I
“En el principio era el logos. Sí, pero el logos se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y verdad”, escribió la filósofa María Zambrano, y decimos nosotras a propósito del libro Madrid, el tercer poemario de la poeta melillense Nieves Muriel.
Antes de empezar les haré algunas advertencias: todo lo que les voy a decir sobre la poesía de Nieves Muriel lo he aprendido de Nieves Muriel. He leído Madrid con la compañía de quienes ella, estudiosa y especialista en poesía escrita por mujeres y feminismo, me ha enseñado. Voy a seguir el hilo que me mostró. Conmigo están ahora Hélène Cixous, María Zambrano, Luisa Muraro, Simone Weil, Clara Janés, Ana Mañeru Méndez, entre otras.
La poesía de Nieves Muriel merece que les diga la verdad, que les cuente lo que he sentido, lo que he escuchado, sobre todo lo que he escuchado. Pero, qué es la verdad. Para María Zambrano, y también para Muriel, “La verdad, desgarrando sus velos le devuelve a la unidad su origen, lo reintegra. El poeta ama la verdad, mas no la verdad excluyente, no la verdad imperativa, electora, seleccionadora de aquello que va a erigirse en dueño de todo lo demás, de todo. La poesía nació para ser la sal de la tierra, y grandes regiones de la tierra no la reciben todavía. La verdad quieta, hermética, todavía no la reciben”.
Dicho esto, comienzo lanzando tres preguntas que, sin embargo, no creo que pueda responder: ¿Por qué una poeta del sur canta a Madrid? ¿Quién es esa poeta, de qué tribu, ancestras, origen, viene su canto? Y, en la estela de cierta “posmodernidad”, ¿cómo se puede aunar la música de nuestras tatarabuelas, el hashtag (#)huelga feminista y el amor?
II
A Nieves Muriel se le ve el plumero: María Zambrano descansa en estas páginas llenas de secretos que no se dicen, porque “la verdad de las vidas no se puede decir, se tiene que escribir”, nos dice la maestra; secretos que escribe y que canta, sobre todo que canta. “Afilada la lengua, con la sangre caliente”, dice, “he llegado hasta aquí, pero sola”. La poeta Muriel nunca canta sola, esa es su Gracia y así nos bendice, porque nos trae en su lengua, en su canto, la genealogía que nos precede: las Madres y su cordón umbilical; las Madres y su hilo de poesía. Nieves Muriel nos traduce, y nos lleva hasta una verdad donde radica el origen, la Madre con una mayúscula definitiva y cabal. “Que tu olor dé a mi lengua PIEDAD”, dice. Que tu lengua nos enseñe a albergar esa PIEDAD, le pedimos.
Estamos en Madrid y en un primer plano vemos a “una mujer sentada en una silla”, en una silla de anea, como las de pueblo, en este Madrid de tantas almas, en este Madrid “isla seca”, donde se intuye el mar, su mar, que viene a bañar con una luz que trae consigo y todas las que le encarnan, con una luz sabia y “doscientas gorrionas que levantan el vuelo”, y nos amanece la otra ciudad, la dulce, la ciudad encarnada, en su carne.
“A veces el mar está encerrado y es sólo intuición”, escribe Muriel, apelando a la historia de Madrid, y no nos puede la risa, ni el espliego, ni la luz. “Es el Hambre y el Miedo”, dice, con esa mayúscula que nos cose los ojos de quienes también sentimos el dolor de un Madrid que nos llena la boca del agua de esta isla. Porque pasear por sus calles no es inofensivo, y Muriel lo sabe, y la poeta escucha a la ciudad como quien busca con su vara de zahorí el flujo oculto, para hacerlo visible, para hacerlo real.
“Madrid es el dolor”, canta, pero hoy no queremos escribir del dolor, y pasamos ese poema de puntillas, por el miedo y el hambre con mayúsculas que también aquí se sienten, seco y hueco. Y no diremos más.
También están aquí las mujeres persas, esa genealogía que trae de Oriente, y las mujeres del norte de África, donde la poeta nació, del desierto, con esa distancia que les trae el Amor. “20.000 parasangas”, nada menos. Y al final se sacude un vestido lleno de espliego y lavanda, que trajo de un sur de historia verdadera donde los príncipes y los jardines, donde los halcones transitan un tiempo que se refleja en sus ojos, hermosos y granados, “tus ojos donde se quiebra la luz”, dice. Un tiempo antes de que llegara el patriarcado, un tiempo sagrado. El tiempo de la cierva, como el símbolo antiguo de la Diosa Madre.
“A veces estás ciega”, escribe. También estamos ciegos, de una luz que nos ciega y nos hace errar, cuando Madrid arde, y ardemos. Pero llega la tarde y la ciudad es silencio, y entonces la mirada se aclara para ver la agonía, a las otras, los otros, con “la sed de su salario”, canta. Personajes de una calle que muestra sus heridas, sus costuras: la transexual, la prostituta, la solitaria, la digna… Y el poema se expande por los márgenes y anega la plaza de las Comendadoras, Callao y todas las calles de esta ciudad donde la poeta Muriel, la sacerdotisa, escucha y canta.
“Un yo relacional que escucha con los ojos y mira con las manos, que se expande y acoge todo, que nos coloca en un lugar de escucha desde donde reconciliarnos con lo que hacemos y sufrimos, volviéndonos vulnerables”. Esto lo afirma Nieves Muriel a propósito del libro El grito inútil, de la poeta Ángela Figuera Aymerich. Y en su obra encontramos ese “yo” fundido en la totalidad del mundo que la poeta integra en su canto. Lo personal es político. El dolor y la alegría, el desasosiego y el placentero viaje por las calles de una ciudad marcada, es un viaje personal, sí, pero también es político, o sobre todo es político.
