(Nochebosque, Casa de Cartón, Madrid, 2011. Novela de Juan Carlos Chirinos leída y guardada en la Biblioteca de la Tabaquería).
Juan Carlos Chirinos es parte de esa generación de escritores de América que han venido a vivir a España para enriquecernos con su tradición y su propia obra. Se trata de un narrador con un mundo muy personal, como ya demostró en Homero haciendo zapping (Caracas, 2003), un conjunto de relatos sobre un mundo mítico y clásico que brillaba por ser rotundamente nuevo, y que le valió un premio en cuyo jurado estaban Cesar Aira, Rodrigo Rey Rosa y Ednodio Quintero. En este libro encontramos ya una característica que recorre su obra narrativa hasta el presente: la atención desprejuiciada e inmediata a todo lo contemporáneo, incorporándolo a los temas y estructuras narrativas con el conocimiento y la facilidad de quien conoce la tradición (y que podemos comprobar en el volumen reunido bajo el nombre de Los sordos trilingües, Musa a las 9, Madrid, 2011).
Su primera novela, El niño malo cuenta hasta cien y se retira, con dos versiones, una en Caracas y otra publicada en Madrid, centrada en un perturbador lugar del presente, destacó por la originalidad de la historia contada, la singularidad de sus protagonistas y la potencia de un lenguaje poético y transparente. En ella se homenajeaba a dos poetas venezolanos, Cadenas y Montejo. Es desde este último de quien parte el título de la novela más reciente de Juan Carlos Chirinos, Nochebosque (Casa de Cartón, Madrid, 2011), que renueva y supera las características mencionadas en la anterior.
Después de leer Noquebosque, queda dentro un mundo jugoso y perverso -con esa parte divertida que tiene el juego de la perversidad-, donde los personajes se mueven en un mundo construido con una imaginación luminosa, que viene tanto de tradiciones que se pierden en la memoria del tiempo (los cuentos populares o los mitos), como se alimenta de las viñetas del cómic o de las películas manga. En las bambalinas de esta ficción, hay otras narraciones que sondean el otro lado de los impulsos más oscuros y el fantasma de la saciedad, Drácula, por supuesto, o ese otro lado del otro lado del otro lado, en temas y estructuras, que propone la narrativa de Cortázar.
Después de leer esta novela, queda la sensación de haber viajado por los secretos más cotidianos y, por eso, mejor escondidos del ser humano: los sueños que nos informan de preocupantes pulsiones, la omnipresencia del deseo que nos mueve hacia acciones aparentemente insignificantes pero llenas de peligro: el ansia de poseer, de saborear, de acariciar, que puede convertirse en dominar, masticar, desgarrar, mediante ese paso adelante que dan los seres que consideramos monstruosos.
En Nochebosque habitan monstruos que se parecen a nosotros como gotas de agua, solo que en esas gotas hay también un líquido distinto, una tintura de más, que los hace definitivamente terribles, aunque igual de desesperados. Hay aquí una aguda observación del ser humano que permite a Juan Carlos Chirinos ir narrando la historia y describiendo a sus personajes en un dificilísimo filo donde sus comportamientos resultan normales y, al mismo tiempo, inquietantes, mostrando a la vez al Jeckyll y al Hyde que Stevenson dividió inolvidablemente. En esta novela, como en esas imágenes espejeantes que se desdoblan dependiendo desde el lugar en que se miran, percibimos nuestra parte salvaje y nuestra parte civilizada.
Ambas conviven en el límite. Las cosas habituales son turbadoras: hay una receta de cabeza de cerdo asada, con sus c
correspondientes instrucciones para trinchar, que perturba tanto como estimula las papilas narrativas. Los sueños nos informan de un mundo que nos está esperando al otro lado de la pared de nuestro dormitorio, un bosque ajeno lleno de extrañas realidades que se va convirtiendo en un bosque interno, noche tras día. Pero el miedo acaba surgiendo en esta turbia combinación que nos acompaña.
Así sucede con los dos protagonistas de esta novela, Osip, un niño caprichoso, necesitado, y poderosísimo en el fondo, como aquel Son Goku de Dragon Ball, y su cuidadora Paula Sorsky, una sensual veinteañera, descendiente contemporánea de la institutriz que, en la Otra vuelta de tuerca de Henry James, intenta cuidar a dos niños que saben más que ella y dominan elementos que a ella le amenazan. El inocente es el adulto, también en Nochebosque.
Juan Carlos Chirinos actualiza con ingenio todos esos elementos heredados, y los convierte con perfecta naturalidad y buen humor en objetos de nuestro tiempo, como ese bote de cosméticos con el que la Paula Sorsky se unta los ojos para poder ver y caminar por el otro lado del mundo, y que hace la función de los objetos mágicos presentes en los cuentos maravillosos.
En esta novela hay además talentosas estructuras que la hacen especialmente disfrutable: los cuadernos que escriben sus protagonistas, los jeroglíficos de Osip, y algunos cuentos que entreveran la narración (como en los buenos jamones, aquí la comparación no es un tópico, como podrá ver el lector de esta novela):
«El coyote emplumado», una versión del Génesis a través de famosos personajes de dibujos animados; «Despedida», donde Phileas Phog inicia su vuelta al mundo despegando de un globo que resulta ser el pecho Paula Sorsky, y «El papá de los panecillos», algo que nunca he leído, la fusión del mundo mítico, del cómic, de la invención y del cuento popular, en una sola historia que esencia algunas claves de esta excelente novela, que recomiendo a quien quiera divertirse e inquietarse al mismo tiempo con una literatura originalísima y llena de calidad.