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El mito de la Reconstrucción y la revista ‘The Crisis’. La resistencia de los intelectuales afroamericanos

 

 

 Habíamos perdido todos nuestros derechos y ante todo el de hablar;

 éramos diariamente insultados a la cara y teníamos que callar;

éramos deportados en masa, como trabajadores, como judíos,

como prisioneros políticos; por todas partes, sobre las paredes,

 en los periódicos, sobre las pantallas, encontrábamos

 ese inmundo rostro que de nosotros mismos

  querían ofrecernos nuestros opresores. A causa de todo ello éramos libres

                                         Jean-Paul Sartre

 

En 1863 se celebraba una ceremonia en honor de los soldados muertos en la Batalla de Gettysburg. Faltaban dos años para el final de la Guerra Civil americana y el presidente Abraham Lincoln fue invitado a decir unas palabras sobre aquellos que se habían dejado la vida en el combate. El discurso, escrito por el propio presidente —quien dio copias del mismo a sus secretarios privados— duró unos dos minutos y contenía (dependiendo del manuscrito) unas 273 palabras. A pesar de haber sido precedido por un extraordinario orador, Edward Everett, quien habló durante dos horas, Lincoln superó significativamente a su compañero de tribuna. El propio Everett quedó impresionado por la brillantez y capacidad de síntesis del presidente: “Debería estar contento, si pudiera halagarme a mí mismo, de llegar casi tan cerca de la idea central de la ocasión en dos horas como usted lo hizo en dos minutos”. Lincoln hablaba del “nacimiento de una nueva libertad” y de una nación donde “todos los hombres son creados iguales”. Una de las novedades en lo que se consideraría uno de los mejores discursos realizados por un presidente en la historia de los Estados Unidos, fue la sustitución del término “unión” por el de “nación”. Con este cambio, el líder del Partido Republicano mandaba un mensaje conciliatorio a los confederados. Lincoln, un intuitivo estadista, sabía que necesitaba un país unido y fuerte en la postguerra y, por lo tanto, debería ser comprensivo con los perdedores. Las pretensiones exhibidas en aquel célebre discurso  —“todos los hombres son creados iguales”— se convertirían en realidad con la Decimotercera Enmienda aprobada en 1865 (la abolición de la esclavitud) y la Decimoquinta Enmienda (la prohibición de la negación del voto a los ciudadanos basada en el color de la piel) aprobada en 1870. El presidente, asesinado por un fanático en un teatro de Washington DC, no pudo ver las consecuencias reales que esas leyes tendrían en los antiguos estados de la Confederación. La cuestión del sur, entonces, estaba en manos de su sucesor, el presidente Andrew Johnson, y de unos republicanos abolicionistas. A ese convulso periodo de la historia se le llamó la Reconstrucción. 

 

La bibliografía generada a raíz de este época demuestra la importancia de cómo se nos cuenta la historia y la relevancia de quienes son los elegidos para llevar cabo el proyecto. El sur, formado por una oligarquía demócrata dominante, mayoritariamente racista, no estaba dispuesto a aceptar tan fácilmente la igualdad y permitir a los afroamericanos el acceso a la democracia. Los llamados republicanos radicales —según el historiador Kenneth Stamp, “unos románticos reformadores del siglo XIX”—, en colaboración con los afroamericanos, trataron de aplicar las leyes instaurando nuevas instituciones públicas que fomentaran el derecho de los negros a la participación ciudadana. Sin embargo, aquellos que apoyaban la supremacía blanca crearon un ambiente de intolerancia y terror —donde los linchamientos estaban a la orden del día— y mantuvieron a los afroamericanos lejos de sus posesiones y privilegios.

