a alarma, trompetas, tambores y voces. Sancho Panza, en su cama, quien, a causa del ruido, se levanta, se pone unas chinelas y en camisón se asoma a la puerta. Desde un corredor entran varias personas con antorchas y con las espadas en alto, gritando)

UNO.- ¡Arma, arma, señor gobernador, arma! Han entrado infinitos enemigos en la ínsula.

OTRO.- ¡Ármese Vuestra Señoría, si no quiere que esta ínsula se pierda!

SANCHO PANZA.- ¿Qué me tengo de armar, ni qué se yo de armas ni de socorros? Estas cosas será mejor dejarlas para mi amo don Quijote.

OTRO.- ¡Ármese vuestra merced y salga a esa plaza y sea nuestro capitán, pues le toca el serlo, siendo nuestro gobernador!

SANCHO PANZA.- Ármenme norabuena.

VOZ EN OFF (mientras va quedando ridículamente armado Sancho Panza).- Al momento le trajeron dos paveses, y le pusieron encima de la camisa, sin dejarle tomar otro vestido, un pavés delante y otro detrás, y por unas concavidades que traían hechas le sacaron los brazos, y le liaron muy bien con unos cordeles, de modo que quedó emparedado y entablado, derecho como un huso, sin poder doblar las rodillas ni menearse un solo paso. Pusiéronle en las manos una lanza, a la cual se arrimó para poder tenerse en pie. Cuando así le tuvieron, le dijeron que caminase y los guiase.

SANCHO PANZA.- ¿Cómo tengo que caminar, desventurado yo, que no puedo jugar las choquezuelas de las rodillas?

OTRO.- Ande, señor gobernador, que más el miedo que las tablas le impiden el paso.

CERVANTES.- Por cuyas persuasiones y vituperios probó el pobre gobernador a moverse, y fue dar consigo tan gran golpe, que pensó que se había hecho pedazos. Quedó como galápago encerrado y cubierto con sus conchas.

(Uno se sube encima de Sancho Panza, vociferando)

UNO.- ¡Aquí de los nuestros, que por esta parte cargan más los enemigos!

SANCHO PANZA (para sí).- ¡Oh, si mi Señor fuese servido que se acabase ya de perder esta ínsula, y me viese yo o muerto o fuera de esta grande angustia!

(De pronto cesa toda la algarabía y se oye, sin verse, un nutrido coro de altas voces)

CORO DE VOCES.- ¡Victoria, victoria! ¡Los enemigos van de vencida!

OTRO.- Ea, señor gobernador, levántese vuesa merced y venga a gozar del vencimiento y a repartir los despojos que se han tomado a los enemigos, por el valor dese invencible brazo.

SANCHO PANZA.- ¡Levántenme!

(Levantan a Sancho Panza, le limpian, le dan a beber unos sorbos de vino, le quitan los paveses. En un rincón de la escena aparece su rucio. Sancho se va a él, le abraza y le besa en la frente)

SANCHO PANZA (poniéndole la albarda al asno).- Compañero y amigo mío, conllevador de mis trabajos y miserias. Os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia. (Sube sobre el borrico)

MAYORDOMO, MAESTRESALA, SECRETARIO, DOCTOR PEDRO RECIO Y OTROS (al unísono).- ¿No queréis repartir los despojos de los enemigos?

SANCHO PANZA.- Yo no quiero repartir despojos de enemigos, sino pedir y suplicar a algún amigo, si es que le tengo.

(Tirando de las riendas, empieza a cabalgar)

Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador.

(La escena se va oscureciendo poco a poco mientras Sancho Panza sale de ella lentamente)

ACTO IV

NO MEJORA EL POBRE DON QUIJOTE DE SU LOCURA
(Don Quijote sentado en un butacón en medio de la escena, en penumbra, tocado por un bonete rojo. Cervantes, apenas distinguiéndose, en un rincón)

VOZ EN OFF.- Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia, y tercera salida de don Quijote, que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas. Pero no por esto dejaron de visitar a su sobrina y a su ama, encargándolas tuviesen cuenta con regalarle, dándole a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y el celebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura. Las cuales echaban de ver que su señor por momentos iba dando muestras de estar en su entero juicio, de lo cual recibieron las dos gran contento, por parecerles que habían acertado en haberle traído encantado en el carro de bueyes.

CERVANTES.- Como conté en la primera parte desta tan grande como puntual historia, en su último capítulo.

(Entra el Cura)

CURA (queriendo probar a don Quijote).- Se tiene por cierto, señor don Quijote, que el turco va a bajar con una poderosa armada y que su Majestad ha hecho proveer las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta.

