Sophia Chizuco es una artista de origen japonés que vive en Nueva York desde el año 2000. Chizuco se formó en Japón, donde se licenció en arte y magisterio y también estudió por su cuenta con un pintor. Además, estudió en la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York, cuyo título recibió en 2004, y donde coincidió con el destacado pintor Larry Poons. A lo largo de los veinte años que lleva viviendo y trabajando en Nueva York Chizuco ha construido, de forma lenta pero segura, dos fuertes estilos: trabaja sobre todo la abstracción, pero también se sitúa nítidamente dentro de la tradición del paisaje, por muy esquemáticas y abstractas que estas pinturas puedan parecer a primera vista. La comunidad artística japonesa de Nueva York es pequeña y dispersa, pero los artistas que abandonaron Asia Oriental por la emoción –y la adversidad– sin límites de la mayor ciudad cultural de Occidente muestran un considerable nivel de talento, imaginación y agallas. Y especialmente ahora, puesto que viven en un lugar donde se ha vuelto muy difícil sobrevivir como artista por los altos precios, en especial de los alquileres y espacios de trabajo. Chizuco pertenece a este grupo, y se gana la vida a duras penas trabajando a tiempo parcial en un museo, dando clases a niños y, de vez en cuando, vendiendo alguno de sus inspirados lienzos.
Las dificultades a las que se enfrentan todos los artistas superan hoy cualquier interpretación romántica del pasado. La gentrificación se ha apoderado de la vida en Nueva York, hasta el punto de que ningún nuevo barrio permite establecerse en él, salvo, quizá, el sur del Bronx (y me han dicho que allí la situación también está cambiando). Chizuco muestra un considerable coraje al permanecer en un entorno que se ha vuelto hostil para los artistas. Sin embargo, ha perseverado y, tras pasar muchos años en los márgenes, está empezando a ser reconocida. Su exposición, en un pequeño espacio de Long Island, ha sacado a la luz sus recientes obras, cuadros grandes y pequeños (la mayoría). Su estilo característico de abstracción abarca íntegramente el lienzo, que llena con círculos parecidos a botones que se empujan unos a otros, como si abarrotaran el limitado espacio de la composición. Se puede –y se debe– preguntar si este tipo de estilo abstracto sigue teniendo su lugar en un tiempo tan alejado del culmen de la pintura no objetiva lírica en Estados Unidos, aproximadamente, mediados del siglo XX. Pero en el caso de Chizuco, esta cuestión tiene una importancia relativamente pequeña, en el sentido de que las obras están tan bien tratadas, con tanto talento e imaginación, que solo podemos alabar su logro. Además, la abstracción gestual nunca tuvo una importancia significativa en Japón, así que Chizuco tiene un espacio más abierto en el que trabajar, en términos históricos. Pero, al mismo tiempo, al modo de Gerhard Richter, también se dedica a la figuración en forma de paisajes, a menudo llenos de verdes luminosos, generados por los recuerdos de su niñez y sus experiencias en una granja cerca del océano Pacífico.
Este doble enfoque, igualmente importante en ambos casos, indica la constante apertura intelectual de una joven artista que solo está empezando a madurar. Antes se pintaba de una forma o de otra, pero la doble producción de Richter hizo permisible que los artistas trabajaran lo abstracto y lo figurativo al mismo tiempo. En Love (Amor, 2019), vemos una superficie completamente cubierta de pequeñas formas redondas que se amontonan unas contra otras de tal modo que apenas permiten que se vea un fondo. La cantidad de esfuerzo que la artista debió dedicar a la composición solo pudo ser heroico: una abstracción épica, a menudo considerada un campo masculino, ¡llevada a la acción por una mujer que no proviene de la cultura occidental! Su sofisticada e hipnotizadora obra demuestra cuánto se ha abierto la disciplina pictórica: el sexo, la raza, la nacionalidad… nada de esto importa ya, dada la artificialidad de casi cualquier agrupación abstracta a la luz de internet y sus principios de democracia cultural. Stardust (Polvo de estrellas, 2019), compuesta por formas circulares como botones, que imitan mucho a los que vemos en Love, se orienta hacia tres colores: dorado, malva claro y plateado. La regularidad de la imaginería, junto con los colores complementarios que la artista emplea, sirven de campo improvisado, pero eficaz, para la meditación (aunque la artista no es practicante de ninguna religión). Tanto Love como Stardust quizá sugieran una forma de mantener la concentración en una ciudad famosa por sus distracciones, aunque esto es solo una especulación que nos aleja de la obra en sí. A medida que el ojo viaja de un círculo al siguiente uno imagina muchas cosas: una superficie impenetrable, un homenaje a la obra de artistas anteriores que trabajaron en el ámbito de la abstracción pura (recuerdan a las apretadas curvas de Mark Tobey y a la serie Infinity, de Yayoi Kusama) y en un panel decorativo que existe como fin en sí mismo.