 

William Dunning, el primer gran historiador de la Reconstrucción, no lo veía de esta manera. El que fue profesor de la Universidad de Columbia desde los años noventa del siglo XIX hasta principios del siglo XX, creía que aquel periodo de la historia representó el escandaloso fracaso de unos republicanos corruptos y unos negros incompetentes. Según Dunning, el sur fue víctima de unos políticos oportunistas que, instalados en una orgía perpetua de corrupción, quisieron sacar partido de la ignorancia de los nuevos hombres libres. Su libro, Reconstruction: Political and Economic (1907), podría sorprender a los lectores de nuestro tiempo por sus tesis abiertamente racistas. Paradójicamente, William Dunning fue, desde el punto de vista metodológico, muy buen historiador. Su estilo sentó las bases para los nuevos expertos que, basándose en la acumulación de los hechos, relatan científicamente la Historia. La manera de recopilar las fuentes primarias, la selección de citas y documentos, y la distribución de todo en el conjunto de la narración supuso una revolución en la historiografía moderna, que influyó en generaciones de historiadores, incluso en aquellos que más adelante derrumbarían sus tesis. Pero la historia es algo más que la acumulación de los hechos, y la mirada prejuiciada de un especialista puede definir, trágicamente, las conclusiones de sus investigaciones. Esto no significa que Dunning manipulara los acontecimientos ocurridos después de la derrota de la Confederación, ni que atribuyera citas o acciones equivocadamente, o que utilizara la mentira como arma arrojadiza sobre los antiguos esclavos. Al contrario, el historiador señaló acertadamente el nivel de corrupción establecido por algunos republicanos y las claras evidencias de irregularidades que se cometieron en aquella época al aprovecharse de la inestabilidad de un territorio, en cierto modo, ocupado. El problema es que Dunning, sencillamente, no veía a los afroamericanos con la capacidad suficiente para afrontar el reto de la ciudadanía, y mucho menos el poder político. El profesor tenía la convicción de que los negros pertenecían a una raza inferior, que nunca se adaptarían a las reglas impuestas por la nación americana. Además, el incremento del déficit, según Dunning, condujo al Sur a la miseria transformando la Reconstrucción en una injustificada abominación moral. Desde principios del siglo XX hasta los años 60 —momento cumbre de los revisionistas— gracias a las tesis de Dunning, los afroamericanos fueron los culpables de la decadencia económica y política del sur. Esta culpabilidad generó mucha literatura —tanto académica como de ficción— que perpetuó  la imagen del auténtico enemigo de la Confederación en una región donde el racismo formaba parte de la vida social.

 

El paso del tiempo puso las cosas en su sitio. En 1961, el historiador afroamericano John Hope Franklin escribía, en su libro Reconstruction after the Civil War, que la Reconstrucción, “lejos de ser una conspiración para degradar y destruir la vida sureña, provocó que los afroamericanos y los blancos, a pesar de sus diferencias, trabajaran juntos con unos propósitos distintos”. Cuatro años más tarde, el historiador Kenneth Stamp publicaba The Era of Reconstruction, donde acusaba a Dunning y a sus seguidores de ser los autores de una “historia distorsionada, llena de falta de perspectiva, análisis superficial, y énfasis excesivo”. Ya en los años 80, Eric Fonner, en Reconstruction: America’s Unfinished Revolution, afirmaría que la reconstrucción había fracasado, pero no por las razones esgrimidas por Dunning, sino porque este fracaso se sustentaba en no haber progresado más, y que esto supuso “un desastre para los negros, un desastre cuya magnitud no debería oscurecer los genuinos logros que se consiguieron”.

 

Sin medios periodísticos donde poder expresar sus puntos de vista, o recursos económicos para financiar sus propias investigaciones, ni acceso a las fuentes primarias de la época, los afroamericanos soportaron durante años la mayor de las injusticias: la manipulación del relato de sus propias vidas.

 

Sin embargo, en aquel entonces, los historiadores negros no permanecían callados, ocultos, esperando que otros escribieran sobre ellos, sino que —como escribió  David Levering Lewis— “fueron despreciados por los académicos blancos”. Fue precisamente W. E. B. Du Bois, escritor prolífico, sociólogo e historiador, primer afroamericano en obtener un doctorado, quien en un discurso pronunciado ante el mismísimo William Dunning dijo que “los gobiernos de los negros en el sur consiguieron muchas cosas buenas”, y que se “deberían de reconocer tres cosas positivas que la influencia de los negros dieron al sur: un gobierno democrático, escuelas públicas gratuitas y nuevas legislaciones sociales”. En julio de 1910, Du Bois publicaba un artículo titulado ‘The Reconstruction and its Benefits’ para la revista The American Historical Review donde defendía estas tesis. No se generó ningún debate a partir de este ensayo ni se tuvo en cuenta a la hora de definir el periodo. El silencio duró décadas.

