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Frontera DigitalEl misterio Szymborska. La biografía ‘Trastos, recuerdos’: el foco en la obra

El misterio Szymborska. La biografía ‘Trastos, recuerdos’: el foco en la obra

 

Trastos, recuerdos es una biografía poco convencional de una persona extraordinaria: la poeta Wisława Szymborska, premio Nobel de Literatura de 1996. Leyéndola, uno tiene la sensación de que estar conviviendo con la escritora polaca. Ése es el mérito de sus autoras, las reporteras y escritoras Joanna Szczęsna y Anna Bikont, que comenzaron su labor entablando una relación personal con la autora de poemarios como Instante (Igitur, 2002), Dos puntos (Igitur, 2004) o Aquí (Bartleby, 2009). Todo un acontecimiento si tenemos en cuenta el carácter de Szymborska, una gran dama que, durante toda su vida, se negó a vender su intimidad. Experta en aplazar entrevistas con la esperanza de desanimar al periodista de turno, disfrutaba quitándose importancia a sí misma y a su obra. Sin ir más lejos, solía bromear atribuyendo a Anders Bodegård, su traductor al sueco, todo el mérito del Nobel.

 

¿Pero cómo escribir sobre la vida de un gran personaje al que se conoce y se admira? La literatura documental y la biografía son géneros complicados por la mezcla de esferas. En ellos se combina lo público con lo privado, se aborda con rigor y afán de imparcialidad cuestiones íntimas y personales.

 

Además, el caso de Szymborska recuerda al de Ryszard Kapuściński: autores polacos de fama internacional, traducidos a múltiples lenguas y polémicos por sus ideas políticas. Ambos “cruzaron  fronteras”, viajaron física y literariamente, mientras algunos compatriotas les acusan de connivencia con la nomenklatura. Y también ambos se fueron alejando del poder, pero el daño ya estaba hecho: en la cultura polaca, tan proclive al sacrificio y al heroísmo, se paga caro haber cultivado el realismo socialista.

 

Volviendo al dilema de cómo escribir una biografía, Bikont y Szczęśna optan justamente por lo contrario que el reportero Artur Domosławski en Kapuściński Non-Fiction. Es decir, que ellas sitúan el foco en la obra de la autora, no en sus escándalos o en su vida íntima. La protagonista de este libro es aquella niña grande de Kórnik con una facilidad pasmosa para improvisar limericks, y una tremenda afición por el collage y las Lecturas no obligatorias, sobre las que tanto escribió en prensa. Por tanto, sus biógrafas no son más que personajes secundarios: lectoras atentas y entusiastas que, además de haber conversado mucho con ella, nos muestran impresionante acopio de testimonios y material gráfico.

 

En cambio, en el retrato no autorizado de Kapuściński el auténtico protagonista es el biógrafo. Sin duda, estamos ante un caso fascinante: quien fuera el alumno predilecto y sucesor en vida de un autor famoso internacionalmente, a la muerte de éste se erige en su principal crítico. Como un Edipo moderno, Domosławski “desenmascara” a la persona calculadora y huidiza que se escondería tras el carisma y el prestigio del personaje mediático; al periodista humano y cuestionable bajo el disfraz del “maestro de reporteros”. De todas formas, desmitifica con las mejores intenciones: no está en su ánimo acaparar titulares y vender más, sino animar el debate sobre su mentor.

 

No es fácil “bajar del pedestal” a un autor reconocido: se empieza comprendiendo sus flaquezas y se puede acabar, como Domosławski, desconfiando de su sonrisa. Porque si atendemos a su semblanza –que por cierto bebe mucho de su precedente, la más positiva y rigurosa Kapuściński, una biografía literaria, de los profesores Beata Nowacka y Zygmunt Ziątek–, el famoso corresponsal no tenía una faceta que se salve: además de un rosario de deslices profesionales e ideológicos, se le retrata como un mal padre y esposo. Por tanto, en Kapuściński Non-Fiction el morbo se impone al documento: evidentemente, el reconocimiento de la crítica y el cariño del público no se ganan por casualidad. 

