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El nombre verdadero de las cosas

 

Hablando de lenguas, hace muy poco una amiga me hizo notar que muy a menudo se dice de un proyecto que “hace aguas” y se preguntaba riendo, ¿menores o mayores? Efectivamente, esa especie de amontonamiento idiomático que padecemos, esa mescolanza y efecto repetición vía medios de comunicación, propicia cosas de este tipo. Antes, un proyecto hacía agua; de pronto, sin saber cómo ha pasado, lo encontramos haciendo aguas, una diminuta s que supone esa graciosa y gran diferencia.

 

Dos nuevos ejemplos de falsos amigos del inglés (palabras de origen latino que no significan en español lo que aparentan). Una traductora simultánea inglés-español dijo la frase “era un terrorista doméstico” en un contexto que no recuerdo bien, pero que algo tenía que ver con Sarah Palin y con Obama. Es un ejemplo perfecto de lo que pasa con los falsos amigos. Para los hablantes de español, “terrorismo doméstico” significa eso, terror en el hogar, ese horror tan habitual. Domestic no se puede traducir tal cual por doméstico. En este caso es evidente que quería decir terrorista nacional, no extranjero. Pero recordarán cómo constantemente se dice “vuelos domésticos” en lugar de “nacionales”, un contagio más, fruto, como casi siempre, de la irreflexión. En el caso que comento, tiene el eximente de la inmediatez que exige la traducción simultánea.

 

El segundo ejemplo es un clásico: ya es habitual el uso de “crimen” para cualquier delito. El portavoz del Parlamento coreano, nos informa el corresponsal de un diario en Pekín, anunció una amnistía pero “no dijo a qué tipo de crímenes afectará ni cuántos presos se beneficiarán”. Detrás de esa crónica del corresponsal hay, seguro, un teletipo en inglés que habla de crimes, es decir, en ese contexto, delitos. Pero vemos escrito “crimes” y lo más fácil es ir al bulto.

 

Una cita sobre lenguaje y política que me impactó; el autor, Ilan Pappe, es historiador israelí y profesor del Instituto de Estudios Árabes Islámicos de la universidad de Exeter (UK), entre otras cosas. Procede de un artículo publicado no hace mucho en El País: “Ha llegado pues el momento de adoptar un nuevo lenguaje y decir las cosas como son: Israel es en realidad un país colonialista y los palestinos un pueblo en lucha contra esa colonización. Reivindicar esa descolonización es ahora mucho más relevante y urgente que eso que han dado en llamar `proceso de paz´ y reconquistar el lenguaje y volver a llamar las cosas por su nombre la única forma de colaborar con la reconciliación en beneficio de árabes e israelíes”.

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