 

 

La fundación de una revista distinta

 

Du Bois era un intelectual comprometido en el sentido sartriano del término. Su vida representó la lucha constante por una igualdad entre las razas, por la inclusión de los afroamericanos en la sociedad, y la defensa de su honor en la historia del país. El mismo año de la publicación del célebre artículo sobre la Reconstrucción, Du Bois fundó la revista The Crisis, y escribió que lo hacía por los siguientes motivos:

 

“El primero y más importante, como periódico que recoja los acontecimientos que suceden en el mundo relacionados con el gran problema de la relación interracial y específicamente a aquella que afecta al negro americano. Segundo, como comentario de opinión exhaustivo sobre literatura referente al problema racial; tercero, como foro para unos pocos artículos concisos; y finalmente, la página editorial que defienda los derechos de los hombres con independencia de su color y raza, por los más altos ideales de la democracia americana”.

 

La aventura periodística se convirtió en un éxito inmediato y con el paso de los años la revista fue ganando audiencia; de los 1.750 lectores que tenía en 1910 pasó a tener 94.908 en 1920. Muchos de sus colaboradores escribían sobre literatura, política y sociedad, y trataban de darle un enfoque particular, desde el punto de vista de una comunidad concreta, que aportara al debate cultural otra visión distinta al de la mayoría blanca. Era un intento de participar a través de la palabra escrita en los quehaceres propios de una democracia. Sin embargo, existía una gran diferencia entre The Crisis y las demás publicaciones. Mientras otros periódicos y revistas especializadas podían centrar sus argumentos en lo estrictamente estético y literario, en la calidad artística de una obra en sí misma, y obviar el contenido moral que afectara a una raza determinada, los redactores de The Crisis sentían la obligación de resaltar aquellos aspectos que tocaran superficial o profundamente la realidad y problemática de su comunidad. En ese sentido, la reconstrucción y su historiografía era uno de los temas más controvertidos y recurrentes.

 

Cuando el congresista John R. Lynch publicó en 1914 The Facts of Reconstruction parecía verse una luz al final del túnel. La obra daba a conocer la visión de los antiguos esclavos y su papel, como hombres libres, en la restauración política que se produjo en el hogar de los derrotados. La soledad en la que este libro se encontraba en el paisaje académico, y la ayuda que las demás publicaciones aportaron para silenciarlo, acabó por crear un espacio indiscutible en The Crisis, donde se recomendó en varias ediciones su lectura, ya que este autor, según los editorialistas, “conocía la verdad” sobre la reconstrucción desde el punto de vista afroamericano. No obstante, el ambiente que se respiraba en la calle era fundamentalmente hostil hacia los negros. En el Sur, las teorías de Dunning sobre la Reconstrucción se reconocían muy bien en la novela The Clansman, escrita por Thomas Dixon, que finalmente la acabó llevando al cine D. W. Griffith con su película El nacimiento de una nación. El estilo innovador de la película, estrenada en 1915, junto con su mensaje, explícitamente racista, en la que se retrataba al Ku Klux Klan como los héroes y salvadores de aquel periodo, tuvo un terrible impacto en la población sureña. En una inolvidable editorial, la revista afirmaba que la película era una fantasía histórica tan manipuladora y peligrosa, que logró poner del lado de la publicación a gente que no solía defender sus mismas causas. El largometraje fue fervientemente glorificado por el presidente demócrata Woodrow Wilson, quien habían sido compañero de clase de Thomas Dixon en la Universidad John Hopkins. Wilson dijo que “la película era como escribir la historia con la luz” y que todo “era terriblemente verdad”. Du Bois se defendía argumentando que “en la segunda parte de la película el negro era representado como un idiota ignorante, un violador vicioso, un político venial y sin escrúpulos o como un fiel pero idiota senil”. La propaganda cinematográfica  tuvo unos efectos terribles en las calles. En cierto sentido, la película contribuyó a incrementar los linchamientos. Sabiendo las consecuencias sociales que la obra cinematográfica podía provocar en las ciudades del país, los miembros de The Crisis movilizaron a sus lectores para tratar de impedir su estreno, consiguiendo bloquear su exhibición en California y Delaware. El ambiente era realmente insoportable para la comunidad afroamericana; cada día había un caso de discriminación, peleas en las calles, comunicados políticos en contra de los negros, sin contar con las leyes de “separados pero iguales” de la segregación. Wilson ya había ordenado la separación de negros y blancos en el Servicio Civil Federal en 1913, y las dos razas combatieron en tropas segregadas en la Primera Guerra Mundial.

