Si quisiéramos ser justos, reconoceríamos que la frase más contundente de los últimos cinco siglos es atribuida a uno que murió ayer mismo, famoso por haber sido presidente de los Estados Unidos durante la II Guerra Mundial. En efecto, lo que marca la convivencia de los pueblos del mundo es la concepción de que cuando los hijos de puta son de los nuestros, merecen nuestro cariño, admiración y respeto. Se dijo que aquel caballero, hoy huesos irreconocibles, dijo aquello de «es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». Un genio, hay que reconocerlo, este Franklin Delano.
Antes de avanzar, aclaremos que en nuestra concepción actual de los epítetos y calificativos, «hijo de puta» es una persona malnacida y detestable, alguien que por su maldad no debería haber nacido, o debería ser severamente castigado. Tal término no tiene para nosotros ninguna relación con ninguna mujer, y ni de manera remota tiene que ver con su conducta sexual pública o privada. Incluso creemos, lo decimos aquí, que la prostitución es una actividad humana como cualquiera, cierto que no exenta de riesgos. Empezaremos a hablar en serio de la prostitución cuando un grupo de personas que la practican arroje una bomba atómica sobre un núcleo habitado.
El abrazo de la doctrina del hijoputismo mina gravemente la convivencia social y desarma a los hombres de su sustrato moral. Y es porque los que la practican entienden que la construcción de las afinidades debe hacerse sin tener en cuenta la rectitud de los actos de quienes se constituyan en grupo. Así, si los ladrones son de mi partido, bienvenidos sean, y son libres de no solamente robar, sino que pueden ser pederastas, asesinos, incluso genocidas. Lo importante es que sean de los míos. Con esta doctrina, los poderosos han cerrados los ojos ante los hechos más graves cometidos por los hombres. Y esto es consecuencia del desarme moral de la humanidad. La misma ONU fue construida siguiendo la doctrina del hijoputismo amigo. Las consecuencias son devastadoras. Por ejemplo, ¿pudieron los Estados Unidos haber dicho algo a China cuando, delante de todo el mundo despierto, el gigante asiático machacó a cientos de manifestantes? Decir sí que podría haber dicho, pero China podría haber respondido con la mención del agente naranja, el intento genocida perpetrado para salvar el culo a los hijos de puta que allá se alzaron y se hicieron notar, pendiendo de sus malvadas cabezas la idea del comunismo, que era en aquel tiempo el mal en letras versales. ¿Pudo algún ciudadano belga contemporáneo del innombrable Mobutu decirle algo durante su orgía de maldad si todo el mundo se calló cuando Leopoldo creía justo cortar los brazos a los negros que no quisieran someterse a su esclavitud?
La doctrina de que el malnacido es gran amigo si está de mi bando tiene consecuencias curiosas, el más conocido es que nadie es malo, sino que se equivoca a destiempo, de manera que hemos vivido la alegría de muchos europeos luego de los ataques yihadistas en Francia, o el reconocimiento también por parte de personas residentes en Occidente de la valentía del actual presidente de Siria, al que nadie ha reprochado haber utilizado armas químicas contra sus propios connacionales. Y esta defensa que se hace de este infame personaje es debido, en parte, a que se declara socialista. Como no hay un día sin ninguna línea, como se dice, aprendimos que este hombre cuyo nombre no queremos mencionar profesa la ideología socialista. Entonces hay socialistas que saldrían en su defensa.
Si el hijoputismo se ha impuesto en la sociedad mundial actual, ¿a qué viene tanto acoso al régimen norcoreano? ¿No tiene derecho a ser malo como los demás? Porque el ser humano de este siglo se ha olvidado de que una de las consecuencias del abrazo incondicionado a cualquier causa, reclamando pertenencia, es la mencionada destrucción del sistema judicial, de tal manera que la proliferación de los malvados haría imposible que se pudiera enjuiciar el hecho de que cualquiera pueda echar a la vía de tren a cualquier anciana que encuentre en la estación. Entonces se entendería por qué se alegran los ciudadanos cuando unos aventajados en la maldad desatan el terror en las ciudades vecinas. La sorpresa por aquella alegría es la que nos ha llevado a escribir este artículo.
La concepción delaniana de la sociedad política es practicada asiduamente por individuos pusilánimes de gobiernos corruptos, utilizando los recursos públicos para castigar a los que todavía execran de los modos de actuar de los poderosos. Esto de castigar, marginar y menoscabar la tranquilidad de los críticos se practica como norma en Guinea Ecuatorial para los nacionales del país africano y por España contra los que no están dispuestos a someterse, más de lo que ya están, al putrefacto régimen que nos come las vidas. Teniendo en cuenta que en las embajadas españolas sólo son bienvenidos los hijos de puta de turno, y rescatando el recuerdo del aquel hecho por el que el destacamento militar español se largó de Guinea cuando Macías dio las primeras muestras de su maldad, instaurando un régimen que dura hasta nuestros días, podemos creer que lo que anima esta actitud es el racismo. Porque nadie hubiera mencionado la marcha vergonzosa del contingente español si a renglón seguido España no hubiera prohibido por ley la mención de Guinea en los medios informativos y retirado las ayudas y la nacionalidad a los guineanos que cursaban estudios en España.
Y pese al atosigamiento continuo a los críticos contra el estado de cosas de Guinea, debemos decir aquí que los que los sufren se han mostrado hasta ahora muy indulgentes contra los que los persiguen, otra prueba de que la maquinaría represiva es poderosa. Y debe acabar este atosigamiento, porque ni los hechos precedentes de la historia común dejan en buen lugar a España y también porque la recurrencia en la práctica del hijoputismo puede traer consecuencias desastrosas. Y esto lo confesamos desde los supuestos que reclaman la libertad que le asiste a Corea del Norte para ejercer la maldad y encontrar a quienes lo apoyen por el motivo que sea. Y es que en este mundo de hoy, y porque millones de personas se callan las injusticias cometidas contra los honestos, cometer una maldad es lo deseable, sobre todo si tienes a un grupo poderoso que te protegerá porque eres de los suyos. Es decir, existe una forma de tentar a los honestos obligándolos a abrazar la maldad para responder a los acosos. Y esta tentación se promueve desde los poderes establecidos.
Malabo, 21 de febrero de 2016
PD: Con la atomización existente en la oposición guineana contra el régimen de Obiang, hay un grupo de personas jóvenes que con el asunto este de apoyar como sea a los suyos, son profundamente reacios a admitir las críticas por la postura sospechosa de sus formaciones políticas, cerrando filas siempre que se produzca un hecho censurable protagonizado por el grupo de su elección. A edad temprana, practican aquello de que «son nuestros hijos de puta». La consecuencia de esta postura es que la tendencia de los partidos guineanos es aliarse con el poder. Y es que no hay otra forma de apoyar a ultranza cualquier postura que aliarse a los poderosos. Que sean libres de tomar la decisión que quieran, pero que sepan que el camino elegido por ellos los está llevando a asumir posturas que antes criticaban de manera furibunda. Se han hecho fariseos, pero no es una actitud exenta de consecuencias.