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Mientras tantoEl invierno

El invierno


 

En Lima no conocemos el invierno. Nos hablan de la nieve y es como hablarnos en mandarín. Qué irreal que resulta la nieve artificial de los centros comerciales en la Navidad limeña, con los compradores buscando sandalias y artículos de playa. Cierto, hay limeños que se quejan del friecito limeño, pero ahí los ves con ropa elegante pero demasiado delgada, tomándose un helado en el Laritza o en el 4D.

 

El petróleo es caro y los dueños no aceptan que sus inquilinos merecen un poco más de aire caliente. Una vez en Brooklyn, a menos de cero grados entre las frazadas, mi compañera de cuarto y yo amenazamos al dueño. Éste apareció pasada la medianoche, en el fragor de una nevada, renegando en spanglish por la falta de respeto de sus inquilinos. Pero tuvimos calefacción el resto del invierno.

 

El New York Times informa acerca de una pareja del Village que desapareció en1997, después de quejarse porque el dueño de su edificio, un tal Ramírez, se negaba a darles calefacción. Gracias a una ordenanza municipal, ellos pagaban una renta fija de $300 al mes (una bicoca). Una tarde de invierno, los dos salieron a dar una vuelta y nunca volvieron a ser vistos. Ramírez fue interrogado varias veces, pero los cuerpos jamás aparecieron.

 

Una de aquellas noches de invierno, la pasé en la calle. Tenía las llaves de mi carro, pero a éste no le funcionaba la calefacción. Caminé hasta la casa de un amigo y me metí por una ventana a dormir en el sofá. Siempre creí que de no haber estado completamente ebrio (sólo así se entiende la barbaridad de meterme por una ventana) aquella noche me hubiera muerto de frío. El 2010, un albanés se encerró a calentarse en su BMW. Como el tubo de escape estaba bloqueado por la nieve, murió respirando el monóxido. Sólo lo encontraron la mañana en que se derritió la nieve.

 

En Lima, gracias a mi destreza para quedarme dormido después de unas cuantas cervezas, he pasado la noche en las calles unas cuantas veces; solo y con amigos, en verano y en invierno. La estación no parece importarnos a los limeños.

 

Lo único diferente del invierno es el fuerte viento de agosto y la oportunidad –fomentada por nuestros profesores de manualidades– de crear y volar nuestras propias cometas. Cometas limeñas, aventura invernal: buen título para un libro de memorias.

 

Acá en Newyópolis, en el invierno, los troncos desnudos nos saludan todas las mañanas. Pronto, la primavera. Pronto, el verano.  No hay invierno en que no recoja las hojas arrancadas por el viento y mire hacia mi espalda recordando los sinsabores, las ideas frescas arrancadas a la noche.

 

Si pudiera escogerte otro nombre, pesadilla de tiempo, no sería invierno.

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