 

Los intelectuales afroamericanos, periodistas y escritores, muchos de ellos miembros del consejo editorial de la revista fundada por Du Bois, no solo luchaban por sus ideas, fueran del tipo que fueran, sino que tenían que defender sus derechos civiles, inexistentes en aquel momento, pedir protección ante una justicia politizada y contaminada de xenofobia, y tratar de mantener su cuestionada supervivencia. Existía una implicación, un compromiso con su comunidad, pero también un abandono de sus propias inquietudes, intereses, y ambiciones. Dejaban de lado sus aspiraciones como ciudadanos e intelectuales, para alcanzar, precisamente, una normalización de su ciudadanía. Du Bois era un escritor talentoso que pudo haber dedicado su vida al simple placer de la literatura. Sin embargo, el sociólogo afroamericano se dedicó a luchar por una cuestión ética y su responsabilidad como ciudadano norteamericano. En una de las frases más lúcidas y honestas escritas por un intelectual de su tiempo mostró el desencanto y frustración que eso le producía: “Contra toda mi natural reticencia… contrario a mi sueño de unidad racial y profundo deseo de servir, seguir y pensar, en vez de conducir, inspirar y decidir, me encontré liderando a mi gente en la lucha contra otra cantidad más grande de gente”. Y añadió: “Odio ese papel”.

 

A pesar de “odiar ese papel”, de verse, en cierto sentido, condenado a ejercer de defensor de una causa irremediable, Du Bois asumió la responsabilidad adjudicada por las circunstancias y luchó sin descanso por aquello en lo que creía. Aunque no todo se reducía al puro activismo social. La revista también era el centro neurálgico del movimiento literario surgido en el llamado Renacimiento de Harlem, una era artísticamente esplendorosa en el mundo de la cultura, cuando era imposible comprender la actualidad literaria del momento sin leer a poetas como Langston Hughes, Countee Cullen, Arna Bontemps o al novelista Jean Toomer. Sin embargo, la Gran Depresión causó estragos en los periódicos del país, obligando al cierre de muchos de ellos, y provocó la significativa reducción del número de lectores en la revista.

 

En 1929, la prestigiosa Enciclopedia Británica rechazaba un ensayo asignado a Du Bois —a pesar de reconocer la excelencia del texto— objetando un párrafo que trataba sobre el periodo de la Reconstrucción que decía lo siguiente: “Los historiadores blancos han atribuido los fracasos y las culpas de la Reconstrucción a la ignorancia y corrupción de los negros. Pero el negro insiste en que fue el voto negro y su lealtad lo que restauró el Sur en la Unión, estableció una nueva democracia para blancos y negros, e instituyó las escuelas públicas”. Esta significativa censura era un ejemplo de cómo las ideas racistas se podían encontrar hasta las más importantes instituciones liberales. Aquel mismo año se publicaría otra de las novelas representativas de la teoría de William Dunning, The Tragic Era, escrita por el periodista y político demócrata Claude Bowers, donde se atacaba con dureza al Partido Republicano y se perpetuaba la idea de “humillación” del victorioso ejército del norte a la condenada sociedad del sur. Ambos acontecimientos marcaron la vida intelectual de Du Bois convenciéndolo de la importancia de desterrar por completo el mito de “negro corrupto” y manipulado. El escritor decidió abandonar la dirección de The Crisis en 1934 y volver a dar clases en la Universidad de Atlanta, desencantado por la dependencia que la publicación tenía de la asociación afroamericana NAACP, y las consecuencias que, desde el punto de vista editorial, tendría la influencia de dicha asociación en la revista. Volvió en el año 1944 y se mantuvo como editor hasta 1948. En el año 1951 publicaría un ensayo explicando aquella decisión:

 

“La depresión que caía fuertemente en la nación me convenció de que The Crisis no podía ser financiada por un largo periodo de tiempo y, mientras tanto, la única manera de mantenerla con vida era bajo el subsidio de la NAACP… en la naturaleza de este caso, hay una clara distinción entre el órgano de una organización y una revista literaria. Estos tienen diferentes objetivos y funciones… una revista literaria y de información debe ser libre y no estar controlada; de ninguna otra manera puede ser valiente, creativa, e individual”.