“Nada de esto ocurrió”, leemos, y sin embargo, las palabras son sólidas, tienen la consistencia de haber atrapado el eco de lo real clavado en las pupilas: aquí están los pájaros y sus plumas que se pegan al abrigo, y su arder en el cielo, y su plaza vacía. “Nada de esto ocurrió”, porque estar aquí es estar en otro lado, y atarse el delantal, y recoger el espliego, y cantar con las mujeres que te traen en volandas.
Nieves Muriel ha aprendido a habitar la ciudad de otra forma, a recorrer Madrid como lo recorre una poeta. A ser una canasta que otra sabia lleva, una canasta que, colgada del brazo, las mujeres trajeron, y así discurre por este mar soñado, con el tiempo en su estirpe, sólo el tiempo, lo que importa, el tiempo, y la palabra que inmortalice ese tiempo. Esa palabra que está en el Origen, como lo está la Madre, y que es un don. “El reconocimiento materno es un don en estado puro, nace de la gratificación de ella reflejándose en la criatura a la que ha dado vida. No se trata solo de la madre, porque en toda situación de intercambio entre seres humanos, si una mujer está presente, revive algo de esa antigua relación y el bien sin nombre se reproduce”. La filósofa Luisa Muraro, nos ilumina.
También están las hermanas, esa parte de poemas perfectos (a la manera en que Nieves Muriel dice que Simone Weil afirma) como, ‘La dulce letanía’, en el que despliega el amor y el cuidado, el estar sosteniendo la vida de las otras a la vez que las otras sostienen la tuya. Reconocerse mujer y el don de la vida en una sororidad verdadera. La nueva anunciación en tiempos del final del patriarcado:
Si esa nube que pasa
me escogiese entre todas
y colmada de gracia
sin hombres y sin padre
escogida yo fuera
* * *
Atar a las palabras los cuerpos y el sentido
* * *
No dejar de lado la cuestión política, esa parte del libro que se puede leer de forma independiente, señala la poeta, y que hace referencia a una realidad que se clava como astilla, y que la voz enfrenta con esa Gracia, con la libertad femenina de no sentirse atada a modas ni a grupos. Las respuestas a preguntas demasiado oportunistas. Aquella huelga del ocho de marzo, el paro. “Aquí no paramos”, nos dice la poeta. “Nosotras ya muy quietas y muy juntas no vamos a pararnos”.
* * *
Escucha amor mío esta vieja canción.
El deseo que brota del deseo
Radiantes– Luminosas– en la Pérdida.
* * *
Y la balada de la Justicia. La baviolada de la Justicia. De tan cruda duele al decirla, y sangra al cantarla. De la que difícilmente se puede hablar.
III
Madrid es un canto a un arraigo distinto, alejarse de lo topográfico para ser la sirena que Muriel ya fuera, en su segundo poemario. Para ser ahora mujer que averigua su nombre, porque “nombrarse es ser”, y crece y se acompaña de las otras, sola y en dualidad. Una mujer libre de una genealogía de poetas tan rica, y reconocidas, con esa manera de citar que tiene Muriel, y que supone una parte nada anecdótica en este libro. Léanla con atención.
Madrid es un libro audaz, un ir y venir de lo incierto a la certidumbre, de la duda a la respuesta. Un libro con poemas poliédricos que muestran en cada una de sus caras, la música y la siembra, la historia y el ritmo, la paradoja de quien está no siendo, pero ese “no querer ser definitivo” también es una forma de estar, y quizás más verdadera.
Madrid es un libro de una escritura limpísima. Poemas diáfanos en los que cada palabra es exacta. Poemas perfectos que se sostienen por esa evocación, por lo refractario, porque habla de una y de tantas, de los muros y del mar, de la que vino navegando y juega con el orden topográfico de una ciudad fantasma que se reconstruye a su paso.
Nieves Muriel hace con este libro como la naturaleza hace un árbol. Crea un mapa nuevo de un Madrid que no conocíamos, un Madrid donde estamos todas las que llegamos y encontramos aquí también la guarida de la cierva. Todas las que hallamos aquí a nuestras abuelas, y fuimos también esa canasta de mano en mano.
Madrid son 36 poemas, tres partes: ‘El origen’, ‘Las hermanas’ y, la última, ‘La política’, como una separata, o quizás como la parte combativa de la que va en volandas y mira a las otras, y responde a preguntas con la verdad por delante, cantando. El feminismo no es una teoría, es una forma de estar y ser, y pensar la vida, el día a día, cada una de nuestras acciones, sin miedo al conflicto, sin miedo a las confrontaciones si son verdad y nacen de la libertad femenina, y son generosas, con esa generosidad de quien acoge y transmuta en oro el oro sagrado del hilo materno, la madre natura, la madre que da el don, la madre que da la palabra. La lengua materna, y la poesía.
Madrid es un crisol, es una mixtura, es un texto plagado de textos, con una factura métrica impecable, en ese diálogo continuo, sereno y rico, con las escrituras de allá y de acá, las antiguas y las más vanguardistas. En Madrid está la Biblia, está el desierto y sus cantos, está la poesía popular, y está Clara Janés con su Kampa, ese poema polifónico, cantado, hermoso. Ese poema con el que quizás Nieves Muriel soñara una noche, la noche de la poseída entre lilas, esa noche en la que la visitaron las hermanas poetas y le hicieron escribir sus secretos. Esa noche en la que lo sagrado respira y nos acoge, y nos sana.
Madrid. Nieves Muriel. Editorial Sabina. 2018