El mirlo canta sus puntadas, consabidas y persistentes.
Las canta encima de hirsutos idiolectos derramados en un híspido bastidor sobre el que el mirlo canta sus puntadas cansinas.
El mirlo calla, en un respetuoso intervalo; y ese parco racimo de orondos menestrales (simples, tersos), penetra en sus viviendas, cabizbajos, como mirlos cariacontecidos.
La noche, dulce y seria, se aclimata.
Los calla a ambos una brisa correctora, a la cual las hojas se rinden, desplomándose, y a la que veneran solapas del carrizo y ladradas cardenchas.