 

Como librepensador, Du Bois actuó siempre con una coherencia intachable y, cansado de la tendenciosa versión publicitada por los historiadores, publicó su gran obra sobre el periodo, Black Reconstruction in America (1935), un extenso estudio sobre el papel que los afroamericanos jugaron en la restructuración política. En la revista que él editó durante casi 25 años, James O. Hopson escribía: “Du Bois presenta diferentes retratos con intensidad y realidad, sugiriendo un enfoque biográfico. El lector aprende a conocer más íntimamente a Charles Sumner, el gran amante de los hombres de todos los tipos, quien prácticamente dio su vida en la lucha por los derechos de los negros”.  En lo referente a las numerosas citas —muchas de ellas extraordinariamente largas—  que aparecen en el libro, y que pueden abrumar fácilmente al lector, Hopson afirma que están justificadas, puesto que sirven para “no perder la oportunidad de demostrar sus argumentos reproduciendo cada evidencia”. El crítico de The Crisis concluye que “el negro no fue vago, torpe, corrupto e ignorante, como la mayoría de los historiadores lo había descrito”, y que Du Bois deja en evidencia ese “punto de vista histórico superficial de los escritores que realizaron sus interpretaciones no de acuerdo con los hechos, sino de acuerdo con su opinión preconcebida y parcial”.

 

Black Reconstruction in America posee una intensa carga ideológica, puesto que es una interpretación marxista de la historia y, en numerosas ocasiones, Du Bois extiende su visión hacia otras partes del mundo estableciendo peligrosos paralelismos con la lucha de los trabajadores de todos los pueblos y naciones. El autor habla de la explotación de los esclavos realizando comparaciones y apuntando referencias al “trabajo humano” en China, India y África. Según Du Bois, todos ellos comparten “un destino común” y señala la inseparable asociación entre la “emancipación del hombre” y la “emancipación del trabajo”. Evidentemente, el héroe de la trama es el esclavo negro y no el trabajador, pero Du Bois se sirve de esta analogía para comprender la lucha colectiva. En esta suerte de comparación histórica —la inevitable revuelta contra los plantadores— se representa la revolución contra la opresión y el combate por la libertad. A pesar de la presencia de la ideología —criticada por muchos académicos—, el libro supuso uno de los primeros hallazgos históricos a tener en cuenta por los especialistas, y también significó un importante acontecimiento literario. 

 

Tras la marcha de Du Bois, Roy Wilkins se hacía cargo de la dirección de The Crisis como editor de la revista. Mientras tanto, las publicaciones sobre la Reconstrucción en donde los afroamericanos salían seriamente perjudicados no cesaban. En algunos casos, las novelas podían ser peligrosamente eficaces desde el punto de vista propagandístico. Cuando Laura Krey publicó su novela, And Tell of Time, una historia edulcorada de las relaciones entre los esclavos y sus dueños, E. Frederick Morrow escribió una elocuente crítica en la que mostraba su frustración con esas historias sobre esclavos que adoraban a sus amos, que eran leales y agradecidos, y donde unos y otros convivían en una perfecta armonía: “Estoy cansado de los esclavos felices… y mujeres blancas expuestas a los deseos de negros bestias”. Morrow aseguraba en su columna que no había existido una propaganda subliminal sobre las virtudes del Sur y la traición del Norte en los años de la Reconstrucción como la expuesta en las páginas del libro de Krey, y concluía su crítica preguntándose hasta cuándo se continuaría luchando las batallas del pasado a través de las páginas de novelas históricas.