DON QUIJOTE.- Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero. Si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de una prevención.

CURA. (para sí).- ¡Dios te tenga en su mano, pobre don Quijote; que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad!

(Entra la Sobrina)

SOBRINA.- ¿Qué he oído? ¡Ay! ¡Qué me maten si no quiere mi señor volver a ser caballero andante!

DON QUIJOTE.- Caballero andante he de morir.

CURA.- No me puedo creer que toda la caterva de caballeros andantes, señor don Quijote, hayan sido real y verdaderamente personas de carne y hueso.

DON QUIJOTE.- Ése es un error en que han caído muchos. Estoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula, alto de cuerpo, blanco de rostro, puesto de barba.

CURA.- Es un escrúpulo, lo que digo, que me roe y escarba la conciencia.

DON QUIJOTE.- Todos cuantos caballeros andantes andan en las historias en el orbe se pueden sacar de sus facciones, sus colores y estaturas.

(Entra el Barbero)

BARBERO.- ¿Tan grande le parece a vuestra meced, mi señor don Quijote, el gigante Morgante?

DON QUIJOTE.- En esto de gigantes hay diferentes opiniones. La Santa Escritura nos muestra que los hubo, contándonos la historia de aquel filisteazo Goliat, que tenía siete codos y medio de altura, que es una desmesurada grandeza.

CURA.- Así es (en un aparte, al Barbero, señalando a don Quijote). Ya veréis, compadre, como, cuando menos lo pensemos, nuestro hidalgo sale otra vez a volar.

BARBERO.- No pongo yo duda en eso.

CURA.- Dios lo remedie, y estemos a la mira.

(Oscuro. Suenan las últimas palabras del Cura: “Dios lo remedie, y estemos a la mira”)

SE TRAMA LA DERROTA DE DON QUIJOTE
(Don Quijote y Sancho Panza conversando)

SANCHO PANZA.- Anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller.

DON QUIJOTE.- ¿Y…?

SANCHO PANZA.- Yéndole yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha.

DON QUIJOTE.- ¿Y qué hay más?

SANCHO PANZA.- Y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso.

DON QUIJOTE.- Me tiene suspenso lo que me has dicho, y no comeré bocado hasta ser informado de todo.

CERVANTES.- Dejando a su señor, se fue Sancho Panza a buscar al bachiller. (Sancho Panza abandona la escena). Con el cual volvió de allí a poco espacio, y entre los tres pasaron un graciosísimo coloquio.

(Vuelve Sancho Panza y entra en escena el bachiller Sansón Carrasco)

CERVANTES.- Era el bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón. Tendría hasta veinte y cuatro años, carirredondo, de nariz chata y de boca grande, señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas.

SANSÓN CARRASCO (de rodillas ante don Quijote).- Deme vuestra grande las manos, señor don Quijote de la Mancha, uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido en toda la redondez de la tierra.

DON QUIJOTE.- ¿Verdad es que hay historia mía, y que fue moro y sabio el que la compuso?

SANSÓN CARRASCO.- Es muy verdad, señor. Hoy están impresos más de doce mil libros de tal historia.

DON QUIJOTE.- Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso es verse andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa.

SANSÓN CARRASCO.- Por fama y por buen nombre, sólo vuestra meced lleva la palma a todos los caballeros andantes.

DON QUIJOTE.- ¿Qué hazañas mías son las que más se ponderan en esa historia?

SANSÓN CARRASCO.- En eso hay diferentes opiniones: unos se atienen a la aventura de los molinos de viento; otros, a la descripción de los dos ejércitos; uno dice que a todas se aventaja la de la libertad de los galeotes.

SANCHO PANZA.- Pues si es que se anda a decir verdades ese señor moro, a buen seguro que entre los palos de mi señor se hallen los míos.

DON QUIJOTE.- Socarrón sois, Sancho.

SANCHO PANZA.- Cuando yo quisiese olvidarme de los garrotazos que me han dado, no lo consentirán los cardenales, que aún están frescos en las costillas.

DON QUIJOTE.- Callad, Sancho, y no interrumpáis al señor bachiller.

SANSÓN CARRASCO.- El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha es una obra tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella; los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran.

(Se oye relinchar a Rocinante)

CERVANTES.- Estos relinchos de Rocinante los tomó don Quijote por felicísimo agüero, y determinó de allí a tres o cuatro días otra salida.