 

En el polo opuesto se sitúa la biografía de Szymborska. Está escrita desde el entusiasmo y la admiración más genuinos. Qué duda cabe, pues, que hay que agradecerle a Trastos, recuerdos la ausencia de sensacionalismo, la falta de chismes y el respeto por la inteligencia del lector. Como autora, uno de los mayores encantos de Wisława Szymborska es precisamente el misterio, el poder de sugerencia, los infinitos matices de una obra breve y concisa. Como personaje público, su ironía chispeante y su carácter introvertido, pero con un toque irreverente y heterodoxo. Por eso sus biógrafas conceden una gran importancia a las anécdotas y aficiones de la escritora, obsequiándonos con una lista exhaustiva. Así, al final del libro la poeta polaca sigue resultando enigmática al lector, quien sin embargo ha aprendido mucho sobre su pasión por cineastas como Buñuel, el discreto humor de su secretario Michał, el reciclaje, todo lo kitsch, Ella Fitzgerald, la zoología, un rendido admirador suyo llamado Woody Allen, las poblaciones con nombres absurdos y… ¡salir corriendo de los grandes museos!  

 

La vida como sucesión de episodios y casualidades, más prosaica que sublime, un tanto trágica, pero muy divertida. Y siempre diferente. Todo eso nos lo transmiten impecablemente las biógrafas, porque es la esencia de Szymborska y de su obra. Eso sí, la autora era también una persona de carne y hueso, de hondos afectos y muy inquieta. Por eso, a la hora de recordarla, tampoco es bueno que el respeto se confunda con la distancia, dejando en un segundo plano lo político y lo personal. Si bien no es objetivo plantear una semblanza como un ajuste de cuentas, tampoco es lógico proteger a ultranza la vida privada del biografiado.

 

No obstante, las omisiones y sobreentendidos de Trastos, recuerdos tienen también un efecto positivo: le obligan al lector a concentrarse en el texto y empatizar con lo que se narra. La falta de didactismo hace de esta biografía una obra abierta y posmoderna, dinámica y genuina. Dice mucho de la ocupación alemana que hasta los Szymborski, de la alta burguesía, suden para tener y fabricar unos zapatos para el invierno. Más tarde, ya en la posguerra, son muy elocuentes las fiestas y las bromas en la komunalka de escritores de la calle Krupnicza. Alegrías en medio de desencantos, renuncias y, lo más dramático, sospechas y mutuas denuncias. Luego ya con la Ley Marcial de los ochenta los días se pierden haciendo colas para conseguir cualquier producto básico, mientras se suceden las reuniones clandestinas. Detalles que son como flashes que documentan los padecimientos de los polacos, y en concreto, de sus intelectuales, bajo la vigilancia del poder comunista.

 

Es tan grande el peso del pasado que los compatriotas que critican a Szymborska suelen confundir su vida con su obra. Es como si en su biografía, vista superficialmente y desde fuera, faltara pathos: la familia directa no murió en la Segunda Guerra Mundial, ella no se exilió ni fue una abanderada de la disidencia, el contenido de su obra es bastante universal y para colmo tuvo éxito. En cambio, otro gran autor como Zbigniew Herbert es más profeta en su tierra: a su innegable calidad literaria hay que sumar los años de silencio, de no publicar como protesta contra la censura estalinista, su delicada salud o que muriera sin el Nobel. Tantos padecimientos le acreditan como referente moral e intelectual. 