 

No obstante, en aquella época también se publicó alguna novela donde se combatía esa historia distorsionada y se proporcionaba un romanticismo a la inversa, que aliviaba, por momentos, el sectarismo de la mayoría de historiadores y escritores. Howard Fast presentaba en 1944 Freedom Road, una novela cuya trama ilustraba la lucha por la igualdad y en la que se escenificaban las esperanzas, los triunfos y los sufrimientos de la comunidad afroamericana después de la Guerra Civil. Era la historia de un antiguo esclavo llamado Gideon Jackson, que volvía su casa para comenzar una nueva vida como hombre libre. Roy Wilkings escribió en la revista que “Freedom Road es una novela que debería estar en las estanterías de todo aquel que cree en el pueblo americano, para todo amante de la libertad y de la justicia”. El libro se convirtió en un clásico de la historia estadounidense. Años más tarde, en 1954, salía a la venta Little Known Facts, de George Brown Tindall, donde se describía “la caída de los gobiernos de la Reconstrucción a comienzos de los años setenta hasta el ascenso de Booker T. Washington como prominencia nacional a finales del siglo XIX”. Según el crítico de The Crisis, August Meier, el autor fue uno de los pocos historiadores blancos sureños que estaban dispuestos a tratar la historia de los afroamericanos con objetividad y comprensión”. Tindall realizaba una descripción de la vida de los negros en Carolina del Sur en términos políticos, económicos y sociales, y analizaba las conflictivas relaciones raciales, los linchamientos y la vida en prisión. En palabras de Meir, el libro era una “historia del avance educativo”, en el que se mencionaban “hechos poco conocidos”, como por ejemplo “la historia de seis hombres de color que se sentaron en la Convención Constitucional de 1895 y heroicamente, pero sin éxito, lucharon por detener la privación de sus derechos”.

 

En el cincuenta aniversario de la lucha de la NAACP contra la película El nacimiento de una nación, salía a las librerías la obra Freedom Bound, de Henrrieta Buckmaster, una historia sobre los afroamericanos en Charleston dirigiendo escuelas para esclavos, en la que se veía la clara influencia política de los negros en la educación pública gratuita para todos los niños con independencia de su raza. En las páginas de la revista, Howard N. Meyer, el biógrafo del presidente Ulysses Grant, señalaba que el autor lograba el loable objetivo de defender a los abolicionistas negros y blancos, demostrando que la libertad no era un regalo que había sido adquirido por el soldado afroamericano, sino que la Ley de los Derechos Civiles y la Decimocuarta y Decimoquinta Enmienda fueron el producto de la inclusión de los negros en la acción política, con Frederick Douglas como el portavoz más elocuente de cualquiera de las razas. Meyer reflexionaba en su crítica sobre la fatídica contribución de los periodistas blancos que repitieron y perpetuaron las mentiras sobre la Reconstrucción, la deuda que estos tienen con sus manipulados lectores, y analizaba la doble vara de medir que ellos utilizaron para justificar la censura: “Cuando nuestros más importantes periódicos blancos acusaron falsamente de censura a la NAACP por oponerse a la exhibición de la película El nacimiento de una nación admitían que el largometraje era mala historia, aunque todavía no han hecho nada en sus revistas y columnas para corregirla”. Meyer se quejaba de la hipocresía de los medios de comunicación que, amparándose en la libertad de expresión, nunca hicieron nada para evitar la clara manipulación de la historia, a pesar de los peligros que esta podía acarrear. El crítico añadía: “Uno se pregunta si la cuestión de la censura saldría a relucir si la obra antisemita Los protocolos de los sabios de Sion se convirtiera en una película… Se sospecha que esto presentaría otro ejemplo de la doble vara de medir de la estructura cultural blanca, que toma el insulto y los daños a los negros como algo menos ofensivo que el ataque a otro subgrupo étnico blanco”.

 

Du Bois había muerto dos años antes en Ghana, su exilio voluntario. El país que le vio nacer estaba yendo en otra dirección, algo a lo que su revista había contribuido estoicamente. Muchos de los escritores citados también avanzaron en sus carreras y se convirtieron en emblemas de la cultura política y literaria americana. Frederick Morrow se convirtió en el primer afroamericano en asumir una posición ejecutiva en la administración del presidente Dwight Eisenhower, y August Meir está considerado como uno de los grandes expertos en historia afroamericana. James O. Hopson, Howard N. Meyer y otros serán recordados por su lealtad a una causa justa y su resistencia a las mentiras sobre un periodo clave en la historia de Estados Unidos. Ellos eran, por supuesto, personalidades que, en otras circunstancias, se hubieran dedicado a otras actividades en el mundo de las letras, la política, y la docencia. En cierto modo, no eligieron aquella vida; fueron elegidos y expulsados a una escenario incómodo en el que se vieron asumiendo un protagonismo no deseado, pero que, impulsados por el valor y el orgullo, debieron permanecer en contra de su voluntad. 