DON QUIJOTE.- ¿Y hacia dónde podríamos partir mi escudero y yo?

SANSÓN CARRASCO.- Yo pienso que debería salir vuestra merced con su escudero encaminándose al reino de Aragón, y a la ciudad de Zaragoza, donde van a celebrarse unas solemnísimas justas por la fiesta de San Jorge, en las cuales vuesa merced podría ganar fama sobre todos los caballeros aragoneses, es decir, sobre todos los del mundo.

DON QUIJOTE.- Me place.

SANSÓN CARRASCO (para sí).- ¡Vengan más quijotadas: embista don Quijote y hable Sancho Panza, y sea lo que fuere!

(Salen de la escena don Quijote y Sancho Panza y entra el Ama)

AMA.- Señor Sansón, mi amo se sale.

SANSÓN CARRASCO.- ¿Por dónde se sale, señora? ¿Hásele roto alguna parte de su cuerpo?

AMA.- No se sale sino por la puerta de su locura. Quiero decir, señor bachiller de mi ánima, que quiere salir otra vez.

SANSÓN CARRASCO.- No tenga pena. Váyase en buena hora a su casa y vaya rezando la oración de Santa Apolonia, si es que la sabe.

AMA.- ¡Cuitada de mí! ¿La oración de San Apolonia dice que rece? Eso fuera si mi amo lo hubiera de las muelas, pero no lo ha sino de los cascos.

SANSÓN CARRASCO.- Yo sé lo que digo; no se ponga a disputar conmigo, pues soy bachiller por Salamanca, que no hay más que bachillear. Y ahora voy a buscar al cura. (Sale).

(Oscuro. Al volver la luz, poco, el Cura, el Barbero y Sansón Carrasco, inmóviles mientras habla la Voz en Off)

VOZ EN OFF.- Dice la historia que cuando el bachiller Sansón Carrasco aconsejó a don Quijote que volviese a proseguir sus dejadas caballerías, fue por haber entrado primero en bureo con el cura y el barbero sobre qué medio se podría tomar para reducir a don Quijote a que se estuviese en su casa quieto y sosegado, sin que le alborotasen sus mal buscadas aventuras; de cuyo consejo salió, por voto común de todos y parecer particular de Carrasco, que dejasen salir a don Quijote, pues el detenerle parecía imposible, y que Sansón le saliese al camino como caballero andante, y trabase batalla con él, pues no faltaría sobre qué, y le venciese, teniéndolo por cosa fácil, y que fuese pacto y concierto que el vencido quedase a merced del vencedor, y así, vencido don Quijote, le había de mandar el bachiller caballero se volviese a su pueblo y casa, y no saliese della en dos años, o hasta tanto que por él le fuese mandado otra cosa; lo cual era claro que don Quijote vencido cumpliría indubitablemente, por no contravenir y faltar a las leyes de la caballería, y podría ser que en el tiempo de su reclusión se le olvidasen sus vanidades, o se diese lugar de buscar a su locura algún conveniente remedio.

EL CABALLERO DEL BOSQUE, TAMBIÉN LLAMADO DE LOS ESPEJOS, NO LOGRA DERROTAR A DON QUIJOTE
(Oscuro. Al recobrarse la claridad, don Quijote y Sancho Panza en el campo, sobre sus cabalgaduras)

DON QUIJOTE.- Aventura tenemos, hermano Sancho.

SANCHO PANZA.- ¿Adónde está, señor mío, esa señora aventura?

DON QUIJOTE.- ¿Adónde? Vuelve los ojos y verás allí tendido un andante caballero que no debe estar demasiadamente alegre.

SANCHO PANZA.- ¿En qué halla vuesa merced que ésta sea aventura?

DON QUIJOTE.- No quiero yo decir que ésta sea aventura del todo, sino principio della.

SANCHO PANZA.- Ese caballero debe de ser caballero enamorado.

DON QUIJOTE.- No hay ninguno de los andantes que no lo sea.

CABALLERO DEL BOSQUE.- ¡Oh, ingrata Casildea de Vandalia! ¿No he logrado que te confiesen por la más hermosa todos los caballeros de Navarra, los leoneses, los andaluces, los castellanos y todos los caballeros de la Mancha?

DON QUIJOTE.- Eso no, que yo soy de la Mancha.

(Don Quijote y Sancho Panza se acercan al caballero)

CABALLERO DEL BOSQUE.- ¿Quién va allá? ¿Qué gente? ¿Es por ventura  de la del número de los contentos, o la del de los afligidos?

DON QUIJOTE.- De los afligidos.

