Japón es un lugar de contrastes. De la misma tierra que pisan en Taiji, lugar donde, en una cala, se mueren todos los dioses de la naturaleza, surgen artistas de creatividad extremadamente sensible, como Hayao Miyazaki, el director que popularizó el anime más elaborado en el pálido y congelado mundo del capitalismo occidental. Muchos escuchamos con tristeza y un poco de escepticismo el eco de su retirada del mundo del séptimo arte. Pero lo que para muchos solo es un trabajo para Miyazaki es una forma de existencia. El cine es un medio para un fin, un buen medio, pero un medio. La vida de Hayao ha estado siempre rodeada de acción ecologista y de amor por la naturaleza. Esta vez, sin película de por medio, Miyazaki creará una reserva natural que se convertirá en un parque en el que los niños puedan siempre entrar y desarrollar un vínculo con la naturaleza “con los cinco sentidos”…
“El bosque donde vuelve el viento”, será próximamente un santuario de la naturaleza de 10.000 metros cuadrados en la isla de Kume, en Okinawa. Un lugar de juegos interactivos en el que no habrá construcciones mecánicas ni atracciones. La construcción humana se limitará a un edificio con una librería y 30 dormitorios para que los niños puedan pasar allí la noche. Miyazaki pondrá unos 2 millones y medio de euros de su bolsillo para la construcción del parque. Dicha construcción, junto a su conservación, quedará en manos de los habitantes de Kume. Toda la materia prima y los trabajadores implicados en el proyecto serán locales.
Una vez construido, el parque será una donación de Miyazaki a una sociedad sin ánimo de lucro que utilizará los beneficios para mantener el parque y para ayudar a un programa local que se encarga de acoger a los niños y las familias desplazadas por el terremoto de Fukushima en 2011. Miyazaki ya había trabajado previamente en ese programa ayudando a construir las instalaciones que necesitaban.
La imaginación de este director se engarza con la realidad de forma que convierte sus criaturas en un espejismo que se asoma tímidamente al espectro de lo posible. La princesa Mononoke y los kodamas nacieron de esa imaginación y del bosque la isla de Yakushima, un lugar donde el ciervo sica habita y vive en paz, caminando lentamente. Yakusima es un lugar que mantiene una conexión fuerte con el entorno. La fuente principal de energía de la isla es la hidroeléctrica. Las administraciones locales toman medidas para eliminar las emisiones de carbono como el desarrollo de coches con hidrógeno para circular por la isla.
Satsuki y Mei pudieron tener un vecino llamado Totoro gracias a “Fuchi no mori”, el bosque por el que Miyazaki luchó hasta que consiguió que la ciudad Higashimurayama lo comprara, lo convirtiera en espacio público y lo declarara zona protegida. Su tiempo y dinero también estuvo dedicado a la limpieza de los ríos cercanos a ese bosque y residencias locales. Samaya, una zona forestal que también le inspiró para dibujar a Totoro, fue defendida por artistas de Pixar que, gracias a Miyazaki, hicieron una campaña en el 2008 para su conservación.
Una vez, cuando Hayao estaba paseando en 1991, después de trabajar en unas oficinas del barrio, se encontró con una casa de estilo antiguo. La casa junto con el olor de una encina cercana, le trasladaron a una época pasada en la que esas construcciones con vidrieras en las ventanas dejaban ver las plantas y los animales en el exterior conviviendo con las personas en una simbiosis ya perdida. Tras dibujar aquella casa, la incluyó en su cuaderno y, posteriormente en el libro titulado “Las casas en las que vive Totoro”.
El 14 de febrero del 2009 la anciana dueña de esa casa, la señora Kondo, vio como bajo la luz de la noche, se quemaba aquel lugar gracias a un incendio provocado. La familia Kondo había construido esa casa en 1930, rodeada de un jardín con olivos, rosas y más de 50 tipos de plantas. Miyazaki restauró la casa y en ese lugar abrió un parque, El Hogar de Totoro, donde más de un centenar de variedades de plantas protegen un hogar simbólico, un sueño que aparece en ese parque como una realización concreta de una vida que puede hacer frente a un mundo en el que el metal parece alimentar el odio, o la indiferencia, de las personas y olvidarse de la belleza de sus orígenes naturales.