 

 

La venganza de la historia

 

En nuestros días, el debate sobre la Reconstrucción, en mayor o menor medida, ha ido disminuyendo de intensidad. A pesar de conocer la corrupción de muchos de los gobiernos republicanos del sur, sabemos que no se diferenciaban demasiado de la ignominia que existía por aquel tiempo en el norte. El presidente Andrew Johnson, más que una víctima de una conspiración política y el mártir de la “era trágica”, representó la incapacidad e incompetencia de un obsesivo racista. Gracias a la persistencia de los senadores republicanos Thaddeus Stevens y Charles Sumner, podemos afirmar que sus esfuerzos —motivados por ambiciones políticas o no— contenía un grado muy llamativo de humanismo, y que su implicación en la tarea de proporcionar a los afroamericanos seguridad, educación, garantías políticas, y derechos universales, se pueden considerar hazañas, no solo de un valor político indiscutible, sino también como símbolo y estandarte de la libertad en tiempos de opresión y tiranía. Dunning ha sido constantemente desacreditado por numerosos historiadores desde el punto de vista ideológico y moral, no así —como se mencionaba antes— como historiador. Pero sus libros son una demostración de los peligros del talento inconsciente y de las fatídicas consecuencias que puede tener ese talento cuando se pone en servicio del prejuicio racial. De ese modo, la Reconstrucción es uno de los periodos históricos donde el revisionismo cobra un valor extrañamente positivo en el confuso y polémico debate historiográfico. No hace falta mencionar lo que se nos viene a la cabeza cuando la palabra revisionismo viene asociada al holocausto judío, o la connotación fascista que surge de las escuelas de historiadores revisionistas de la Alemania nazi o la Italia de Mussolini, muchas de ellas caracterizadas por la siniestra disculpa de crímenes contra la humanidad, o directamente promotoras de la negación de los más evidentes y probados genocidios. La grandeza intelectual de Kenneth Stamp y Du Bois residió en tratar de buscar la verdad histórica sin obviar el método científico, pero también en hallar un balance a la tendenciosa mirada que los hijos académicos de Dunning dieron a la posguerra.

 

Se suele decir que la historia es contada generalmente por los vencedores, en este caso, el relato fue manipulado por los vencidos. La Guerra Civil supuso el nacimiento de una nación unida y la configuración de un nuevo país. Sin embargo, la división entre norte y sur, desde el punto de vista cultural, social y político, fue perturbadoramente aumentada por la narración histórica que se le proporcionó a la derrota, supuestamente humillante e injusta, y el supuesto mal trato que se les dio a los derrotados. 

 

Después de la guerra el sur pasó a ser un feudo demócrata, donde los republicanos apenas tenían presencia ni oportunidad de salir elegidos para ningún puesto de servicio público. Cuando el senador republicano John Tower ganó las elecciones y se convirtió en el primer republicano en obtener representación política desde la Reconstrucción habían pasado más de 80 años. Los derechos civiles firmados por el presidente tejano Lyndon Johnson cambiaron radicalmente la realidad política sureña. El Partido Demócrata había “traicionado” a su electorado  —“hemos perdido el sur por una generación entera”, dijo Lyndon Johnson— y los republicanos comenzaron a ocupar ese espacio vacío que dejaban por fin sus rivales políticos poniendo fin a una hegemonía que duraba casi un siglo.

 

Nixon y su estrategia sureña transformaron la retórica utilizada por el partido de Lincoln en las  praderas de Texas, un estado de suma importancia en las elecciones presidenciales. Como cuentan acertadamente los periodistas británicos John Micklethwait y Adrian Wooldridge en su libro La nación conservadora, los republicanos se encargaron de convencer a la antigua clase trabajadora sureña —muchos de ellos miembros de sindicatos— que la élite demócrata del norte —universitaria e intelectual— los despreciaba, y que la clase social no se medía en términos de dinero sino de valores, disminuyendo la presencia de la economía en sus discursos y destacando el aborto, el matrimonio homosexual, y las armas, asuntos con que los llamados “blancos étnicos” tenían mucho más en común con los republicanos que con los demócratas.