CABALLERO DEL BOSQUE.- Sentaos aquí, señor caballero; que para entender que lo sois, y de los que profesan la andante caballería, básteme el haberos hallado en este lugar.

DON QUIJOTE.- Caballero soy, y de la profesión que decís.

CABALLERO DEL BUSQUE.- Por ventura, señor caballero, ¿sois enamorado?

DON QUIJOTE.- Por desventura lo soy. Aunque nunca fui desdeñado de mi señora.

SANCHO PANZA.- Mi señora es como una borrega mansa; es más blanda que una manteca.

CABALLERO DEL BOSQUE.- ¿Es vuestro escudero éste?

DON QUIJOTE.- Sí es.

CABALLERO DEL BOSQUE.- Nunca he visto yo escudero que se atreva a hablar donde habla su señor.

(Aparece el escudero del Caballero del Bosque, con una gran nariz postiza, que toma del brazo a Sancho Panza y lo aparta)

ESCUDERO.- Vámonos los dos donde podamos hablar escuderilmente todo cuanto quisiéremos, y dejemos a estos señores amos nuestros que se den de las astas. (Saca una bota de vino, bebe y se la ofrece a Sancho Panza).

SANCHO PANZA (después de beber de la bota).- Sea en buena hora; y yo le diré a vuestra merced quien soy. ¿Este vino es de Ciudad Real?

ESCUDERO.- ¡Bravo mojón! En verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad.

(Siguen los escuderos bebiendo de la bota hasta que quedan dormidos. La escena se desplaza al lugar donde están y hablan los caballeros)

CABALLERO DEL BOSQUE.- He vencido a muchos caballeros que se han atrevido a contradecirme. Pero de lo que más me ufano es de haber vencido en singular batalla al famoso caballero don Quijote de la Mancha, haciéndole confesar que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea.

DON QUIJOTE.- De que vuesa merced haya vencido a los más caballeros andantes de España, y aun de todo el mundo, no digo nada; pero de que haya vencido a don Quijote de la Mancha, póngalo en duda.

CABALLERO DEL BOSQUE.- ¿Cómo no? Por el cielo que nos cubre que peleé con don Quijote, y le vencí y rendí. ¿No campea este cabalero bajo el nombre de Caballero de la Triste Figura y trae por escudero a un labrador llamado Sancho Panza?

DON QUIJOTE.- Así es, pero sosegaos, señor caballero. Os afirmo tajantemente que aquí está el mesmo don Quijote, verdad que sustentará con sus armas a pie, o a caballo, o de cualquiera suerte que os agradare. Pudiera ser que algún encantador haya tomado mi figura, dejándose vencer.

CABALLERO DEL BOSQUE.- El que una vez, señor don Quijote, pudo venceros transformado, bien podrá tener esperanza de rendiros en vuestro propio ser. Esperemos el día para que el sol vea nuestras obras. Y ha de ser condición de nuestra batalla que el vencido a de quedar a la voluntad del vencedor.

DON QUIJOTE.- Soy más contento desa condición y conveniencia.

CABALLERO DEL BOSQUE.- Amanecerá Dios y medraremos.

(La escena se queda vacía. Se representa el bello amanecer descrito por la Voz en Off)

VOZ EN OFF.- En esto, ya comenzaban a gorjear en los árboles mil suertes de pintados pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecían que daban la norabuena y saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas y balcones del Oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un número infinito de líquidas perlas, en cuyo suave licor bañándose las yerbas, parecía asimesmo que ellas brotaban y llovían blanco y menudo aljófar; los sauces destilaban maná sabroso, reíanse las fuentes, murmuraban los arroyos, alegrábanse las selvas y enriquecíanse los prados con su venida. (Salen los dos contendientes a escena). Don Quijote miró a su contendor y hallóle ya puesta y calada la celada, de modo que no le pudo ver el rostro, pero notó que era hombre membrudo, y no muy alto de cuerpo.

DON QUIJOTE.- Señor caballero, os pido que alcéis la visera un poco, porque yo vea la gallardía de vuestro rostro.

CABALLERO DE LOS ESPEJOS (antes Caballero del Bosque).- O vencido o vencedor que salgáis de esta empresa, os quedará tiempo para verme.

DON QUIJOTE.- Pues en tanto que subimos a caballo, ¿podéis decirme si soy yo aquel don Quijote que dijisteis haber vencido?

CABALLERO DE LOS ESPEJOS.- Os parecéis, como se parece un huevo a otro, al mismo caballero que vencí.

