No deja de resultar curioso que un género teatral considerado menor, tibio, infantil y aparentemente inofensivo como el teatro de títeres, pueda provocar tanto impacto mediático; mientras su hermano mayor, el teatro, pasa de puntillas por periódicos y telediarios, y casi nadie se entera de que una nueva obra teatral se ha estrenado. Que una representación de títeres ocupe portadas de diarios nacionales, dé tema a las tertulias de radio, y asetee las redes sociales con tuits de ida y vuelta, sólo sirve para poner en evidencia el inmenso poder que alberga el teatro de muñecos. Y lo más inquietante es que éstos existen y dan representaciones desde antes de que los humanos se hicieran actores.
Los primeros títeres nacieron para asistir en las ceremonias funerarias. El tótem es el primer muñeco de la Historia, se le construía para que representase a los miembros de la tribu, a la hora de dirigir sus plegarias a los dioses, ya que temían ofenderlos si los miraban de frente, y ser destruidos por la aniquiladora fuerza divina. El tótem –al no estar vivo- quedaba fuera de peligro durante la celestial entrevista. Posteriormente los títeres se hicieron completamente humanos, y fueron secularizándose, y ayudando con sus bromas impías y sus estacazos a inundar de risas las plazas de los pueblos. El títere laico nació satírico e irreverente. La violencia y la obscenidad han ido unidas a sus peripecias desde el origen; para cultivar carcajadas parece ser que lo más efectivo siempre ha sido darle golpes al malo. Puede trazarse una línea satírico-agresiva que va desde la porra de Hércules a la estaca de Arlequín y el bastón de Charlot.
Si la tragedia griega -interpretada por humanos- respetaba el decoro como una de las cualidades esenciales del género, el teatro de títeres siempre se conservó grotesco, farsesco, carnavalero, obsceno, maleducado, escatológico, pornográfico… en sus retablillos todos los pecados sociales podían representarse. Estas compañías de mimos, bailarines y titiriteros eran contratadas en la antigua Grecia -mayoritariamente- para animar los festejos nupciales. Si el público habría de estar compuesto por los comensales borrachos de un banquete de bodas, no podían hilar muy fino aquellos cómicos. Su objetivo era hacer reír al respetable, y si para lograrlo era necesario desenfrenarse y arremeter contra todo “bicho viviente” (por muy poderoso que éste fuese), nadie iba a detenerlos. Tal vez por eso fueran prohibidos y perseguidos los títeres y los mimos tantas veces a lo largo de la Historia. San Agustín llegó a llamar a este tipo de representaciones “El altar del diablo”.
Las obras de títeres, en la mayoría de las ocasiones, se improvisaban a partir de argumentos base. De esta manera los títeres escapaban a la censura previa, lo que los hacía más libres y peligrosos. La agudeza de sus dardos y la franca campechanía de sus chanzas (nunca del todo exentas de razón) les hacía calar muy hondo en el favor del público. Los títeres superan en fuerza al símbolo, porque éste es estático y abstracto, en su materialización de un ideal; mientras que estos inquietos muñequillos nos representan con todos nuestros defectos y escasas virtudes. Las posibilidades de identificación del público con un muñeco humano son mucho mayores que ante un jeroglífico heráldico. También por esto, los títeres han sido usados por el Poder como una eficaz herramienta de propaganda, especialmente entre los nacionalismos y otras causas en decadencia.
En la Alemania nazi hubo un ventrílocuo que creó un muñeco –Fritz- vestido con elegante traje negro, que se convirtió con sus ironías y sus diatribas contra el partido de Hitler en una china en el interior de la gran bota nazi. Cuando las S.S. fueron a detener al lenguaraz ventrílocuo, este se dio a la fuga tan rápidamente que no pudo llevarse consigo a su muñeco. En su lugar fue detenido Fritz, que fue juzgado y condenado a ser quemado en público. ¿Qué nivel de superchería y temor alberga el alma humana frente a estas irrefrenables criaturas de cartón, tela o madera?
El titiritero estadounidense Jeff Dunham con su
muñeco «Achmed, el terrorista muerto».
Entre el mundo de los títeres actuales, destaca un prestigioso titiritero de Estados Unidos que triunfa en la TV nacional, Jeff Dunham, quien no ha dudado en crear un personaje tan siniestro y, a la par, satírico como “Achmed, el terrorista muerto”. El muñeco representa el esqueleto de un terrorista suicida árabe, fallecido antes de tiempo, sin haber logrado su objetivo, por no saber manejar los explosivos. «El muñeco Achmed es utilizado por Dunham para realizar comedia basada en la cuestión del terrorismo contemporáneo. Es conocido por gritar, «¡Silencio! ¡Te mato!» («Silence, I’ll kill you»). Hizo una aparición en el especial de Navidad, cantando un villancico navideño llamado «Jingle Bombs.»«[1].
Aunque sea cierto que detrás de un muñeco siempre hay un ser humano que le da voz y movimiento, tiene el títere o la marioneta un poder misterioso, sobrenatural, imprevisto e inimaginable. Hay que tener cuidado con estas criaturas aparentemente inofensivas, porque encierran en sí mismos una fuerza que hace temblar a los hombres. Que nadie dude del insospechado poder de los muñecos, porque cuando la humanidad se haya extinguido por causa de algún gas o radiación letal, por algún virus apocalíptico, o debido a alguna pandemia final imprevista, los muñecos seguirán sonriendo sobre nuestras tumbas.
Imagen de Jeff Dunham, procedente de:
https://es.wikipedia.org/wiki/Jeff_Dunham#/media/File:Jeff_Dunham_and_Achmed.JPG
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Jeff_Dunham#/media/File:Jeff_Dunham_and_Achmed.JPG