Muchos de ustedes ya habrán oído hablar del internet de las cosas, ese futurible cercano en el que los objetos estarán dotados de una identidad electrónica y sensores que les permitirán comunicarse e interactuar sin necesidad de humanos.
A mí el tema me parece fascinante, no tanto porque el frigorífico acabe pidiendo y pagando la comida al supermercado, o el lavabo estropeado pueda llamar y abrir la puerta al fontanero –cosas que están muy bien–, sino porque miles de billones de objetos conectados por internet acabarán no necesitándonos para nada. Sin embargo, nosotros a ellos sí. Por ejemplo, como espías.
El pasado enero, en la última conferencia sobre innovación tecnológica DLD de Munich, se habló de posibles redes sociales para objetos. En el fondo –dijo una de las ponentes–, la gente y los objetos no son demasiado diferentes, todos están conectados.
El caso es que algunos políticos e instituciones se han puesto nerviosos con las implicaciones que puede tener este asunto de cara a salvaguardar la privacidad personal. Así, el pasado junio el Parlamento Europeo, a la vez que mostraba su apoyo oficial a un internet de las cosas, aprobó un informe en el que se pedía que el consumidor pudiera, en un futuro, poder tener derecho al silencio de los chips, es decir, a poder interrumpir en cualquier momento sus conexiones con el entorno de la red.
Pues bien, en todo este tinglado, que se prevé potente, conflictivo y con un enorme potencial de negocio, los chinos quieren ser los reyes. La movilización empezó cuando el primer ministro Wen Jiabao enunció en uno de sus discursos la siguiente ecuación: internet + internet de los objetos = conocimiento de la Tierra. Hay que reconocerle al tipo talento y morro a partes iguales. Para un gobierno como el chino, tan poco sensible con los derechos individuales, un ejército de billones de objetos cotidianos con sensores que pueden leen y transmitir información se presenta como un verdadero paraíso del control político.
Mañana comienza la XII Bienal de Arquitectura de Venecia, dirigida por la arquitecta japonesa Kazuyo Sejima, bajo el lema People meet in architecture. Sejima sabe perfectamente que el mundo de hoy está basado en las conexiones múltiples y que la arquitectura tiene inevitablemente que responder a ello. En consecuencia, ha realizado una selección basada en la capacidad de los participantes para proponer nuevas formas de relación y comunicación a través de lo arquitectónico. La edición se presenta, pues, enormemente interesante. Seguiremos comentándola.