 

Sin embargo, la joven Szymborska se dejó seducir por los cantos de sirena del comunismo. Cuando no era más que una escritora debutante, componía poemas militantes, incluida una oda al ‘Hombre de Acero’. Un encargo que, a la muerte de Stalin, recibieron y ejecutaron todos sus ilustres vecinos escritores en la casa de la calle Krupnicza. Así las cosas, la postura de las biógrafas es la de mencionar estos hechos, pero sin cargar las tintas. Quitar importancia a los pecadillos de juventud y resaltar la independencia posterior de la autora.

 

En ese sentido, cabe destacar que ya en 1958, durante un viaje a París en compañía del dramaturgo Sławomir Mrożek entre otros, Szymborska entabló contacto con la revista por excelencia del exilio polaco, Kultura. En otras palabras, los viajeros visitaron a su influyente director, el intelectual opositor Jerzy Giedroyc. Seis años más tarde, en 1966, cuando el filósofo Leszek Kołakowski fue expulsado del Partido, Szymborska le respaldó públicamente devolviendo su carnet. Un gesto inaudito entonces, y represaliado por el poder, que la destituyó inmediatamente de su puesto de trabajo. Pensemos que desde 1953 dirigía la sección de poesía de Vida Literaria (Życie Literackie), y que nunca más tuvo un empleo estable.

 

Volviendo a su obra, Szymborska debutó con el poema ‘Busco la palabra’ en 1945, título profético que resume su vida y su labor literaria. La autora polaca escribía poco, corregía mucho y afirmaba que la mayor parte de sus poemas acababan en la papelera. Su amor por la concisión, unido a su rechazo al autobombo y a los grandes temas resultan tan saludables como desconcertantes. Hasta el punto que algunos le reprochan no haber creado escuela.

 

Con todo, la personalidad es precisamente una de las grandes virtudes de la poeta: la obra de Szymborska es un canto al individuo en el que la forma es radicalmente original, en coherencia con el contenido. En el siglo de las masas y de los totalitarismos, la autora señala que “no hay mayor lujuria que el pensar/ (…) Es insolente llamar a las cosas por su nombre” en uno de sus más famosos poemas.

 

De hecho, merece la pena rescatar las palabras del crítico Jan Gondowicz, que en 1973 acertó a explicar la renovación que supuso la publicación de su sexto tomo, Si acaso: “La poesía de Szymborska contiene exactamente aquello de lo que tradicionalmente carece la lírica polaca, que es mantener las distancias en cuanto a las grandes cosas, ser concreta en cuanto a las pequeñas, ver cosas nuevas y pensar en todas” (p. 331).

 

La escritora, nacida en 1923 en las dependencias del antiguo castillo de Kórnik, vinculada durante toda su vida emocional y familiarmente a Zakopane, pasó parte de su infancia en Toruń para instalarse en Cracovia desde los seis años. Solía decir que empezaba sus poemas por el final, para luego “escalar al principio del verso”. Imbuidas de este mismo espíritu, las biógrafas nos desgranan las claves de su vida y obra cuando están a punto de rematar un capítulo, pero sin hacer ningún énfasis especial. Así, poco antes de terminar el tercer capítulo, comprendemos de dónde viene su estilo: siendo una niña, su padre y “primer mecenas” le daba una paga simbólica de veinte groszy a cambio de que escribiera poemas divertidos para las ocasiones especiales, “nada de confesiones, nada de lamentos” (p. 72).

 

Por su parte, al final del capítulo 21, dedicado a su amistad con Czesław Miłosz, nos enteramos de otro gesto que retrata a la homenajeada: a raíz de los incidentes que siguieron a las exequias del otro premio Nobel afincado en Cracovia, Szymborska programó con sabiduría su convalecencia y funeral para proteger su intimidad y evitar absurdos similares.

 

Curiosamente, lo mejor y lo peor de esta semblanza es cómo y para quién está escrita: se trata de un evocador homenaje de una grandísima escritora, concebido especialmente para polacos y admiradores de la poeta de cualquier nacionalidad. Quienes ya sean aficionados a su lectura disfrutarán enormemente redescubriendo su obra y su persona. Quienes sean polonófilos captarán al vuelo la elegancia y el mérito de una vida trabajadora y silenciosa, pero nunca fácil ni conformista. Y quienes no la conocieran bien correrán a por un libro suyo.

