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El libro que me gustaría leer

 

No encuentro por ninguna estantería el libro que me gustaría leer y que con el batir de cada página alejara ese tufo a obligada felicidad, a falso sentido que pende sobre todo. En estos días en los que he tenido mucho tiempo para leer y observar, asisto perpleja a ese fatuo espectáculo de los devotos del sentido de la vida, ya que no en el otro mundo, al menos en este. Un mundo a nuestra medida, en el que todo puede justificarse, en el que todo encaja, en el que estamos hermanados amorosamente con el universo y los otros seres humanos. Una especie de orgía donde los excrementos del otro son recibidos con los brazos abiertos.

 

Quiero un libro que me diga todo lo que me dicen mis nervios y es que la mayoría de personas que he conocido eran respetables seres mediocres, sin ningún tipo de inquietud, insectos camuflándose en el entorno para sobrevivir. La mayoría de gente con la que me he cruzado solo aspiraba a que pasara el día, sin grandes sobresaltos, para volver a su ratonera con los suyos, asquerosos ratoncitos. La mayoría de personas que aún voy a conocer serán así. Gente que se diluirá como un terrón de azúcar, sin más, personas que no me enseñarán nada, como yo tampoco se lo enseñaré a ellas. 

En mi vida han predominado más que otra cosa el aburrimiento y el tedio, la duda estéril, el miedo paralizante de quien no sabía hacia dónde ir. Soy consciente de los miles de momentos que he desperdiciado, y de todos los que todavía voy a desperdiciar. Ha habido personas en las que quería creer pero que no tenían nada que darme. Ha habido miles de conversaciones vacías, cuando yo me quitaba la careta eran ellos quienes no se daban cuenta de que la llevaban puesta. Han sido necesarios años para comenzar a aceptar mis límites y defectos, para admitir que el verdadero enemigo no estaba ahí fuera, para renunciar a ese catalejo oxidado con el que contemplaba el mundo. Demasiadas búsquedas infructuosas. Para que mi cabeza empezase a atar cabos he tenido que perder energía e ilusión, envejecer. Por cada momento álgido, cien mil pasos descendían en picado hacia la oscuridad.

 

Así que no, no me creo a todos esos predicadores felices que creen ver flores donde solo asoman las malas hierbas, a toda esa recua de subnormales vendiendo constantemente lo interesante que puede ser todo, lo interesantes, ingeniosos y siempre divertidos que pueden ser ellos, farsantes de mierda. El error forma parte de la vida; ese error arbitrario, despiadado e inmisericorde que, asestando un golpe mortal, de nada puede servirle a un ser humano. Nuestra estupidez, nuestra inmensa ceguera, nuestra enfermedad forman parte de la vida y nosotros no somos tan grandes como para hacer que cada segundo de nuestras vidas esté preñado de sentido…no lo somos.

 

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