DON QUIJOTE.- Eso me basta a mí para que crea vuestro engaño; pero para sacaros dél de todo punto, vengan nuestros caballos.

CABALLERO DE LOS ESPEJOS.- Advertid que la condición de nuestra batalla es que el vencido ha de quedar a discreción del vencedor.

DON QUIJOTE.-Ya la sé.

CABALLERO DE LOS ESPEJOS.- Así se entiende.

VOZ EN OFF (mientras habla, en la escena se representa la arremetida de don Quijote contra el Caballero de los Espejos).- Don Quijote arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizo aguijar de manera, que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados, y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas hasta los botones. Don Quijote encontró al de los Espejos, con tanta fuerza que le hizo venir al suelo, dando tal caída, que, sin mover pie ni mano, dio señales de que estaba muerto.

(Entra Sancho Panza. Don Quijote se apea de Rocinante y se acerca al Caballero de los Espejos y le alza el yelmo. Admirado, ve que su rostro es el del bachiller Sansón Carrasco)

DON QUIJOTE.- ¡Acude, Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has de creer! ¡Lo que pueden los hechiceros y encantadores…!

SANCHO PANZA (santiguándose repetidamente).- Por sí o por no, meta vuesa merced la espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco. Quizá matará a alguno de sus enemigos los encantadores.

DON QUIJOTE.- No dices mal, porque de los enemigos, los menos.

(Don Quijote saca la espada para, como dice el texto, “poner en efecto el aviso y consejo de Sancho”; pero el escudero del Caballero de los Espejos aparece de pronto,  ya sin sus grandes narices postizas, exclamando  con grandes voces)

ESCUDERO.- ¡Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote; que ese que tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco su amigo, y yo soy su escudero!

SANCHO PANZA.- ¿Y las narices?

ESCUDERO.- Aquí las tengo, en la faldriquera.

SANCHO PANZA.- ¡Santa María! ¿Éste no es Tomé Cecial, mi vecino y compadre?

TOMÉ CECIAL.- Tomé Cecial soy, compadre y amigo de Santo Panza.

DON QUIJOTE (apuntando con la espada al Caballero de los Espejos, que empieza a volver en sí).- Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia.

CABALLERO DE LOS ESPEJOS.- Confieso que vale más el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso, que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea.

(Desaparecen de la escena don Quijote y Sancho Panza. Quedan en ella Sansón Carrasco y Tomé Cecial)

TOMÉ CECIAL.- Señor Sansón Carrasco, tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale de ella.

SANSÓN CARRASCO.- A la vista está.

TOMÉ CECIAL.- Don Quijote loco, nosotros cuerdos, él se va sano y riendo, vuesa merced queda molido y triste.

SANSÓN CARRASCO.- La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es por fuerza lo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere.

TOMÉ CECIAL.- Yo fui por mi voluntad loco cuando quise hacerme escudero de vuestra merced, y por la misma quiero dejar de serlo y volverme a mi casa.

SANSÓN CARRASCO.- No me llevará ahora buscar a don Quijote el deseo de que recobre el juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos.

(Oscuro. Suena, contundente, la “Marche pour la cérémonie des Tures”, de Jean-Baptiste Lully)

DON QUIJOTE (se oye, sin verse, su voz en remarcado eco, permaneciendo la escena a oscuras).- ¿En qué consideración puede caber que el bachiller Sansón Carrasco viniese como caballero andante, armado de armas ofensivas y defensivas, a pelear conmigo? ¿He sido yo su enemigo por ventura? ¿Hele dado yo jamás ocasión para tenerme ojeriza? ¿Soy yo su rival, o hace él profesión de las armas, para tener envidia a la fama que yo por ellas he ganado?

LA DERROTA DEFINITIVA DE DON QUIJOTE
(Don Quijote paseando por la playa de Barcelona. Se acerca a él el Caballero de la Blanca Luna, con la cara tapada, armado, como dice el texto, “de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente. En un rincón, Cervantes sosteniendo el libro)

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA.- Insigne caballero don Quijote de la Mancha, yo soy el Caballero de la Blanca Luna y vengo a contender contigo y a probar la fuerza de tus brazos, en razón de hacerte confesar que mi dama, sea quien fuere, es más hermosa que tu Dulcinea.

CERVANTES.- Don Quijote quedó suspenso y atónito…, así de la arrogancia del Caballero de la Blanca Luna como de la causa por que le desafiaba. A don Quijote las hazañas de este caballero no habían llegado a su noticia.

