Confieso que fui hasta el final, a la zona pantanosa de los comentarios. Esperaba un campo de batalla lleno de sangre y vísceras, un espacio doloroso pero de debate, una refutación, un aplauso, algunos puntos y aparte. Pero no. Tres días después de que las 57 pautas de conducta machista en la vida cotidiana de Carlos Arroyo estuvieran clavadas en el mural cibernético no había reacción alguna. Por eso me animé a dedicar mi post semanal a tratar un poco el asunto, aunque reconozco que ni me considero experto ni me creo libre de «pecado» como para tirar una piedra contundente a Arroyo. Pero como de polémica está construido nuestro ADN, pues me decido a pisar arenas movedizas a la espera de tomar un día una cerveza con el autor del artículo en mención y solventar esto «como hombres» (nótese el guiño).
Considero que el artículo de Carlos Arroyo es machista… aunque no, no es así. Empiezo de nuevo: creo que el artículo de Carlos Arroyo es un fiel reflejo del sistema social patriarcal en el que nos movemos. Y eso, sí es historia. No desde Atapuerca, pero sí desde hace unos 8.000 años. El patriarcado es la verdadera razón del modo superficial de comportamiento machista y para analizarlo hay que conectarlo de forma directa con las formas del poder y con el sistema económico capitalista.
Hay una forma de comportarse, de escribir, de analizar la realidad que es patriarcal. Y el artículo cae en ello. Primero, desconociendo el poder político y cultural del lenguaje. Cargándose la semiótica de un plumazo y planteando que sólo hay dos opciones: la obsesión duplicadora o el atrincheramiento idiomático. Seguro que hay un arco de posibilidades intermedias que son incluyentes y que van construyendo nuevos imaginarios y formas de entender la realidad. Liberar al idioma de sus «responsabilidades políticas» es ignorar el sentido profundamente político del lenguaje. Al final, es el patriarcado el que decide qué es importante y qué es secundario. Claramente, con la ayuda de El País, el llamado «lenguaje sensible» no es prioridad y para demostrarlo se cae en la simplificación de las duplicidades en lugar de entrar a las cargas semánticas de fondo que acumula la lengua viva.
Una segunda forma de tratar este tema desde una mirada patriarcal es la de convirtir en anécdota el machismo. El machismo -el patriarcado, en realidad- está en todas las formas sociales porque nuestras sociedades occidentales capitalistas serían imposibles si sus cimientos no estuvieran construidos en la profundidad del patriarcado. La brillante feminista Victoria Sau explica con detalle el momento en que con el mito de Zeus los griegos deciden prescindir de la mujer en su única función exclusiva: la de parir. A partir de ahí «nace» la raza de las mujeres como seres diferenciados y, «en la práctica política, esto significa la exclusión de las mismas de las polis griegas y del derecho de ciudadanía» (El vacío de la maternidad, Victoria Sau). Por eso reducir el catálogo a las manidas anécdotas de los piropos, las mujeres en el deporte, el sexo o la conciliación de la vida laboral con la familiar (porque parece que sólo la mujere tiene familia, por supuesto).
El problema es más profundo y, en eso le doy la razón a Arroyo, su solución no es fácil ni rápida porque es sistémica. Pero… a problemas profundos, debates de la misma profundidad, aunque aburran, aunque a muchas personas (sin duplicidad) les parezca inútil o secundario.
El debate sobre el patriarcado es uno de los aplazamientos más graves de las sociedades occidentales. En otras latitudes ya se está abordando y hay mujeres y hombres que construyen alternativas de masculinidad y femenidad, pero es es un cambio civilizatorio y, por tanto, intuyo que viene en el paquete de modificaciones «cósmicas» (incluido el fin del capitalismo) que debemos afrontar si queremos que esta especie tenga algún futuro.
Sólo son algunas ideas… el día que abramos un debate de verdad… me apunto.