 

Desde entonces el panorama político ha cambiado mucho en los Estados Unidos. Eric Foner, reconocido por todos sus compañeros como el historiador más importante y definitivo sobre la época, se encargó de realizar uno de los análisis más exhaustivos, ecuánimes y comprensibles de la posguerra. Los derechos civiles y el fin de la segregación trajeron consigo una nueva perspectiva y una visión distinta sobre la sociedad norteamericana en general y la sociedad sureña en particular. Cuando Barack Obama se convirtió en presidente aquella tarde de noviembre de 2008 parecía cerrarse un capítulo sombrío de la historia americana. El mismo país que portaba el estigma de la esclavitud en su bandera elegía al primer presidente afroamericano de su historia. Las leyes de Jim Crow —que determinaron la realidad política del sur durante décadas— llevan inactivas más de medio siglo, y el progreso de la comunidad afroamericana, en términos económicos y sociales, ha ido en aumento. No obstante, el racismo, desafortunadamente, sigue presente en la cultura política de la nación y queda mucho por hacer en ese sentido. En el origen de la marginación, el choque cultural, y la ausencia de igualdad en numerosos sectores de la sociedad, reside la esencia misma de la historia afroamericana, que es también la historia de los Estados Unidos, con sus grandezas y sus miserias. El prejuicio hacia las minorías, la desconfianza que estas provocan en la mayoría, y el protagonismo que adquirieron como víctimas de una opresión generalizada y aceptada por los anglosajones, creó una respuesta de animadversión justificada. Las nocivas consecuencias de la esclavitud junto con los fallos de la Reconstrucción —“una revolución inacabada”, según el Foner—  provocaron una fuerte división entre la América negra y el mundo anglosajón. También generó resentimiento, originado en las terribles torturas, violaciones y discriminaciones que sufrieron los negros durante años, ya fuera bajo el yugo de los dueños de esclavos o como ciudadanos de segunda en los tiempos de la segregación, e impidió —comprensiblemente— la conciliación y el entendimiento. Fueron los mismos historiadores quienes, refugiados en sus prestigiosas cátedras de la Ivy League, con sus prejuicios racistas, ayudaron a crear una leyenda negra sobre un sector de la población indefenso, sin recursos ni apoyos externos, que lucharon siempre en minoría para alcanzar la añorada justicia social.

 

Sería bueno imaginarnos la historia contemporánea estadounidense sin The Crisis y sin aquellos artículos de trinchera, y preguntarnos qué hubiera ocurrido si Du Bois se hubiera dado por vencido. Quizás los revisionistas blancos acabarían esclareciendo las cosas y demostrarían la esencial equivocación histórica de la escuela Dunning. Sin embargo, cuando Eric Foner dijo que la obra de Du Bois, Black Reconstruction in America, “anticipó los hallazgos de los estudios modernos”, habían pasado setenta años desde la fundación de la revista. Los intelectuales afroamericanos fueron los primeros revisionistas antes de que el revisionismo obtuviera respuesta en el mundo académico y —siendo leales a la causa de la libertad— dieron sentido a las mitificadas palabras de Abraham Lincoln.

 

Caminando por Harlem en el corazón de una madrugada o paseando por las calles del viejo barrio de Alto Manhattan se pueden identificar sus imborrables huellas. Ellos abrieron el camino en los momentos difíciles para que otros pudieran avanzar. Fueron valientes, perspicaces, lúcidos y honorables; rescribieron con pasión y fuerza, de esta forma, el capítulo más distorsionado de su historia, y jamás se dejaron intimidar.

 

 

 

Xabier Fole es periodista y redactor de televisión. Graduado en Historia por el City College de Nueva York, especializado en historia intelectual de los Estados Unidos, colabora como fact-checker para The New York Times en la sección Syndicate. En FronteraD ha publicado Los hechos son sagrados. El fact-checker y la importancia del periodismo y John Lewis Gaddis: el historiador que surgió de la guerra fría

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