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA.- Si tú peleares y yo te venciere, quiero que te retires a tu lugar por tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz y provechoso sosiego, absteniéndote de buscar aventuras.

DON QUIJOTE. (con decisión y subiéndose a Rocinante ).- Tomad, pues, la parte del campo que quisiéredes; que yo haré lo mesmo, y a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga.

(Al encontrarse los dos caballeros, Don Quijote cae al suelo. El Caballero de la Blanca Luna le pone su lanza sobre la visera de don Quijote)

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA.- Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.

DON QUIJOTE (sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba).- Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA.- Eso no haré yo. Viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea; sólo me contento con que el gran don Quijote se retire a su lugar un año.

CERVANTES.- Hecha esta confesión, volvió las riendas el de la Blanca Luna y a medio galope se entró en la ciudad.

(Breve oscuro. El Caballero de la Blanca Luna se desarma y desviste ayudado por un criado. Mientras lo hace, suena su voz en la escena)

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA (en off).- A mí me llaman el bachiller Sansón Carrasco; soy del mesmo lugar que don Quijote de la Mancha, cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima todos cuanto le conocemos, y entre los que más se la han tenido he sido yo. Hará tres meses que le salí al camino como caballero andante, llamándome el Caballero de los Espejos, con intensión de pelear con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo por condición de nuestra pelea que el vencido quedase a discreción del vencedor; y lo que pensaba pedirle (porque ya le juzgaba por vencido) era que se volviese a su lugar y que no saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podría ser curado. Pero la suerte lo ordenó de otra manera, como ya ha quedado referido en esta historia. Suplico que no se me descubra ni se le diga a don Quijote quién soy.

(Aparece don Antonio Moreno)

DON ANTONIO MORENO.- Si no fuese contra caridad, diría que nunca sane don Quijote, porque con su salud no solamente perdemos sus gracias, sino las de Sancho Panza su escudero, que cualquiera dellas puede volver a alegrar a la misma melancolía. Con todo esto, callaré.

(Se apaga un instante la escena y se vuelve a encender mostrando a don Quijote y Sancho Panza en la playa de Barcelona donde fue derrotado el caballero. Como dice el texto: “don Quijote “desarmado y de camino, Sancho a pie, por ir el rucio cargado con las armas”)

DON QUIJOTE (pensando; por lo tanto, su voz en off).- ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se oscurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!

SANCHO PANZA.- Esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no ve lo que hace, ni sabe a quien derriba, ni a quién ensalza.

DON QUIJOTE.- Muy filósofo estás, Sancho; y me has adivinado el pensamiento. Muy a lo discreto hablas.

DE REGRESO A LA ALDEA
(En todo momento, don Quijote sobre Rocinante y Sancho Panza a pie, llevando al rucio. Como en otras tantísimas ocasiones, Cervantes presente en la escena)

DON QUIJOTE.- Camina, amigo Sancho, y vamos a tener en nuestra tierra el año del noviciado, con cuyo encerramiento cobremos virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado ejercicio de las armas.

SANCHO PANZA.- Señor, no es cosa tan gustosa el caminar a pie.

CERVANTES.- Si muchos pensamientos fatigaban a don Quijote antes de ser derribado, muchos más le fatigaron después de caído.

DON QUIJOTE.-Si te parece bien, quería, ¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores.

SANCHO PANZA.- Pardiez, que me cuadra tal género de vida.

DON QUIJOTE.- Me llamaré yo el pastor Quijotiz y tú el pastor Pancino.

SANCHO PANZA.- No acabo de ver al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero hacerse pastores con nosotros, ni al cura entrar en el aprisco.

DON QUIJOTE.- El bachiller Sansón Carrasco podrá llamarse el pastor Sansonino; el barbero Nicolás, Miculoso, como ya el antiguo Boscán se llamó Nemoroso; y al cura pastor Curiambro. Y tu mujer, ¿cómo se llamaría?

SANCHO PANZA.- No pienso ponerle otro alguno sino el de Teresona, que le vendrá bien con su gordura y con el propio que tiene, pues se llama Teresa.

(Largo silencio. Destacadamente, se oye el trote de Rocinante y los pasos del rucio)

SANCHO PANZA (de pronto, sin venir a cuento).- En la tardanza suele estar muchas veces el peligro. A Dios rogando y con el mazo dando. Más vale un toma que dos te daré, y el pájaro en la mano que el buitre volando.

DON QUIJOTE.- No más refranes, Sancho, por un solo Dios. Habla a lo llano, a lo liso, como muchas veces te he dicho, y verás cómo te vale un pan por ciento.