 

No obstante, unos y otros seguirán preguntándose por Wisława la persona. Sobre todo, por sus grandes afectos: su padre Wincenty, su hermana Nawoja, su ex marido el poeta, traductor y crítico literario Adam Włodek, y su gran amor y pareja estable durante décadas, un escritor con mayúsculas como Kornel Filipowicz. Todos ellos son como fantasmas que circulan por esta biografía, más presentes en las fotografías que en el texto. Y es que, aun cuando se les menciona repetidas veces, es siempre en plano medio o general, sin un retrato psicológico que verdaderamente les individualice.

 

En cualquier caso, se trata de una decisión voluntaria: las biógrafas han construido su semblanza como una investigación científica. Prefieren no resolver el “misterio Szymborska”, y animar al lector a indagar en él. Para reconstruir su infancia y orígenes, que ocupa los cuatro primeros capítulos, se han servido fundamentalmente de las fotografías. Una forma inteligente de sortear la timidez de la autora sin invadir su privacidad. A través del álbum familiar descubrimos a una familia acomodada con un pasado intelectual y sumamente patriota. Así, el padre y el abuelo de Ichnia, tal y como la llamaban de pequeña (diminutivo cariñoso de Maria-Marichnia, su primer nombre), escribían, pero también lucharon por la independencia polaca. Ello explica tanto las inquietudes intelectuales de Szymborska como su rechazo al nacionalismo. Sus amplios horizontes y su educación esmerada son algo natural, que la poeta ha vivido desde niña. Todo lo contrario que una pose o un bien adquirido.

 

Por su parte, la juventud y madurez están vistas al trasluz de su obra. A pesar del enorme despliegue de imágenes y anécdotas, la clave de Trastos y recuerdos está en la escritura, en las continuas citas. Un recurso que demuestra a la vez que reivindica la calidad de Szymborska como poeta.

 

A fin de cuentas, Trastos, recuerdos se aleja tanto de la non-fiction novel como de la literatura comparada (en ese sentido se echa de menos vincularla con sus antecedentes, entre ellos el ingenio y la preocupación metapoética del grupo Skamander); lo que verdaderamente importa en esta biografía es la singularidad de la autora. Alguien que nunca dejó de asombrarse, poco amiga de los absolutos y las grandes certezas. Una persona que desafiando tópicos, construyó una voz propia. Ésa fue Wisława Szymborska, capaz de reflejar en pocos versos toda una vida y toda una época.

 

 

 

 

Trastos, recuerdos. Una biografía de Wisława Szymborska, por Anna Bikont y Joanna Szczęsna, ha sido publicada por la editorial Pre-Textos, traducida Elżbieta Bortkiewicz y Ester Quirós.

 

 

 

 

Amelia Serraller Calvo es eslavista y traductora de polaco, inglés y ruso. Entre 2007 y 2009 trabajó como profesora asociada de Hispanística en la Universidad de Wrocław. Doctora en Filología Eslava, fue investigadora en formación en la Universidad Complutense (2010-2014). Su tesis doctoral, titulada ¿Literatura o periodismo? La recepción de la obra de Ryszard Kapuściński (2015), ha sido financiada por el programa FPU del Ministerio de Educación. Además de la literatura documental y la Escuela Polaca del Reportaje, sus líneas de investigación incluyen la cultura judía en Polonia y las relaciones literarias hispano-eslavas. Miembro de ACEtt, entre sus autores traducidos figuran la escritora gallega Sofía Casanova, los catalanes Marc Artigau y Joan Roís de Corella, el ruso Vladímir Sorokin o los polacos Marcin Kurek, Piotr Bednarski y Wanda Prątnicka.

 

 

 

 

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