La Conferencia mundial del medio ambiente de Copenhague estaba muerta y resucitó el pasado miércoles. El milagro se produjo cuando el Mesías Obama anunció que acudiría a la misma y que Estados Unidos reduciría en diez años sus emisiones de gas en un 17% en base al nivel alcanzado en el 2005. China no se quedó atrás, al día siguiente prometía que en el mismo plazo acometería una reducción del 40%.
La Conferencia, por la que nadie daba un duro, estaba salvada. De un lado, la mera presencia del superstar Obama en cualquier evento elimina de entrada la devaluación mediática del mismo. La cobertura será mucho mayor. Atrae las cámaras y, sobre todo, a muchos dirigentes mundiales más ansiosos ahora de salir en la foto. Más importante aún, las promesas de recorte en las emisiones de gas proceden de los dos mayores contaminadores mundiales. China ya va en cabeza.
El anuncio, aunque cristalice sólo parcialmente, rompe la dialéctica detrás de la que se atrincheraban los dos gigantes para no apretarse el cinturón medioambiental. Según muchos cálculos, cifras del 2007, China emite 21% mundial del dióxido de carbono que poluciona la atmósfera. Estados Unidos el 20%. A los argumentos de la Administración estadounidense de que no puede pedir a su Congreso que apruebe una ley reductora que tendrá inevitables efectos negativos en la economía con cierre de industrias, paro etc… a no ser que otros grandes contaminadores (China, India etc…) hagan lo propio, China, apoyada por los grandes del tercer mundo, oponía que las grandes naciones industrializadas, que vienen ensuciando la atmósfera desde hace un montón de décadas, tenían una mayor responsabilidad histórica y, en consecuencia, debían asumir mayores recortes.
La contrarréplica yanqui sostenía que si la situación mundial era tan grave poco se iba a solucionar con recortes de Estados Unidos si China y otros, India(5%), Rusia(5%) no disminuían sus emisiones. Paralelamente los países en desarrollo, y en ellos el brasileño Lula es un portavoz sonoro y prestigiado, exigen que los ricos contribuyan económicamente a aliviar los sacrificios que los pobres han de realizar para limpiar el medio ambiente. Parar la galopante deforestación del Amazonas, en lo que el gobierno brasileño no ha sido muy eficaz, sería un ejemplo.
Las promesas chino americanas, India tendrá que dar un paso ahora, son por ahora sólo promesas.(Obama ha dicho incluso que el recorte de su país será 83% en el 2050). La Comunidad internacional, en el marco de la Onu o fuera de él tiene un bochornoso historial de incumplimiento. La Cumbre del Milenio, por ejemplo, prometió reducir la pobreza del mundo en un 50% para el 2015 y los resultados hasta ahora son penosos. El paso dado, con todo, tiene trascendencia. Puede que las cantidades y los plazos se incumplan, seguro que sí, pero se habrá avanzado-Estados Unidos tendrá que aprobar alguna legislación-y otros países difícilmente podrán cruzarse brazos. Sería ingenuo echar las campanas al vuelo, las indemnizaciones pedidas por los países en vías de desarrollo no serán colmadas, dentro de unos años oiremos acertados comentarios de que los resultados son magros en relación a las palmaditas y sonrisas de Copenhague, pero estamos mejor que hace unos días. Claramente mejor.
Aguando un poco el ambiente llega la revelación de un hacker anónimo que da a conocer miles de correos cruzados en internet entre prestigiosos científicos que probarían que los peligros del cambio climático son una farsa. En algunos, los científicos que lo defienden se lamentan de que actualmente «hay poco calentamiento de la atmósfera». En otro el director del CRU británico escribe a un colega que para seguir convenciendo a la gente hay que utilizar una “treta” estadística para «ocultar el declive» de las temperaturas mundiales. En otro, se propone a los colegas boicotear una publicación que no acepta como dogma de fe el calentamiento global.
Los escépticos del deterioro medioambiental han encontrado un filón con la publicación de los correos, sacados del archivo de la Universidad East Anglia de Gran Bretaña. Deducen ya que todo es una conspiración de científicos y políticos estúpidamente obsesionados con el calentamiento. Los «denunciados», que no niegan la autenticidad de los correos, aducen que la palabra «treta» es un término inocuo, no tramposo, que implica poner con habilidad de relieve algún hecho.
En todo caso, el campo de los escépticos tiene ahora más munición. El Wall Street Journal fulmina: «Los defensores del cambio climático tiene una actitud patentemente orwelliana. Si el llamado consenso científico sobre el calentamiento global es tan sólido como se nos dice incesantemente, ¿por qué los científicos tienen necesidad de recurrir a tácticas de intimidación y supresión de cualquiera que quiere disentir?»