SANCHO PANZA.- No sé qué mala ventura es esta mía, que no sé decir razón sin refrán, pero yo me enmendaré, si pudiere.

(Vista, desde lo alto de una cuesta, de las primeras casas de la aldea)

SANCHO PANZA.- Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo. Abre los brazos y recibe también a tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo.

DON QUIJOTE.- Déjate desas sandeces y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar, donde llevaremos la pastoral vida que pensamos ejercitar.

(Aparecen dos niños riñendo entre ellos)

UN NIÑO (al otro).- No te canses, Periquillo, que no la has de ver en todos los días de tu vida.

DON QUIJOTE.- ¿No adviertes, Sancho, lo que este muchacho ha dicho: “No la has de ver en todos los días de tu vida”?

SANCHO PANZA.- ¿y qué importa que haya dicho esos el muchacho?

DON QUIJOTE.- ¿Qué? ¿No ves tú que aplicando aquella palabra a mi intención, quiere significar que no he de ver más a Dulcinea?

CERVANTES.- Queríale responder Sancho, cuando se lo estorbó ver que por aquella campaña venía huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual, temerosa, se vino a agazapar debajo de los pies del rucio. Cogióla Sancho y presentósela a don Quijote.

DON QUIJOTE.- ¡Malum Signum! ¡Malum Signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no aparece!

SANCHO PANZA.- Extraño es vuesa merced. Supongamos que esta liebre es Dulcinea y estos galgos que la persiguen son malandrines encantadores que transformáronla en labradora. Ella huye, yo la cojo y la pongo en poder de vuesa merced: ¿qué mala señal es ésta?

DON QUIJOTE.- No sé, no sé…

SANCHO PANZA.- Vuesa merced mismo me dijo en los días pasados que eran tontos todos aquellos cristianos que miraban en agüeros.

DON QUIJOTE.- Tienes razón, Sancho, no más hagamos hincapié en esto, sino pasemos adelante y entremos en nuestra aldea.

(Cambia el fondo de la escena por la imagen de la puerta de la casa de don Quijote. Allí, el Cura, el bachiller Sansón Carrasco, el Ama, la Sobrina y Teresa Panza llevando de la mano a su hija Sanchica, que corre a abrazar a su padre)

TERESA PANZA.- ¿Cómo venís así, marido mío, a pie y despeado, y más traéis semejanza de desgobernado que de gobernador?

SANCHO PANZA.- Calla, Teresa. Dineros traigo, que es lo que importa.

TERESA PANZA.- Traed vos dinero, mi buen marido, que es lo que importa.

(Todo el grupo se dispersa. Oscurece hasta volverse la escena del todo oscura)

MUERTE DE DON QUIJOTE
(Vuelve la luz en casa de don Quijote, quien conversa reunido con el Cura y el bachiller Sansón Carrasco)

DON QUIJOTE.- Yo compraré ovejas y ganado suficiente para que nos podamos llamar pastores. Ya os he puesto unos nombre que os vendrán como de molde.

CURA.- ¿Cuáles?

DON QUIJOTE.- Yo, el pastor Quijotiz; vos, Sansón, el pastor Carrascón; y vos el pastor Curiambro; y Sancho Panza, el pastor Pancino.

CURA (en un aparte, al bachiller Sansón Carrasco).- Porque no se nos vaya otra vez del pueblo a sus caballerías, concedamos con su nueva intención y ofrezcámonos por compañeros en su ejercicio.

SANSÓN CARRASCO.- Como ya todo el mundo sabe, yo soy celebérrimo poeta y a cada paso compondré versos pastoriles.

CURA.- Buscaremos por ahí pastoras mansas.

SANSÓN CARRASCO.- Y que cada uno escoja el nombre de la pastora que piensa celebrar.

DON QUIJOTE.- Yo estoy libre de buscar nombre de pastora fingida a la sin par Dulcinea, gloria de estas riberas, adorno de estos prados, sustento de la hermosura.

SANSÓN CARRASCO.- Si mi dama, por ventura, se llamare Ana, la llamaré Anarda; si Francisca, Francenia; si Lucía, Lucinda. Y Sancho Panza, al entrar en esta cofradía, podrá celebrar a su mujer Teresa con el nombre de Teresaina.

(Don Quijote se ríe abiertamente)

CURA.- Nos vamos. Tenga vuesa merced cuenta con su salud, y regálese con lo que sea bueno. (Salen el Cura y Sansón Carrasco. Entran, sobresaltadas, la Sobrina y el Ama)

SOBRINA.- ¿Qué es esto, señor tío? ¿Ahora se quiere meter en nuevos laberintos, haciéndose “pastorcillo, tú que vienes, pastorcillo, tú que vas”?