Aunque estas pinturas sean muy buenas, que lo son, es posible cuestionarlas a la luz de su participación en lo que se ha convertido en una abstracción genérica. ¿De verdad necesitamos a otro pintor abstracto, aun tan talentoso como esta artista? Chizuco es sumamente original en su lenguaje, pero se puede decir que el propio lenguaje se ha desgastado con el tiempo. En un libro sobre arte contemporáneo el ceramista británico Grayson Perry dijo directamente que ya se ha hecho todo antes. ¿Cómo se puede respirar entre la multitud de los predecesores, cuyas obras inciden en el mismo y pequeño espacio psíquico donde trabaja normalmente un artista contemporáneo? Chizuco se ha tallado claramente su propio espacio, y tiene el mérito de presentar unas pinturas memorables que son abstractas y esquemáticamente figurativas. Pero, aunque le concediéramos la considerable autonomía que consigue en su obra, se puede afirmar que en sus obras flota un aura de duplicación. Esto no es culpa de Chizuco, sino fruto de dos décadas de trabajo en una lengua vernácula que estaba limitada desde el principio; es decir, limitada por el énfasis exclusivo en el lenguaje pictórico, liberado de la carga de la representación. No pretendo insinuar que la obra de la artista se vea mermada por las verdades del pasado, solo que el buen arte de hoy siempre ha llevado adherida una sombra del pasado. Lo mismo ocurre con las demás artes: la poesía y la ficción, la música clásica contemporánea o la danza. Es importante que reconozcamos este inevitable legado, a menudo restrictivo, cuando contemplamos arte nuevo. De todos los estilos, la instalación artística parece el más prometedor ante las nuevas formas de hacer las cosas. La pintura está, literalmente, contra la pared.
La pintora Chizuco también presenta algunas pinturas de paisajes muy bellas, a menudo luminosas por su color verde claro. En Landscape 1112-1 (Paisaje 1112-1, 2012), se basa en los recuerdos de la niñez para crear un extraordinario cuadro, visionario en sus tonalidades. En los dos tercios inferiores del cuadro dominan franjas verdes, la mayoría horizontales; una de ellas, en afilada perspectiva, recorre la parte inferior derecha de la composición. Hay una imagen fantasmal que parece una ciudad –en realidad es un goteo dado la vuelta– y en la parte superior predomina el azul, con una serie de círculos transparentes –burbujas– que se apoderan de la parte superior izquierda. Es difícil imaginar que ese escenario tan bello exista en algún lugar, pero Chizuco dice que proviene, quizá con cierto idealismo, de sus recuerdos. Otro paisaje, titulado Landscape 1112-3 (Paisaje 1112-3, 2012), está construido casi en su totalidad con bandas horizontales que evocan la experiencia de un día frío y con nieve. Por su esquema, compuesto sobre todo con líneas horizontales de color azul oscuro, la afilada diagonal en la derecha y dos franjas de nieve luminosa en la parte superior del cuadro, es fácil imaginarse la escena como un paso elevado moderno, con los campos nevados a lo lejos. La obra también es un logro en su abstracción. A estas alturas, es evidente que la artista maneja con imaginación los problemas del espacio, tanto en sus obras líricas no objetivas como en sus cuadros afilados y esquemáticos de los exteriores. No podemos más que admirar su destreza técnica y su desacomplejada poética.
A la larga, será interesante ver cómo Chizuco desarrolla sus ya sofisticados conceptos del color y la forma y la abstracción y la representación. Aún es joven y parece, por este conjunto de obras, ansiosa por experimentar con nuevas ideas. Esta exposición se caracteriza por una fuerte independencia, donde las maneras de ver, en concreto, los géneros de la presentación estética parecen haber saltado directamente de su cabeza, sin la influencia de otros. Esto, por supuesto, no es cierto, pero incluso la insinuación de una creatividad tan inmediata nos deja un poco sobrecogidos, con ganas de más. El buen arte, como el que se ve en esta exposición, no solo establece una relación con el pasado, también mira a un futuro que no muchos podemos imaginar. Quizá sea un error, en este punto, insistir en la innovación; quizá sea suficiente con hacer un buen trabajo, aunque la deuda con el pasado sea mayor. En el caso de esta pintora, sin embargo, las circunstancias se vuelven más complejas por la destreza y la imaginación de lo que vemos, especialmente en los paisajes, que provienen de recuerdos reales en vez de existir únicamente en la mente. Mi intuición es que las artes plásticas tienden a necesitar una base en la naturaleza, en la realidad visual, sin la cual, las cosas adquieren un carácter vago y recóndito (observemos la abstracción amorfa de buena parte del arte de Kandinsky, superada por su propia retórica no objetiva). Es probable que Chizuco no esté pensando mucho en estos problemas a un nivel consciente, pero sus obras resisten una indagación en profundidad porque son muy buenas y se parecen muy poco al arte de otra gente.
Traducción: Verónica Puertollano
Original text in English