Se podría pensar que los manipuladores -o que los malos periodistas- hacen lo que hacen por una ignorancia genética o una incapacidad mental manifiesta. Es más… yo pensaba esto hace años. La edad y la inocencia dibujan un universo más amable del que soportamos en realidad.
Llega la madurez y lo que no pierdo, por mucho que lo intento, es la capacidad de indignarme al ver cómo entran en juego los intereses económicos a la hora de hacer periodismo o de contar la realidad.
Me extrañó en los últimos días ver una inusual presencia de temas sobre Perú en el diario español El País. Un amigo y viejo compañero Pablo Ximénez Sandoval escribía unos reportajes escorados hacia el Gobierno pero, especialmente, hacia el modelo de desarrollo acalerado por Alan García y ahora adoptado como Nuevo Testamento por Ollanta Humala. Lo atribuí a que Pablo no conoce bien el país y los periodistas, cuando aterrizamos en un contexto desconocido, dependemos mucho de los primeros contactos de los anfitriones que encontramos (un enviado especial, por bueno que sea, no deja de ser astronauta en planeta ajeno).
Mi ingenuidad una vez más se topó contra la realidad. Este sábado pasado ya veía un banner de publicidad de un evento organizado por El País y el diario peruano La República (financiado, claro está, por Repsol, Telefónica y BBVA). El título era directo: «Invertir en El Perú». Los invitados, casi obvios: el presidente Humala y varios de sus ministros, así como el flamante ministro-ejecutivo de Economía español designado por Lehman Brothers, Luis de Guindos. Y el domingo… el domingo el gran cierre de fiesta (o el preámbulo de la piñata): entrevista del ubérrimo Juan Luis Cebrián (tomando el adjetivo prestado del archivo personal de Álvaro Uribe) al muy muy ‘centrado’ Humala.
Ya escribí ayer mismo, indignado y cabreado, el análisis de esa entrevista en lo que denominé como Contracrónica, pero en esta bitácora, con más libertad, quiero destacar la actitud colonial, pedante, irrespetuosa y antiperiodística de este empresario e influyente cabildero que algún día tuvo el acierto de fundar y dirigir El País (aquel El País, no éste).
Cuando se hace el papermarketing de una forma tan descarada -y descarnada- no hay nada más que decir. Sólo que doy mi pésame a ese medio, a sus integrantes y a los lectores que siguen confiando en la honestidad de la información publicada en él. Yo, que alguna vez escribí en él y que durante lustros he sido lector fiel, hace tiempo que me bajé del bus. Porque si sus intereses son la madre de todas las ignorancias, mi ignorancia sólo se alimentará de los vacíos que yo elija.