El mundo se acaba… no sé si en 2012, pero se acaba. Los occidentales, tan aficionados a la ficción catastrofista, se han robado la excusa maya para avisarnos de que será el 21 de diciembre de este año. Pero eso es una estupidez como tantas otras: como la reducción del déficit, la crisis de la deuda o la inmensa mayoría de las teorías (hipótesis) económicas.
Los mayas no profetizaron ningún final del mundo. Era una civilización demasiado avanzada como para creer en el coco. Los calendarios mayas y los libros sagrados (reconstruidos ya en plena Colonia a punta de memoria) hablan de ciclos y de energías, algo más complejo pero de poca utilidad para los occidentales.
Pero que el mundo se acaba, se acaba. No por el choque de planetas, sino por la angurria humana. En Durban se escenficó el aplazamiento sine die de la urgencia climática demostrando la irresponsabilidad de esta especie que se reproduce como los roedores y gana a estos en su capacidad dañina. La mayoría de los 7.000 millones de humanos que, se estima, habitan el planeta ya vive en un Mad Max sin retorno. En Europa y Estados Unidos el ombliguismo hace pensar que la bajada del consumo es el fin del mundo, pero los ciudadanos del mundo que ya viven en los estados fallidos o que son gobernados por las mafiocracias saben que las cosas son más difíciles, que la supervivencia cotidiana es una apuesta que no depende de uno, que los lazos humanos son más frágiles que la prima de riesgo de Grecia, que el ambiente es tan frágil ya que un soplo mal orientado puede tubar bosques y esperanzas.
El mundo se acaba porque nosotros así lo queremos. No es este un alegato ecologista tradicional porque siempre me han importado más las personas que los árboles. Sin embargo, desligar al ser humano de su entorno es suicida y analizar la actualizad sin notar la incidencia que tiene el modelo capitalista en ambos es de ciegos. No hay marcha atrás con decrecimiento, sino con cambio de modelo, pero intuyo que abordar esta tarea monumental de cambio civilizatorio no la emprenderemos hasta que estemos al borde del precipicio (cuando el mundo esté al límite). Que no sea tarde.