Cuando conocí a Vincent Bevins, al poco de llegar a Yakarta en 2017, no hizo falta preguntar si era su primer destino como corresponsal. Su ordenador le esperaba en un sofá del bar mientras el californiano conversaba con otros periodistas. Disperso y apasionado, parecía a gusto entre el bullicio en aquel garito pretencioso pero acogedor donde al caer la noche se reunían a beber y charlar los corresponsales extranjeros. No recuerdo si hablábamos sobre la última crisis política en Indonesia, o quizás si los reporteros veteranos lamentaban que la vida en el país asiático fuese menos auténtica, emocionante y rentable que antes.
Nos presentaron junto a la concurrida barra y al poco rato Bevins se disculpó para regresar al lado de su ordenador. Creo que dijo algo sobre enviar un artículo a su editor en el Washington Post y se esfumó. Ojalá esta entrevista hubiese sido en el bar en el que nos vimos por primera vez en Yakarta, entre las luces tenues y la cuidada decoración javanesa, y no a través de la fría línea telefónica.
En aquel entonces, Bevins escribía para el centenario medio estadounidense después de trabajar seis años en Brasil. Sin embargo, pronto dejaría de lado su labor como corresponsal para centrarse en escribir un libro. Se trataba de un ensayo periodístico sobre el exterminio masivo de comunistas en Indonesia durante la Guerra Fría. Uno de esos brutales episodios del siglo XX que se desconocen fuera de Asia, como dice Bevins, porque los humanos son seres muy simples, que cuanto más lejos están de un lugar y menos se parecen a su gente, más pueden tolerar las atrocidades.
La versión española del libro, El método Yakarta, fue publicada recientemente por la editorial Capitán Swing, pero en 2017 los dos estábamos todavía intentando comprender por qué lo ocurrido hace casi sesenta años seguía siendo tabú en Indonesia.
En el suburbio del sur de California donde creció Bevins, al igual que en la mayoría de las escuelas (en la mayoría de los países) occidentales, poco se sabe sobre el asesinato sistemático de entre medio millón y un millón de personas por su supuesta vinculación con el partido comunista en Indonesia entre 1965 y 1966. Otro millón de personas fue enviado a campos de concentración y los que se libraron de la muerte y la tortura fueron obligados a vivir con el trauma y el estigma el resto de sus vidas. Poco se sabe de que en los años sesenta el Partido Comunista Indonesio era el tercero más grande del mundo, sólo por detrás del de la Unión Soviética y el de China, y por lo tanto la importancia geopolítica para Estados Unidos era mucho mayor.
“La Guerra Fría fue solo colonialismo por otros medios, nosotros (Estado Unidos) teníamos que pretender que nunca podríamos ser un imperio, que no íbamos a hacer nada como lo que requiere el imperialismo”, dice Bevins. “Estados Unidos averiguó cómo hacer lo mismo que había hecho Europa occidental”, añade.
El estadounidense logra hilar con solvencia el análisis histórico, social y económico con la vida de los entrevistados que sufrieron las consecuencias de las victorias estadounidenses contra el comunismo. “Quería que fuese algo que cualquiera puede leer, un adolescente en Sumatra, en Sudáfrica o en Texas”, señala.
El libro sigue un camino opuesto al magistral documental El acto de matar, de Joshua Oppenheimer, que fue candidato al Oscar en 2013 y que se centra en la visión de uno de los verdugos para contar la historia de forma descarnada, pero sin abrir el foco. El método Yakarta argumenta que el caso indonesio, junto al brasileño, fueron clave para el desarrollo de la estrategia estadounidense durante su cruzada anticomunista. El intervencionismo norteamericano apoyó e instigó planes de exterminio en varios países en Latinoamérica y en otros lugares del mundo. Después llegaron operaciones más conocidas, pero no por ello menos infames, como la Operación Cóndor. Una historia que no es nueva, aunque sí lo es la importancia que le da el autor al caso indonesio.
“Brasil en 1964 e Indonesia en 1965. Son dos cosas enormes que ocurren casi al mismo tiempo durante la Guerra Fría y las dos están son incomprendidas y poco valoradas. Quizás podría volver a estos años y mirarlos con una perspectiva global”, cuenta Bivens sobre el momento en el que decidió afrontar la escritura de su ensayo.
El autor realiza decenas de entrevistas, revisa documentos oficiales desclasificados y el consenso de los historiadores para demostrar cómo Estados Unidos empujó a ambos países hacia dictaduras anticomunistas para alejarles del área de influencia soviética. Comienza en los cuarenta con Estados Unidos emergiendo como la potencia del siglo XX junto a la Unión Soviética y narra cómo la neutralidad, soñada por muchos países que se desprendían de las cadenas colonialistas, poco a poco dejó de ser una opción.