AMA.- ¿Podrá vuestra merced pasar en el campo las siestas del verano, los serenos del invierno, el aullido de los lobos?

SOBRINA.- Éste es ejercicio y oficio de hombres robustos.

AMA.- Curtidos y criados para tal ministerio casi desde las fajas y mantillas.

SOBRINA.- Mal por mal, mejor es ser caballero andante que pastor.

AMA.- Mire, señor, estése en casa, atienda a su hacienda, confiese a menudo, favorezca a los pobres. Tome mi consejo, señor.

DON QUIJOTE.- Callad, hijas; que yo sé lo que me cumple. Llevadme al lecho, que me parece que no estoy muy bueno. (Cogiendo a don Quijote entre las dos lo llevan a una gran cama que está al fondo de la escena. Una vez acostado don Quijote, el Ama y la Sobrina deslizan la cama, con ruedas, hasta el proscenio, centrándola en primerísimo plano)

(Don Quijote, frente al público, durmiendo en la cama)

VOZ EN OFF.- La vida de don Quijote llegó a su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque, o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama. Van entrando y poniéndose a ambos lados de su cama, el Cura, el Barbero, el bachiller Sansón Carrasco, Sancho Panza, el Ama y la Sobrina. Don Quijote se despierta y se incorpora en el lecho)

SANSÓN CARRASCO.- Anímese vuestra merced y levántese, para comenzar nuestro pastoral ejercicio.

DON QUIJOTE.- Agradecido por tus ánimos, Sansón, pero no me abandonan mis tristezas.

(Entra un médico y le toma el pulso)

MÉDICO (a los presentes, pero oyéndolo también don Quijote).- El señor Alonso Quijano ha de atender a la salud de su alma, porque la del cuerpo corre peligro. (Sancho Panza, el Ama y la Sobrina comienzan a llorar tiernamente, “como si ya le tuvieran muerto delante”)

DON QUIJOTE.- Quiero dormir un poco. (Cierra los ojos y al poco los abre de nuevo) ¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite.

SOBRINA.- ¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Qué misericordias son ésas?

DON QUIJOTE.- Las que en este instante, sobrina, ha usado Dios conmigo. Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballerías.

SANSÓN CARRASCO.- ¿Ahora que estamos tan a pique de ser pastores, quiere vuesa merced hacerse ermitaño?

DON QUIJOTE.- Yo ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje.

SANSÓN CARRASCO.- ¡Qué va! Pasaremos la vida cantando, como unos príncipes.

DON QUIJOTE.- Señores, siento que me voy muriendo a toda prisa; déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento.

SANCHO PANZA.- No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin que nadie le mate.

SANSÓN CARRASCO.- El buen Sancho Panza está muy en la verdad.

SANCHO PANZA.- No sea perezoso, levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado.

DON QUIJOTE.- Señores, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo. (Entra un escribano que le hace firmar el testamento)

ESCRIBANO.- Fijaos en esta cláusula, tras dejar herencia a su ama, a su sobrina, a Sancho Panza, y nombrando albaceas al cura y al bachiller (lee): “Es mi voluntad que si Antonia Quijana, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías, y si a pesar de esto se casare, pierda todo lo que he mandado”

DON QUIJOTE (a Sancho Panza).- Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote creer que hay caballeros andantes en el mundo.

VOZ EN OFF.- Cerró con esto el testamento, y tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos, y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada, pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.

CERVANTES (que había estado de pie, en un rincón, entre tanta gente).- En fin, llegó el último día de don Quijote, después de recibidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías.

ESCRIBANO.- Nunca he leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote.

CERVANTES.- El cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

(Súbito final en la escena, acompañado del acorde último de una música vigorosa)

POST SCRIPTUM
(Se muestra la lápida de don Quijote y a su lado, sosteniendo una cuartilla, aparece Sansón Carrasco leyendo en ella, donde hay escrita una décima. Como leve musiquilla de fondo, la “Canción Fúnebre” para piano de Béla Bartók)

SANSÓN CARRASCO.-      Yace aquí el Hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco.

(La recitación de Sansón Carrasco se ha de ajustar con la “Canción Fúnebre”, sonando al final, exclusivamente, las dos notas últimas de la melodía, do-mi, con dulce alargamiento)

TELÓN

Más del autor

-publicidad-spot_img