La teoría de la modernización, tal y como la interpretaron las administraciones estadounidenses, apostaba por dar poder y adoctrinamiento político a los militares de los países en vías de desarrollo para garantizar la estabilidad lejos de la “amenaza” comunista y garantizar la transición hacia una sociedad moderna. Por poner un ejemplo del libro, Washington consideraba la reforma agraria de los países como algo bueno siempre y cuando no la llevase a cabo la izquierda.
En algunas naciones, como Indonesia o Brasil, la influencia de los militares y la red scare, o miedo institucionalizado a los rojos, todavía sigue vigente, como se aprecia en la victoria electoral de Jair Bolsonaro en Brasil o en las campañas de desprestigio contra el presidente indonesio Joko Widodo. La demonización orquestada por las campañas de desinformación a lo largo del siglo XX, que llegó a asociar el comunismo con rituales satánicos depravados, resuena hasta nuestros días.
“Esto es algo que ves a lo largo y ancho del hemisferio occidental: Chile, Estados Unidos, Argentina. En el siglo veinte existía este discurso que se volvió hegemónico sobre que el comunismo era malo espiritualmente, que era literalmente diabólico. En América del Sur lo superaron, aún está presente y todavía puedes ver a políticos que se benefician de ello, pero ya no es la verdad que todo el mundo debe aceptar”, opina Bevins.
La diferencia con Indonesia, lo que de verdad sorprende al vivir allí y que habla alto y claro de la magnitud de la tragedia que sufrió el país asiático, es que allí el relato del odio y el miedo se convirtió en verdad absoluta, aceptada por la mayoría.
“En cualquier lugar al que mires en Indonesia la historia está oculta bajo la superficie. Esto es lo que me empujó a tratar de entenderla mejor, porque no se ha resuelto en absoluto”, apunta el californiano.
Por poner un ejemplo que Bevins cuenta en su libro. A los pocos meses de conocernos una turba rodeó un edificio donde se celebraba un coloquio sobre los hechos ocurridos en 1965. Los académicos y activistas estaban rodeados por cientos de personas cuando llegué a sacar fotos para cubrir la noticia. Recuerdo que uno de los manifestantes, que portaban palos y banderas, decidió explicar en términos sencillos lo que estaba pasando allí: “Son ateos, son comunistas”, grito mientras señalaba con el dedo hacia el lugar donde estaban atrapados.
Al final solo el gas lacrimógeno y los cañones de agua lograron dispersar a los agitadores. Muchos de los grupos civiles o musulmanes que perpetraron en los sesenta la violencia contra comunistas, simpatizantes o cualquier persona acusada de serlo, todavía existen en estructuras similares, con su parcela de poder y en muchas ocasiones, como instrumentos de la élite empresarial, militar y política.
Los militares que coordinaron e instigaron los asesinatos o sus hijos también siguen en puestos de poder y la población ha crecido con la propaganda anticomunista en las escuelas. Muchos de mis amigos indonesios rara vez tiene la oportunidad de conocer los detalles de lo que ocurrió durante esos años.
Mientras el comunismo se acepta en países como España y es un síntoma de la pluralidad democrática (a pesar de la triste polarización de los últimos años) en Indonesia es ilegal. El símbolo de la hoz y el martillo te puede llevar a la cárcel.
“Lo que explica el uso intencional de los asesinatos masivos por ser acusados de izquierdistas es lo que llamo el método Yakarta. Las otras opciones no funcionaron, los otros intentos de influenciar el resultado, ya fuese presión económica, militar o diplomática se les acabaron. El resultado era considerado de tal importancia que les compensó hacer lo que hicieron”, dice Bevins mientras apura su cerveza y da por finalizada la entrevista.
Cuando terminé la entrevista con Bevins el calor tropical me sacudió con un abrazo asfixiante pero familiar. El bar estaba cerca de la plaza de la Bienvenida, adonde me dirigí para coger un mototaxi. Al ver la estatua que domina la rotonda, una de las múltiples estatuas de inspiración soviética construidas antes de la violencia anticomunista, me acordé del gobernador de Yakarta, Henk Ngantung, que esbozó su diseño.
En su caso, la etiqueta comunista le expulsó de la esfera pública y le condenó a una vida de pobreza. Al menos su estatua cuenta otra verdad, como el libro de Bevins.
Vincent Bevins acaba de publicar, traducido por Enrique Maldonado Roldán, en la editorial Capitán Swing el libro El método Yakarta. La cruzada anticomunista y los asesinatos masivos que moldearon nuestro mundo.